Estilos, frases y narrativas para ejercer el poder

Autor Congresistas
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Ignacio Ruelas Olvera

La política mexicana, hasta ahora, ha sido marcada por tres corrientes que han gobernado: priismo, panismo y morenismo. Cada uno de ellos desarrolló un estilo discursivo propio que refleja su lógica de poder, su relación con el ciudadano y su visión de Estado. Revisemos sus signos en tres dimensiones: lógica del poder, estilo comunicativo y análisis lingüístico, que nos ofrecen el panorama político.

El PRI consolidó un modelo de centralismo autoritario, donde el poder se concentraba en el Ejecutivo y el Estado era el motor del desarrollo. Su estilo retórico se caracterizó por su formalidad institucional y tecnocrática, con un lenguaje cargado de ambigüedad calculada. 

El PAN, por su parte, promovió un liberalismo económico con un Estado subsidiario, limitando su intervención en la economía. Adoptaba un discurso técnico y empresarial, apelando a valores morales y religiosos. 

Morena ha impulsado un nacionalismo social con un Estado redistribuidor, centrado en la justicia social que sintetiza como “bienestar”. Utiliza un lenguaje popular, directo y emocional, con metáforas y referencias históricas que buscan conectar con “el pueblo” y un “nosotros” que solo son ellos.

Sus dimensiones comunicativas revelan cómo cada modelo construye su relación con la ciudadanía: desde la verticalidad del PRI, la gerencia del PAN, hasta la retórica ardiente de Morena.

Las frases emblemáticas de cada partido ilustran sus respectivas ideologías. El PRI normaliza el pragmatismo político con expresiones como “Ni los veo ni los oigo”. El PAN, aunque técnico, revela tensiones discursivas con frases como “Que hable México”. Morena, por su parte, apuesta por la identificación popular con frases como “Primero los pobres”. Estas expresiones no solo comunican ideas, sino que construyen identidades políticas y culturales.

La confrontación discursiva entre PRI, PAN y MORENA revela no solo diferencias ideológicas, sino también estilos de comunicación que configuran la relación entre el poder y la ciudadanía. Mientras el PRI representa la institucionalidad “a plomo”, el PAN la racionalidad técnica, Morena la emocionalidad popular. Cada uno ha edificado una pista lingüística para aterrizar su tiempo y su visión de México.

PRI: El Poder y la Ambigüedad. “Un político pobre es un pobre político”. Semiótica: El signo “pobre” se resignifica. No se refiere a carencia económica, sino a falta de poder. El mensaje implícito es que el éxito político está ligado a la riqueza, normalizando la corrupción. Pragmática: Acto de habla que legitima prácticas clientelares. Es una afirmación que funcionó como advertencia y como norma interna del sistema priista.

PAN: La Moral y la Técnica. “Haiga sido como haiga sido.” Semiótica: El error gramatical se convierte en símbolo de contradicción entre forma y fondo; se presenta como culto y técnico, revela informalidad. Pragmática. Acto de justificación. Minimiza el conflicto electoral y reafirma el resultado como irreversible.

Morena: Lo Popular y Emocional. “No somos iguales”. Semiótica: La diferencia como virtud. El signo “igualdad” se invierte para marcar ruptura con el pasado.

Pragmática: Acto de distanciamiento. Se construye una identidad política opuesta y contradictoria.

El PRI usó el lenguaje para normalizar el poder, ocultar la ética y reforzar estructuras verticales. El PAN buscó legitimarse por la técnica y la moral, pero su discurso revela tensiones objetivas y subjetivas. Ambos saben que no ganan todo para siempre ni pierden todo para siempre. ¡Así es la democracia!

Morena, hoy mantiene un discurso emocional, simbólico y popular, que busca conectar con el pueblo desde la diferencia y el bienestar. Empero, su discurso político y políticas públicas están anémicos de transparencia y con signos contradictorios. Los programas sociales han sido criticados por su opacidad, falta de seguimiento y clientelismo. Se han detectado irregularidades en la entrega de apoyos, como tarjetas duplicadas o beneficiarios inexistentes. En seguridad, la estrategia de “abrazos, no balazos” ha sido insuficiente frente al aumento de violencia. En educación, se ha denunciado manipulación ideológica y deterioro de infraestructura escolar. Crisis hídrica, la dependencia agrícola y el desempleo han sido exacerbados por decisiones erráticas y falta de planeación. La política exterior ha aislado a México en ciertos foros internacionales, afectando el ser nacional y las relaciones diplomáticas.

El discurso simbólico crea realidades paralelas donde todo parece estar bajo control, según la narrativa oficial. Esto desactiva el pensamiento crítico, privilegia lo que “se siente” como cierto sobre lo verificable, “la posverdad”. Normalización del fracaso, los errores se justifican como parte de una lucha épica contra enemigos invisibles de un “pasado neoliberal”. Desconfianza institucional, falta de transparencia y escándalos de corrupción erosionan la credibilidad del Estado.

El discurso emocional y simbólico ha sido eficaz para movilizar afectos y construir identidad política. Sin embargo, no se ha acompañado de planeación técnica, transparencia y rendición de cuentas, entonces las políticas públicas se hacen erráticas, se institucionaliza la corrupción y las crisis estructurales afectan directamente la vida del “pueblo”.

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