Congresistas, con motivo de los 700 años de la fundación de México – Tenochtitlan, seleccionó una serie de textos para celebrar y reflexionar sobre el legado cultural que esto representa, abriendo el horizonte la inolvidable frase de Chimalpain “Mientras perdure el mundo, no acabará la fama y la gloria de México-tenochtitlan”.
En el mundo del antiguo México el “Tzompantli”:
“El Tzompantli es la manifestación más evidente del control político-religioso que ejercía el azteca. Los cráneos colocados en él eran por lo general de cautivos de guerra sacrificados pertenecientes a otros grupos. Algunos cráneos de conquistadores españoles fueron a parar, como dijimos al principio, al Tzompantli. Todo esto nos indica que la presencia de esta estructura dentro del recinto ceremonial nos marca la importancia de esta desde el punto de vista religioso, pero también del sometimiento en que se mantenía a esos grupos.
El azteca estaba condicionado a ser guerrero por excelencia, desde el nacimiento hasta su educación.” (Eduardo Matos Moctezuma, Muerte a filo de obsidiana. http:mediateca.inah.com.mx)
Por el laberinto de los espejos, nos encontramos con el texto siguiente:
“Deseoso de comenzar a definir la índole de sus atribuciones dentro del gobierno, Tlacaélel restituye la existencia de un antiguo cargo creado desde la época de los primeros toltecas: el de “Cihuacoatl”. También dejó establecido que la autoridad del soberano azteca no tendría nunca un carácter absoluto, sino que debería tomar en cuenta la opinión de los miembros de un “Consejo Consultivo” integrado por cuatro personas. Este organismo -del cual Tlacaélel sería el miembro más prominente- estaba facultado para privar al monarca de toda autoridad cuando éste adoptase una conducta contraria a los intereses del Reino”. (Antonio Velasco Piña, Tlacaelel. El azteca entre los aztecas. editorial Porrúa 2002).
Desfilan las preocupaciones sobre el lienzo de conchas
“En el reino de Acolhuacan, las veintinueve ciudades que suministraban las provisiones al real palacio, las daban también a los templos. Es de creer que el distrito llamado Teotlalpan (tierra de los dioses), tendría este nombre por ser una posesión religiosa. A esto añadían las infinitas oblaciones que espontáneamente hacían los pueblos y que se componían, por lo común, de víveres; las primicias que ofrecían por las lluvias oportunas y por los otros beneficios del cielo. Cerca de los templos había almacenes en que guardaban los comestibles para el mantenimiento de los sacerdotes y anualmente se distribuía lo que sobraba entre los pobres, para los cuales había hospitales en los pueblos grandes”. (Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México. trad. J. Joaquín de Mora. Tomo I, edit DEBA 1917).
“Que bueno que ustedes han encontrado a dios, nosotros apenas lo estamos buscando.” Franciscanos en Tlatelolco.
“La primera de estas diosas se llamaba Cihuacóatl. Decían que esta diosa daba cosas adversas como la pobreza, abatimiento, trabajos; aparecía muchas veces, según dicen, como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en palacio. Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire; esta diosa se llama Cihuacóatl, que quiere decir mujer de la culebra; y también la llamaban Tonántzin, que quiere decir nuestra madre.
En estas dos cosas parece que esta diosa es nuestra madre Eva, la cual fue engañada de la culebra, y ellos tenían noticia del negocio que pasó entre nuestra madre Eva y la culebra” (Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de la Nueva España. Tomo I. Edit. Pedro Robredo 1931).