Clara Jusidman
En cuatro días Andrés Manuel López Obrador dejará la presidencia, pero no podía privarse de dar un último empellón al país para lanzarlo al vacío.
Un lanzamiento realizado con el apoyo de millones de personas, políticos, empresarios, delincuentes, mandos militares, gobernadores, legisladores a las y los que embelesó con sus mentiras y su flauta de Hamelín o que compró, sobornó o sometió con una enorme derrama de dinero y con violaciones sistemáticas a las leyes para exhibir, amenazar y perseguir.
Esa derrama de dinero deriva del uso discrecional del presupuesto y de la austeridad neoliberal (perdón, “republicana”), en cuyo nombre se destruyeron instituciones de gobierno, se tomaron los recursos de múltiples fideicomisos y se realizaron “ahorros” en servicios públicos indispensable. Se agregaron además grandes aportes de dinero provenientes de fuentes poco claras.
AMLO tenía que dejar una muestra del enorme poder que alcanzó, en la Cuarta Regresión, perdón nuevamente, la “Cuarta Transformación” y ratificar que seguirá siendo el mánager y patrón de todas y todos los mexicanos.
Hay varios autores como Anne Applebaum, Steven Levitsky y Daniel Ziblat que muestran como las democracias mueren paulatinamente y son sustituidas por regímenes autoritarios, dictaduras, autocracias, populismos de derecha y de izquierda. Lamentablemente, México se convertirá en un caso de estudio de un proceso de ese tipo.
Mientras tanto las huestes políticas del morenismo se aprestan a preparar el tercer piso de la 4T, pues el segundo piso se usará como plataforma de despegue para ello. No será para atender los graves problemas del país que se heredan de la fallida construcción del primer piso y que seguramente se agudizarán como resultado del último empellón de AMLO, el llamado Plan C.
En los medios de comunicación abundan en estos días los recuentos del desastre de país que deja la presidencia de AMLO, así como de previsiones sobre cómo México seguirá cayendo al vacío.
Tenemos que reconocer que no pudimos frenarlos, que no encontramos los mecanismos para que abandonaran su enorme soberbia y su profunda sordera. Ellos y ellas tienen la verdad rebelada, saben lo que quiere el pueblo; son su voz y sus únicos representantes, aunque sólo comprenden el 35 por ciento del padrón electoral.
Todas y todos los que pedimos ser escuchados y escuchadas, una apertura al diálogo, a la discusión colectiva y constructiva, al reconocimiento de la gran diversidad de tragedias y víctimas que han ido creciendo y extendiéndose en el territorio nacional, somos sus enemigos. Somos los “conservadores” que mentimos e inventamos esas tragedias por que queremos conservar nuestros privilegios.
Y como ellos y ellas son los poseedores de la verdad, tienen que mantenerse en el poder por muchos años para liberar al pueblo explotado de su mentalidad de sometimiento y propiciar un cambio cultural mediante la Nueva Escuela Mexicana.
Triste futuro, enorme impotencia, malos augurios y una gran soledad en un mundo donde cada persona y cada nación se encuentran enfrascadas en resolver sus propios problemas y los organismos internacionales han dejado de tener utilidad en un mundo tan convulso y complejo.