Cuando un joven pierde la esperanza, perdemos todos

Autor Congresistas
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Elio Villaseñor

“Nada hay más fuerte que un corazón esperanzado.”

— Ernesto Sábato

Lo ocurrido en Uruapan, Michoacán —donde un joven quitó la vida al alcalde— es mucho más que un hecho trágico: es el reflejo de una herida abierta en nuestra sociedad.

Detrás de cada historia así, hay una juventud sin rumbo, sin oportunidades y sin esperanza, atrapada entre la violencia y el olvido.

Muchos jóvenes son secuestrados, engañados o reclutados por el crimen organizado, convertidos en sicarios, usados como instrumentos de una guerra que no es suya.

Según el estudio “Niñas, Niños y Adolescentes Reclutados por la Delincuencia Organizada”, realizado por Reinserta A.C. (2024), más de 30 mil niñas, niños y adolescentes ya forman parte de las filas del crimen organizado en México, y hasta 200 mil más están en riesgo de serlo.

Lo alarmante es que, en muchos casos, el primer contacto con estas estructuras ocurre a edades tan tempranas como los 8 o 12 años, cuando todavía deberían estar soñando con su futuro, no aprendiendo a sobrevivir entre la violencia.

El reclutamiento no siempre llega con amenazas directas.

A veces se disfraza de amistad, de promesa, de pertenencia.

El estudio de Reinserta documenta que familiares o conocidos suelen ser los primeros en acercar a los jóvenes a estos grupos, especialmente en comunidades donde la delincuencia se ha normalizado.

En otros casos, los cárteles ofrecen dinero rápido, acceso a drogas o la ilusión de “ser alguien”, de tener poder y reconocimiento.

Seis de cada diez adolescentes reclutados —según el informe— habían comenzado a consumir drogas entre los 11 y 15 años, y muchos lo hicieron como forma de escapar de una realidad marcada por el abandono o la violencia doméstica.

Pero no todos son “niños perdidos”. Muchos simplemente no tuvieron otra opción. El mismo informe señala que la ausencia de oportunidades educativas y laborales, la violencia intrafamiliar y la ruptura del tejido comunitario son los factores que más empujan a los jóvenes a ese abismo.

Cuando la familia o la escuela fallan, cuando la sociedad los ignora, el crimen organizado se presenta como el único lugar donde se sienten vistos, útiles, parte de algo.

Como advierte Reinserta, la búsqueda de pertenencia y reconocimiento es una de las puertas más peligrosas hacia el reclutamiento.

“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.”

— Eduardo Galeano

Por eso, es urgente una política pública que escuche a los jóvenes desde su diversidad, que no los mire como un problema, sino como una fuerza viva capaz de transformar su realidad si se les brinda confianza, espacios y oportunidades reales.

Pero no basta con el Estado. Todos los sectores de la sociedad tenemos una responsabilidad: las iglesias, las escuelas, la academia, los clubes sociales, los medios y cada ciudadano debemos enviar mensajes positivos, acercarnos con empatía y recordarles que no están solos.

Que sí hay caminos distintos, que sí es posible soñar, convivir en paz y construir un proyecto de vida digno.

“La esperanza no es ingenuidad, es una forma de resistencia.”

— Carlos Monsiváis

Porque cuando un joven pierde la esperanza, perdemos todos.

Escuchar, acompañar y creer en ellos es también creer en nuestro propio futuro.

Nos los están robando, sí. Pero todavía estamos a tiempo de recuperarlos, si elegimos mirar con compasión y actuar con compromiso

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