El crimen organizado no solo opera a través de la violencia o el control territorial, sino que se sustenta en un sistema de creencias que desafía los valores tradicionales de la sociedad. Autores como Luis Astorga, Carlos Resa Nestares y Diego Gambetta han analizado esta “moral” alternativa, un conjunto de normas y valores que trastoca lo que consideramos justo, legítimo o bueno.
Este sistema de pensamiento no solo define a las organizaciones criminales, sino que se ha infiltrado en la cultura, la política, el mundo de los negocios y hasta la vida cotidiana de nuestras sociedades. A continuación, exploramos sus características principales y su impacto.
Los pilares del pensamiento criminal
El crimen organizado opera bajo un código propio que sustituye los valores éticos tradicionales. Estas son sus características esenciales:
- La lealtad al grupo por encima de la ley: La obediencia a las normas legales es reemplazada por una fidelidad absoluta al clan o la organización. La ley no es vista como un límite, sino como un obstáculo para sus objetivos.
- El poder como fin supremo: La búsqueda de control absoluto, sin importar los medios, sustituye valores como el trabajo honesto, el mérito o la bondad. El poder se convierte en la medida del éxito.
- El materialismo como meta: El éxito se mide en bienes materiales —dinero, propiedades, lujos— que atraen a quienes forman parte de este sistema. La frase “troca, arma y vieja” encapsula esta visión reduccionista.
- La violencia como herramienta legítima: Los medios, incluidos la intimidación y el asesinato, se justifican como instrumentos de control o justicia interna.
- La negación de la trascendencia: En esta cosmovisión, no hay un sentido superior de la vida ni creencia en Dios. “El cielo y el infierno están aquí”, dicen, asumiendo la muerte como un destino inevitable y justificando el hedonismo desenfrenado.
- Sustitución de Dios por ídolos: En lugar de un compromiso ético o espiritual con un Dios de bondad y bien, se recurre a deidades o prácticas que protejan o satisfagan sus deseos inmediatos, desde “limpias” y chamanismos hasta rituales extremos, como sacrificios de sangre, que son más perurbadores.
- La narcocultura como propaganda: Este sistema se glorifica a través de canciones, series y películas que romantizan la vida criminal, proyectando sus valores como un estilo de vida aspiracional.
El impacto en la sociedad
Esta cosmovisión no se limita a los cárteles; ha permeado la cultura política y empresarial, transformando la forma en que las personas entienden el éxito, la lealtad y la justicia. En un mundo donde el Estado y la familia fallan en proveer seguridad y valores, el crimen organizado llena el vacío, ofreciendo un modelo de vida que celebra el riesgo, la fuerza y el privilegio por encima de la cooperación, la empatía o el bien común.
La moral tradicional, que promueve el equilibrio y la preservación de la vida, pierde terreno frente a esta ‘cultura’ criminal. Donde la civilización establece límites —como semáforos que regulan el caos—, la narcocultura exalta el deseo sin freno, derribando toda norma en pos del control total. Un lugar donde la ley no es la ley.
En ese vacío moral, el crimen no solo impone su ley: propone su propio modo de entender la vida.