Descifrando el embrujo del populismo

Autor Congresistas
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Héctor Barragán Valencia

¿Qué circunstancias y condiciones sociales, económicas, psicológicas, culturales y biológicas hace a los populistas tan atractivos para las mayorías? ¿Por qué las mayorías se entregan con fervor a los tiranos y no se perturban ante el desastre? ¿Por qué la gente suele ser reacia a reconocer los hechos? Desde la economía se ha observado en el curso del tiempo que los extremos de desigualdad generan un estado de ánimo social divisivo, de encono. Este fenómeno económico suele estar influido por los cambios tecnológicos que perturban el modo de vida de las personas y cimbran la organización social al transformar industrias, empleos y socavar la estabilidad laboral (Carlota Pérez, Revoluciones tecnológicas y capital financiero). Estas condiciones sociales generan estrés, sufrimiento, malestar, frustración, temor, resentimiento. Todos esos estados anímicos son efectos biológicos. Sin tales factores, multicausales, populismo y tiranías serían inexplicables.

Desde el ámbito psicológico, Sigmund Freud y a otros psiquiatras, a quienes le tocó vivir de cerca el ascenso del fascismo, fueron testigos del embeleso e inclusive del éxtasis, rayano en lo religioso, que provocaba Hitler en las multitudes. Los líderes carismáticos inspiran devoción (Max Weber), y sus partidarios creen que puede mejorar sus vidas. Son personas ejemplares, sin tacha. Los sitúan más allá del bien y del mal. Sus dichos y acciones son buenos. Son infalibles. Encarnan el BIEN. Dicha fe hace posible que su palabra alivie a sus afligidos corazones. Por ensalmo disipa sus penas y esfuma sus angustias. Representan, de acuerdo con Freud, “el ideal del ego”, es decir, encarnan los valores morales, lo que es correcto, debido y recto. En consecuencia, son concebidos el polo opuesto de lo indebido, del mal.

Estamos frente a fenómenos sociológicos complejos, religiosos, culturales y biológicos. El conjunto de sensaciones y sentimientos que despiertan los líderes carismáticos es incomprensible si soslayamos los valores y creencias que profesamos. La visión del mundo (cosmogonía) es un fenómeno cultural, forjado a lo largo de siglos, que permite sobrevivir a las sociedades. Guía nuestra conducta: crea el “sentido común”, lo debido e indebido. Definen el bien y el mal. Pero en épocas de grandes cambios, e incertidumbre, se pierde esa brújula de creencias y valores, leyes e instituciones. Por ello padecemos angustia y malestar difuso. Son periodos en los que se dispara el estrés colectivo y altera nuestra biología: el equilibrio orgánico (homeostasis) se descompone. Ante nuestros ojos se desvanecen creencias y valores. Dejan de orientarnos. Perdemos el norte. El mundo social y laboral, que nos daba estabilidad se esfuma. Sufrimos. Padecemos zozobra. Tenemos miedo. Nuestras reacciones biológicas nos preparan para atacar o huir.

Y cuando nuestro universo de valores y creencias se desdibujan, suelen aparecer líderes carismáticos que proponen soluciones simples y llevarnos al paraíso o a un idílico edén pasado. Surgen en épocas de angustia y estrés. Entonces, la tierra es fértil para que sus prédicas no ocurran en el desierto (como las del profeta Juan el Bautista). Una de las características de estos liderazgos es que entienden el poder de la palabra. Saben que en el principio fue el verbo y el verbo encarnó; es decir, la palabra crea realidades sociales y transforma nuestro mundo (la sociedad se forma de palabras e ideas, lo deduce Sócrates en el Gorgias de los Diálogos de Platón). Son hombres de tiempos aciagos. Su verbo crea y recrea un mundo nuevo. Son refugio de su grey. Son su fortaleza. Infunden esperanza y certidumbre. Su palabra alivia, sana.

El poder de la palabra es potente. Quien nombra crea y define. De ahí la frase: lo que no se nombra no existe (aunque ¿destruya?, ¿evolucione? la gramática). Lo que somos en sociedad tiene su origen, de una u otra forma, en la palabra, pues facilita la cooperación y el desarrollo de leyes e instituciones. Y, según estudios neurológicos, la magia de la palabra es curativa. Cuando la gente se expone al discurso de su gurú político, su alto nivel de estrés (causa de diversas enfermedades) disminuye al bajar la cantidad de cortisol en sangre y su presión arterial se reduce, pues dejan de sentirse amenazados. Encuentran comprensión y refugio. A su vez, la palabra de los liderazgos mesiánicos tiene un efecto sociológico: en épocas de incertidumbre, forjan identidad y crean otro sentido común. Aprovechan los agravios reales de las personas para forjar una identidad de víctimas. Su finalidad es sublevarlas contra los presuntos victimarios.

Una vez definido el nuevo sentido común, es decir, lo moralmente bueno y malo, el enemigo salta a la vista: es el malo, un irredento por definición, llámesele conservador, fifí, neoliberal, corrupto, etc. Efecto de agravios reales (pobreza, desigualdad), las personas que cayeron en el embrujo del líder mesiánico dejan de ver los hechos. A partir de entonces, la fe, la creencia, sustituye a los hechos. Las creencias son actos de fe. No son verdaderas o falsas: son creencias. No se apartan de la cosmogonía general: aquel conjunto de ideas que a lo largo de la historia de las sociedades han servido para convivir y establecer códigos de conducta (moral), leyes y reglas que han permitido la supervivencia de las personas y sus sociedades. Por ello observamos que los populistas y tiranos usan los mismos conceptos e ideas (democracia, legalidad, honestidad, etc.) prevalentes, dominantes. Sólo subvierten su significado. Aunque al subvertir los valores (forma de ver y entender el mundo) las sociedades inician procesos de decadencia.

Una vez entendido este fenómeno, caemos en cuenta que fue fértil la semilla que sembraron los populistas porque existen las condiciones sociales para que su voz encarnara. Su discurso cala hondo y subvierte el orden de las cosas (statu quo) porque ya existía una profunda división y polarización social, dadas las condiciones de pobreza y desigualdad prevalecientes en la mayoría de los países. A ello le llaman sus panegiristas “revolución de las conciencias”. Los demagogos populistas y aprendices de tiranos son, por tanto, fruto de las circunstancias socioecómicas y políticas de épocas inciertas. A ello obedece su éxito y popularidad. Así que para conjurar el populismo es menester modificar las condiciones sociales y mejorar la educación. Ahí está, en forma de clave, la tarea necesaria para salvar a la democracia. Al atajar las causas del problema, corregimos la angustia, el estrés y el desamparo de quienes buscan refugio y guía en hombres mesiánicos.

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