Laura Ruíz
En pleno siglo XXI, cuando se habla tanto de derechos, inclusión y desarrollo, hay una realidad silenciosa que sigue siendo ignorada: la de las personas adultas mayores que envejecen en condiciones de abandono, pobreza y discriminación. Mientras algunos celebran la longevidad como un logro de la ciencia y la medicina, otros —los más vulnerables— apenas sobreviven en la vejez.
Los “cerillitos” y la cara oculta del trabajo en la vejez
Es común ver en los supermercados a personas mayores empacando productos, conocidos coloquialmente como “cerillitos”. Lo que para algunos parece un ejemplo de “actividad productiva”, para otros representa la única opción de obtener unos cuantos pesos para subsistir. Estos trabajos, aunque les permiten mantenerse activos, reflejan la falta de un sistema de protección económica real.
La mayoría de los adultos mayores en México y otros países de ingresos medios trabajan en la informalidad, sin acceso a pensiones, servicios de salud o seguridad social. Según datos de especialistas, cerca del 75% de los adultos mayores que aún están activos económicamente lo hacen sin ninguna garantía laboral. ¿Qué significa eso? Que el envejecimiento, en lugar de ser una etapa de tranquilidad, se convierte en una lucha constante por sobrevivir.
Discriminación estructural y silenciosa
Más de la mitad de las personas mayores de 60 años aseguran haber sido discriminadas por su edad. No solo es el trato despectivo o la invisibilidad social, también hablamos de una discriminación económica: depender de sus familias, no tener acceso a créditos, ser excluidos del mercado laboral, o ser víctimas de maltrato y despojo de bienes.
Como lo señala Isalia Nava Bolaños, experta en economía y envejecimiento, esta discriminación es múltiple: se cruza con desigualdades de género, racismo, problemas de salud y pobreza. Muchos adultos mayores llegan a sentirse una carga para sus seres queridos, y eso es una tragedia que no debería ser normalizada.
¿Qué estamos haciendo (o dejando de hacer)?
La respuesta institucional ha sido, en el mejor de los casos, insuficiente. Las pensiones no contributivas ayudan, pero no alcanzan. El apoyo familiar es fundamental, pero no siempre está disponible o es sostenible. Y el Estado sigue sin garantizar condiciones reales para una vejez digna.
Urge una transformación estructural que incluya:
Pensiones universales (contributivas y no contributivas).
Acceso garantizado a salud y medicamentos.
Espacios laborales dignos para quienes quieran seguir activos.
Sanciones efectivas al abuso patrimonial, maltrato y abandono.
Campañas para erradicar el edadismo y revalorizar a las personas mayores como actores sociales.
El mundo envejece… y rápido
La ONU estima que para 2050, el 22% de la población mundial tendrá más de 60 años. En países como México, esto significará millones de personas adultas mayores que requerirán servicios de salud, vivienda, cuidados y entornos accesibles. El envejecimiento de la población no es un problema, es una realidad demográfica inevitable. La pregunta es si como sociedad estamos preparados para enfrentarla con justicia y empatía.
¿Qué tipo de vejez queremos?
El envejecimiento saludable es posible, pero no es automático. Depende de factores como el entorno en el que se crece, la calidad de vida durante la adultez y, sobre todo, de las decisiones políticas y sociales que se tomen. No todas las personas mayores son frágiles o dependientes. Muchas pueden seguir aportando a sus comunidades si se les brindan las condiciones adecuadas.
Envejecer no debería ser un privilegio, ni mucho menos una condena. Es un derecho.
Y como sociedad, tenemos una deuda urgente con quienes ya dieron tanto.