Elio Villaseñor
“Donde hay derechos negados, hay una causa por la que luchar.”
César Chávez
Las recientes medidas impulsadas por Donald Trump para detener a migrantes —especialmente mexicanos y de otras nacionalidades latinoamericanas— en Los Ángeles, California, son parte de una estrategia política que no puede ignorarse.
Ante la caída en su popularidad y el debilitamiento de algunos indicadores económicos, el presidente Trump, ha optado por recurrir a discursos de odio y acciones de confrontación, buscando posicionarse como el “salvador” frente a lo que llama una “invasión de extranjeros”, particularmente de origen latino.
Detrás de estos ataques no solo hay racismo y xenofobia, sino también un profundo desconocimiento —o negación deliberada— de las inmensas aportaciones que la comunidad migrante hace cada día a la economía, la cultura y la vida social de Estados Unidos, especialmente en California.
Los datos hablan por sí solos:
- Los inmigrantes generan cerca del 32% del PIB de California, aportando más de 715 mil millones de dólares al año.
- En Los Ángeles, las comunidades migrantes contribuyen con casi 40 mil millones de dólares en impuestos.
- El 28% del ingreso total del estado proviene de hogares inmigrantes, y uno de cada tres propietarios de pequeñas empresas en California es migrante.
Esta presencia no solo es económica. En las calles de Los Ángeles, el llamado “mercado de la nostalgia” muestra cómo los productos y símbolos de la vida mexicana forman parte del día a día: supermercados como Chedraui o Soriana conviven con los sabores y colores de nuestra identidad.
La cultura también habla en voz alta. En los estadios deportivos, los mensajes se emiten en inglés y español; los festivales resaltan las raíces mexicanas; la vida social de California es, en muchos sentidos, binacional. Esta diversidad, en lugar de ser reconocida como una riqueza, es atacada por quienes se niegan a aceptar la realidad de una sociedad plural.
Preocupa profundamente que se intente criminalizar a comunidades que no solo trabajan arduamente, sino que además muestran una actitud de gratitud hacia el país que les ha abierto oportunidades.
Sin embargo, esa gratitud no está reñida con la exigencia de derechos y de respeto.
Levantar la voz es también una forma de decir: “Somos parte de este país. Lo construimos cada día con nuestro trabajo, con nuestro esfuerzo, con nuestros impuestos.”
Desde México, no basta con celebrar las remesas. Es urgente una estrategia sólida de defensa y respaldo a nuestros connacionales: cabildeo activo en la Casa Blanca, en el Capitolio, en las cámaras empresariales y en los medios de comunicación.
México debe mostrar la misma determinación para proteger a su gente en el exterior que la que muestra al promover la inversión extranjera.
La lucha de nuestras hermanas y hermanos mexicanos en Estados Unidos merece toda nuestra solidaridad.
Es una lucha por sus derechos, por su dignidad y por el reconocimiento pleno de su aportación a dos naciones.
México no termina en su frontera.
México también vive allá: en cada trabajador, en cada madre, en cada joven que estudia y sueña; en cada comunidad que, aún lejos, sigue siendo parte esencial de nuestro país.