La promesa de una presidencia transparente en San Lázaro

Autor Congresistas
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Laura Ruíz

En un Congreso marcado por la polarización, la desconfianza y la urgencia de consensos, Kenia López Rabadán ha dejado clara su aspiración: ser recordada como una presidenta de la Cámara de Diputados institucional, transparente y honorable, capaz de consolidar acuerdos y de dar a la oposición un lugar frente a los Poderes de la Unión.

No es un objetivo menor. Implica equilibrar dos dimensiones difíciles de conciliar: el papel de árbitra imparcial que exige la presidencia de la Cámara, y su identidad como figura opositora que no renuncia a cuestionar al oficialismo.

Un discurso cargado de promesas

Transparencia. Abrir la información legislativa, rendir cuentas sobre gastos y garantizar que la ciudadanía sepa cómo funciona el órgano legislativo.

Acuerdos. Evitar la parálisis parlamentaria y apostar por consensos que permitan procesar reformas sin imposiciones ni “fast track”.

Espacio para la oposición. Reconocer que la pluralidad fortalece a la democracia, y que la oposición merece un lugar real en el diálogo frente al Ejecutivo y al Judicial.

Los desafíos que enfrenta

La presidenta de la Cámara no podrá sostener su discurso si no supera obstáculos de peso:

Resistencia del oficialismo, que podría intentar minimizar la voz opositora en temas sensibles como la reforma electoral o la Ley de Amparo.

Capacidad institucional limitada, con riesgos de opacidad y burocracia que pueden convertir la transparencia en mera simulación.

Altas expectativas ciudadanas, pues hablar de honorabilidad y rendición de cuentas exige resultados inmediatos y verificables.

Coherencia política, ya que conciliar su rol institucional con su identidad panista opositora será una prueba constante de equilibrio.

Lo que está en juego

Su promesa importa porque la legitimidad democrática depende de instituciones que funcionen con reglas claras, transparencia y respeto a la pluralidad. Una presidencia que realmente abra las puertas a la oposición y a la ciudadanía podría marcar un precedente positivo.

Pero también corre el riesgo de convertirse en otro discurso bien articulado que no se traduce en hechos. Sin resultados palpables —informes públicos, sanciones a irregularidades, apertura real de procesos legislativos—, la narrativa de institucionalidad quedaría reducida a un recurso retórico.

El veredicto pendiente

López Rabadán ha sembrado expectativas altas. Si logra consolidar una Cámara menos estridente y más confiable, capaz de abrir espacios a todas las voces y de honrar la ley por encima de la coyuntura, habrá dejado un legado distinto.

Si no, quedará atrapada en la misma paradoja que denuncia: la de instituciones que prometen representar a todas, pero en las que, al final, “no llegamos todas”.

En la vida política mexicana, las palabras importan. Y cuando una figura como Kenia López Rabadán, presidenta de la Cámara de Diputados, reconoce públicamente que “no llegamos todas”, no se trata de un simple recurso retórico: es la constatación de una realidad dolorosa.

Porque, en efecto, no llegaron todas.

No llegaron las madres buscadoras, que siguen recorriendo desiertos, montes y terrenos baldíos para encontrar a sus hijos desaparecidos, mientras el Estado les ofrece indiferencia o incluso hostilidad.

No llegaron las mujeres desaparecidas, que no están en las marchas ni en los parlamentos porque la violencia las arrancó de su vida cotidiana.

No llegaron las víctimas de feminicidio, cuyos nombres apenas resuenan en pancartas, pero a quienes la justicia nunca alcanzó.

Tampoco llegaron las mujeres sin acceso a salud, educación o trabajo digno, marginadas de las promesas de igualdad.

Hoy México presume cifras históricas de participación política femenina: mujeres en la presidencia de la Cámara de Diputados, en el Senado y en la Suprema Corte. A simple vista, parece que las mujeres han conquistado el poder.

Pero ese logro convive con la paradoja de un país donde siguen desapareciendo más de 10 mujeres al día, donde las madres buscadoras arriesgan su vida por encontrar a los suyos, y donde la violencia de género es una realidad que no se contiene con discursos.

Lo que revela la frase

Cuando López Rabadán dice “no llegamos todas”, abre una grieta incómoda: la democracia mexicana avanza en la superficie, pero sigue dejando fuera a quienes más necesitan justicia y representación.

Su frase desnuda la distancia entre los espacios de poder y las realidades de las víctimas. Y plantea un reto inevitable: que la representación política femenina solo tendrá sentido si logra traducirse en políticas efectivas para esas mujeres que no llegaron.

Ser presidenta de la Cámara de Diputados implica más que buscar consensos o garantizar transparencia. Significa también dar voz a las ausentes: a las madres buscadoras, a las desaparecidas, a las mujeres que cargan con la violencia y la indiferencia institucional.

Solo entonces podremos hablar de un verdadero avance. Porque de lo contrario, la frase seguirá persiguiéndonos como una condena: en México, todavía, no llegamos todas.

En México, la paridad política ha abierto espacios, pero las ausencias siguen gritando. Madres buscadoras, mujeres desaparecidas y víctimas de feminicidio nos recuerdan que “no llegamos todas” no debe quedar en un discurso, sino en un compromiso. El reto es claro: que un día, de verdad, lleguemos todas.

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