Guillermo del Toro: Artesano de sueños y pesadillas

Autor Congresistas
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Beto Bolaños

En un mundo cinematográfico saturado de franquicias y fórmulas repetidas, pocos directores han logrado erigirse como autores inconfundibles, capaces de imprimir en cada obra una huella única, reconocible y profundamente humana. Guillermo del Toro, nacido en Guadalajara, México, en 1964, es hoy una de las voces más sólidas y respetadas del cine mundial. Su nombre trasciende fronteras, porque lo suyo no es solo contar historias: es construir universos donde lo fantástico dialoga con lo humano, donde la belleza convive con el horror y donde la inocencia puede ser tan inquietante como el monstruo más temido.

Desde su ópera prima Cronos (1993), del Toro mostró que su mirada estaba destinada a ir más allá de lo convencional. Con un presupuesto modesto, ofreció un relato sobre la inmortalidad que mezclaba vampirismo, simbolismo religioso y un realismo mágico sombrío que rompió moldes. Esa primera obra, celebrada en Cannes y en festivales internacionales, anticipaba al creador que años después deslumbraría con El laberinto del fauno (2006), quizá una de las películas más significativas del cine contemporáneo. En ella, del Toro logró la alquimia perfecta: un cuento de hadas gótico en plena Guerra Civil española, donde la fantasía era al mismo tiempo refugio y reflejo del horror humano. No fue solo cine fantástico: fue cine profundamente político, profundamente humano.

Su consagración llegó en 2017 con La forma del agua, película que rompió todas las expectativas al coronarse con el León de Oro en Venecia y más tarde con el Óscar a Mejor Película y Mejor Director. Una historia de amor imposible entre una mujer y una criatura anfibia se convirtió, bajo su lente, en un canto a la empatía, a la diferencia y al poder del afecto en tiempos de intolerancia. Con este triunfo, del Toro se consolidó como parte de esa élite mínima de cineastas capaces de conjugar prestigio artístico con éxito de taquilla.

Lejos de acomodarse, el director volvió a sorprender con Pinocho (2022), su primera incursión en la animación stop-motion. Una obra profundamente personal, realizada junto a estudios en México, que reafirmó su convicción de que la animación es cine, y de que lo fantástico puede ser la vía más directa para hablar de la vida, la muerte y el amor. Ganadora del Óscar a Mejor Película Animada, esta cinta fue también un homenaje a la artesanía cinematográfica y a las nuevas generaciones de artistas.

Y ahora, en 2025, del Toro regresa a Venecia con Frankenstein, el proyecto que él mismo describe como la película de su vida, aquella para la que “llevaba 30 años entrenando”. La ovación de trece minutos que recibió tras su estreno mundial no es un gesto menor: es la confirmación de que el público reconoce en su cine algo que pocas veces se encuentra en la industria actual. No se trata únicamente de atmósferas góticas deslumbrantes; se trata de la capacidad de mirar a la humanidad a través de sus monstruos, de hacer del horror un espejo de ternura y del dolor un camino hacia la belleza.

Del Toro no solo ha filmado películas: ha construido un legado. Ha demostrado que lo fantástico no es evasión, sino otra forma de verdad; que los monstruos no son solo criaturas de pesadilla, sino metáforas de nuestra fragilidad. En una era donde el cine muchas veces se reduce a espectáculo vacío, Guillermo del Toro nos recuerda que aún existen autores que hacen películas con la convicción de que el arte puede conmover, transformar y, en última instancia, reconciliarnos con nuestra propia humanidad.

Hoy, al consolidarse con Frankenstein como uno de los directores más importantes de nuestro tiempo, no cabe duda: Guillermo del Toro es un artesano de sueños y pesadillas, pero sobre todo, un creador de esperanza.

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