Elio Villaseñor
“Lo contrario de la esperanza no es la
desesperación, sino la costumbre.”
Parafraseado a partir de ideas de Albert Camus
A veces caminamos por el mundo como si la injusticia fuera un paisaje más, algo que se atraviesa sin detenerse.
Nos hemos acostumbrado tanto al abuso, a la incertidumbre y al miedo cotidiano que ya no reaccionamos: avanzamos con la mirada desviada, como si nada de lo que ocurre a nuestro alrededor tuviera que ver con nosotros.
Cuando alguien cercano sufre una extorsión, una amenaza o un atropello, en lugar de acompañarlo solemos buscar explicaciones que lo responsabilicen.
Es más fácil culpar que aceptar que habitamos un entorno que nos vulnera a todos.
Vemos cómo los poderosos roban sin consecuencias, cómo la corrupción se normaliza y cómo la impunidad se instala sin pudor.
Observamos, desaprobamos… y al cabo de unos días lo olvidamos, como si el olvido fuera una forma de protección frente a una realidad que nos incomoda.
La verdadera tragedia no es solo la injusticia, sino la pérdida de nuestra capacidad de indignarnos ante ella.
Poco a poco renunciamos a esa chispa que nos hacía cuestionar, resistir y defender lo que es justo. Cedemos nuestro juicio, nuestra voz y, sin darnos cuenta, nuestro destino a quienes deciden por nosotros.
Nos lamentamos, sí, pero también celebramos las migajas que nos ofrecen, confundiendo concesiones con esperanza.
Y así, la vida se convierte en un escenario donde actuamos sin cuestionar el guion.
Tratamos de disfrutar lo inmediato, lo pequeño, lo que aún podemos sostener entre las manos, mientras el mañana parece una idea cada vez más lejana.
Sin embargo, incluso dentro de esta resignación silenciosa permanece algo que no desaparece: una intuición profunda de que las cosas pueden ser distintas.
La esperanza no nace del ruido, sino de la conciencia.
A veces basta un instante de lucidez, un gesto de solidaridad, una palabra que rompe el silencio para recordarnos que aún podemos recuperar la mirada, la voz y la sensibilidad.
Porque mientras exista la capacidad de reconocer lo que duele, también existe la posibilidad de transformarlo.
En esa pequeña luz que resiste dentro de cada uno empieza el camino para volver a indignarnos… y también para volver a creer.
Hoy, al cerrar un ciclo más, vale la pena preguntarnos qué clase de mundo estamos ayudando a construir con nuestros silencios y nuestras renuncias.
El fin de año no es solo un punto en el calendario: es una invitación a recuperar la dignidad, la empatía y el valor de indignarnos ante lo que no debe ser normal.
Que este nuevo año nos encuentre más despiertos, más conscientes y más dispuestos a defender lo que es justo.
