Del recurso a la ideología: PEMEX y el retorno consciente del mito petrolero en México

Autor Congresistas
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Beto Bolaños

La historia del petróleo en México no es, en lo fundamental, una historia energética. Es una historia de poder, legitimidad y construcción simbólica del Estado. En algún punto del siglo XX, el petróleo dejó de ser un recurso económico sujeto a evaluación técnica y se transformó en una ideología, un principio organizador del discurso político y una fuente de identidad nacional. Desde entonces, PEMEX ha funcionado menos como empresa productiva y más como dispositivo político, oscilando entre caja fiscal, emblema soberano y acto de fe estatal.

El periodo iniciado en 2018 no inaugura esta lógica. Lo que hace es reactivarla de manera explícita y deliberada, en un contexto histórico profundamente adverso: sin abundancia petrolera, con alta deuda pública y en medio de una transición energética global que vuelve anacrónica la promesa petrolera.

El nacimiento del mito: renta, Estado y redención (años setenta)

La transformación del petróleo en ideología ocurre durante los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo. El descubrimiento de grandes yacimientos y el alza de los precios internacionales coincidieron con un Estado en expansión que buscaba legitimación económica y política sin pasar por reformas estructurales profundas.

Desde la economía política, este momento marca el surgimiento de un Estado rentista incipiente: un Estado que obtiene ingresos significativos de una renta externa y reduce su dependencia del pacto fiscal con la sociedad. En este esquema, el petróleo no se presenta como insumo productivo, sino como promesa histórica, sintetizada en la consigna de “administrar la abundancia”.

Ahí se consolida el mito fundacional: el petróleo como redentor nacional y el Estado como su único administrador legítimo.

La crisis sin ruptura ideológica (años ochenta)

La crisis de la deuda de 1982 desmanteló la ilusión material de la abundancia, pero no destruyó el imaginario petrolero. Se ajustó el gasto, se renegoció la deuda y se redujo el tamaño del Estado, pero el papel simbólico del petróleo permaneció intacto.

PEMEX siguió siendo eje fiscal y símbolo político. El petróleo dejó de prometer salvación, pero conservó su autoridad. El mito sobrevivió al colapso económico porque ya no dependía solo de la renta, sino de su valor ideológico.

Reforma contenida y bloqueo político (2000–2006)

El gobierno de Vicente Fox suele ser presentado como una etapa de inercia, pero esa lectura es incompleta. Durante este periodo existieron intentos relevantes por reformar el estatus de PEMEX, flexibilizar su marco institucional y abrir espacios de modernización operativa.

Sin embargo, estos esfuerzos:

  • Carecieron de mayoría parlamentaria
  • Enfrentaron fuerte resistencia sindical y política
  • Chocaron con el peso del nacionalismo de recursos

El petróleo seguía siendo territorio simbólicamente intocable. La ideología no gobernaba sola, pero vetaba alternativas. No fue ausencia de diagnóstico, sino imposibilidad política.

Comodidad fiscal y oportunidad desperdiciada (2006–2012)

Durante el gobierno de Felipe Calderón, los altos precios del crudo ofrecieron una oportunidad histórica para romper la dependencia petrolera. Sin embargo, los ingresos extraordinarios se utilizaron principalmente para sostener el gasto corriente y la estabilidad fiscal.

No se construyó un fondo soberano robusto ni se preparó seriamente la transición energética. El petróleo ya no fue épica ni proyecto, sino analgésico presupuestal. El mito se volvió silencioso, pero siguió siendo funcional.

La reforma técnica sin victoria cultural (2013–2018)

La reforma energética del sexenio de Peña Nieto representó el primer intento explícito por desideologizar institucionalmente al petróleo. Se buscó tratar la energía como sector económico, introducir competencia y reducir la centralidad simbólica de PEMEX.

El problema no fue solo técnico. Fue cultural y político. La reforma nunca disputó el mito; lo dio por superado. Para amplios sectores sociales, no fue modernización, sino profanación simbólica. El petróleo seguía siendo identidad nacional, no industria.

2018: el retorno consciente del populismo energético

Con la llegada de López Obrador al poder, el petróleo no solo regresa al centro del discurso público: recupera su condición ideológica plena. A diferencia de periodos anteriores, el giro es abierto, deliberado y coherente con una lógica de populismo energético.

El nuevo proyecto asume explícitamente que:

  • PEMEX es emblema de soberanía
  • La energía es decisión política, no técnica
  • La autosuficiencia petrolera es objetivo moral, no económico

El petróleo deja de ser problema administrativo y vuelve a ser bandera histórica.

PEMEX: de empresa a dogma

Desde 2018, PEMEX es sostenida no por su viabilidad económica, sino por su valor simbólico:

  • Respaldo fiscal constante
  • Asunción estatal de su deuda
  • Subordinación de reguladores técnicos
  • Repliegue de la inversión privada

En este marco, la deuda no es falla, sino sacrificio; la ineficiencia no es error, sino resistencia; la refinación no es negocio, sino acto soberano. PEMEX deja de evaluarse: se cree en ella.

Dos Bocas: la ideología hecha infraestructura

La refinería de Dos Bocas encarna la materialización del mito petrolero contemporáneo. Económicamente discutible, ambientalmente anacrónica y estratégicamente controversial, pero políticamente perfecta.

No busca optimizar el sistema energético, sino demostrar que el Estado aún puede imponer una visión histórica contra el mercado, la técnica y la transición energética global. No es infraestructura: es liturgia estatal.

El punto crítico: el mito sin renta

La diferencia decisiva con los años setenta es que hoy no hay petrodólares. La producción es menor, la deuda es mayor y el margen fiscal es limitado. El populismo energético del siglo XXI opera como un Estado rentista sin renta, sostenido por deuda, narrativa y centralización institucional.

Lo que antes fue derroche hoy es riesgo estructural.

Conclusión

El problema del petróleo en México no es técnico ni financiero: es ideológico. Desde los años setenta, el Estado confundió renta con soberanía y recurso con destino histórico. El periodo iniciado en 2018 no representa una anomalía, sino la restauración consciente de un mito nunca desmontado, solo administrado.

La diferencia histórica es crucial: el mito regresa cuando ya no existe la abundancia que antes lo sostuvo. En ese sentido, PEMEX no es hoy una empresa en crisis, sino un símbolo sostenido contra la realidad.

Cuando la política pública se funda en símbolos antes que en instrumentos, el costo no es energético: es estructural.

México no enfrenta una crisis petrolera.

Enfrenta la persistencia de una ideología que se niega a aceptar que su tiempo histórico terminó.

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