Darío Mendoza A
Nunca como ahora la percepción de un inminente apocalipsis económico, social o político ha ganado tanto terreno. Aunque la idea de un colapso inminente no es nueva y se ha repetido a lo largo de la historia, el acceso instantáneo a la información —y a la desinformación— a través de redes sociales y medios digitales intensifica su propagación, generando exageraciones y temor. Este fenómeno, impulsado por titulares sensacionalistas, no solo captura la atención, sino que distorsiona la percepción de la realidad.
Los anuncios apocalípticos han surgido en momentos clave. Hacia el año 1000, algunas interpretaciones de textos bíblicos alimentaron la creencia en un posible fin del mundo, aunque el llamado “Terror del Año Mil” fue más una exageración de cronistas posteriores que un pánico generalizado de aquella época, ya que la mayoría de la población rural tenía acceso limitado a estas ideas.
Más recientemente, en el 2012, la supuesta profecía maya sobre el fin del mundo el 21 de diciembre, basada en la mala interpretación de una estela del calendario Maya, fue amplificada por medios, libros, documentales y películas. Su efecto fue devastador en algunos grupos como los terribles sucesos narrados en la serie de Netflix: “Antares de la Luz”. Estos eventos muestran cómo los medios pueden transformar especulaciones en fenómenos desastrosos de miedo y desinformación.
Hoy, el sensacionalismo se ha trasladado al ámbito digital, tenemos apocalípticos digitales que nos saturan con titulares como “¡Escándalo sin precedentes!” o “¡El fin está cerca!”, diseñados para atraer clics y maximizar la interacción. Esta práctica, conocida en el siglo XIX como “periodismo amarillista” y liderada por magnates como Joseph Pulitzer y William Hearst, ha evolucionado hacia un “amarillismo digital”, donde los algoritmos premian el contenido que genera más engagement, sin importar la veracidad. Generando cada vez más desinformación.
Un estudio publicado en la revista Journalism Studies revela que los titulares exagerados distorsionan la percepción pública de los hechos. Y un análisis de la Universidad de Stanford, señala que la exposición constante a titulares negativos aumenta el estrés y la manipulación en temas políticos. En redes sociales, el problema se agrava: los titulares de tipo clickbait fomentan la desinformación y la polarización, ya que muchos usuarios comparten contenido basándose únicamente en el encabezado, sin leer el artículo completo.
Un ejemplo reciente es la narrativa que se propaga sobre los aranceles impuestos por Donald Trump, que algunos medios advertían como impulsores de una “inflación descontrolada” y una “gran recesión económica”. Sin embargo, los datos muestran una realidad más matizada: aunque los aranceles incrementaron los precios de bienes como electrodomésticos (1.9%) y ropa (0.4%), la inflación subyacente, que excluye alimentos y energía, se mantuvo en un 2.9%, muy lejos de estar ‘descontrolada’.
Las advertencias apocalípticas sobre una ‘inminente recesión’ en EU también han sido exageradas. Un reporte reciente en The Wall Street Journal, señala que bancos como JPMorgan registraron resultados un aumento del 7% en el gasto con tarjeta, mientras que el índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan repuntó desde su mínimo en abril, y las ventas minoristas superaron las expectativas. Mientras las catástrofes anunciadas no llegan, los datos que muestra la fortaleza económica de aquel país no alcanzan grandes titulares.
La venta de un “apocalipsis” puede generar clics y amplificar temores, pero también refuerza narrativas que a menudo responden a intereses políticos o económicos, en lugar de ofrecer análisis objetivos. Ahora más que nunca, es crucial verificar las fuentes y leer más allá de los titulares. Los medios poderosos y las redes sociales suelen seguirse y subirse a olas de desinformación.
Los apocalípticos digitales ganan terreno en una población que no sabe la diferencia entre un dato y una opinión. De acuerdo con un estudio de la OCDE, menos del 1% de los jóvenes mexicanos, son capaces de diferenciar entre hechos y opiniones.
En la época de la inteligencia artificial, fluye más la ignorancia natural.