Elio Villaseñor
“Los derechos humanos no son una ideología:
son la base de la civilización.”
— Kofi Annan
Uno de los símbolos más perturbadores del nuevo holocausto de nuestra era es el Centro Alligator para la detención de migrantes.
Ubicado en una zona inhóspita, rodeada de pantanos, manglares y ríos infestados de caimanes, pitones y enjambres de mosquitos, este centro se ha convertido en una prisión moderna bajo condiciones que rozan lo inhumano. El propio Donald Trump, en tono burlón, afirmó: “Esa no es una zona en la que quisieras ir de excursión”, y añadió que los detenidos podrían intentar escapar corriendo “en diagonal” para evitar a los caimanes, dejando en claro que “la única salida es la deportación”.
Actualmente, el Centro Alligator alberga entre 700 y 900 personas, aunque su capacidad supera las 5,000. Casi la mitad de los detenidos proviene de México, Guatemala y Cuba.
La mayoría no tiene antecedentes penales: solo un tercio ha sido condenado por algún delito. El resto enfrenta exclusivamente violaciones migratorias o procesos legales aún sin resolución.
Esta es la realidad de miles de migrantes cuyo único “crimen” ha sido aspirar a una vida mejor. Sin haber cometido actos violentos, son tratados no solo como criminales, sino como si fueran menos que humanos.
La figura de Trump encarna un tipo de liderazgo que define nuestra época: el poder impuesto por la fuerza, el desprecio por el diálogo y la negación sistemática de los derechos fundamentales.
Estamos volviendo a una era de brutalidad, en la que el más fuerte impone su voluntad al más vulnerable.
Este fenómeno no se limita a Estados Unidos. Muchos gobernantes, inspirados por esa retórica autoritaria, replican en sus propios países la lógica del castigo, la exclusión y el silenciamiento.
Se impone una sola verdad: la del poder. Y los demás deben acatarla sin derecho a cuestionarla.
“El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad.”
— Albert Einstein
El “monstruo” que representa Trump ha sembrado un modelo: tratar al migrante como si fuera un esclavo moderno, sin derechos, sin dignidad, útil solo cuando conviene al sistema.
“Nadie es ilegal. Las personas no son ilegales. Los actos lo son.”
— Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto
Vivimos tiempos de avances tecnológicos sin precedentes, pero también de un retroceso ético alarmante.
Unos pocos imponen las reglas, mientras la gran mayoría queda reducida a un objeto funcional dentro de sus intereses.
Este panorama golpea el corazón mismo de lo que significa ser humano.
Los derechos se proclaman en discursos, pero se niegan en la práctica. Y mientras no se apliquen a todas las personas —sin importar su origen, situación legal o país de nacimiento— estaremos viviendo, una vez más, en una era sin derechos.