En el panorama de la literatura mexicana contemporánea, Juan Villoro es una figura paradigmática, sobre todo por su transversalidad por géneros diferentes que, además, se mueve entre la realidad cotidiana y las profundidades de la introspección humana. Sus novelas son profundas, sus crónicas deportivas emblemáticas, y sus ensayos ––que exploran la intersección entre cultura y sociedad–– presentan argumentos novedosos. Su incursión en el teatro revela una sensibilidad aguda por la oralidad, como se evidencia en textos como “Conferencia sobre la lluvia” (2013, ed. Almadía).
Esta obra, un monólogo escénico de apenas sesenta páginas, exhibe una reflexión profunda sobre la fragilidad del lenguaje, el rol de la literatura como refugio emocional y la inevitabilidad de la improvisación ante la adversidad. Su relevancia radica no solo en su estructura performativa, sino en cómo encapsula las tensiones posmodernas de la identidad y la memoria. La trama de Conferencia sobre la lluvia se presenta en un acto único, centrado en un bibliotecario anónimo, un hombre solitario y erudito cuya existencia se ha entretejido con los volúmenes de una biblioteca que él mismo describe como “un banco de ojos”, un depósito de miradas donadas por lectores olvidados.
El personaje es invitado a disertar sobre “la relación entre la poesía amorosa y la lluvia” ––un tema central en la tradición lírica–– donde el agua se convierte en metáfora principal. El protagonista se ve abocado al caos cuando extravía sus apuntes justo ante el público. Este incidente inicial no es mero accidente narrativo, sino el catalizador de una digresión controlada: el protagonista ––desde su agencia–– transforma su desorden en método expositivo, como precisa Villoro en el prólogo. En el vértigo de la improvisación, el monólogo oscila entre la erudición y la confesión personal, precipitando una cascada de recuerdos incluso sobre la biografía íntima del orador. La lluvia, lejos de ser un mero telón de fondo, se convierte en eje simbólico; es un elemento que Villoro presenta como “un lugar en el que llueve” la literatura misma, un chubasco de citas que inunda el escenario.
Villoro explora la precariedad del discurso público como metáfora de la condición humana. El conferenciante, funámbulo verbal, navega entre el control racional y el desborde emocional, recordándonos que “la literatura es un lugar en el que llueve”. Central en esta exploración es la figura del bibliotecario, arquetipo del intelectual marginado en la era digital, cuya vida se mide en “chubascos literarios” coleccionados —referencias a Borges, Kafka, Monterroso y Pessoa que no resultan pedantes, sino orgánicas, como gotas de lluvia—. Estos no son ornamentales, más bien sirven para desentrañar temas.
Desde una perspectiva formal, Conferencia sobre la lluvia destaca por su economía dramática, un rasgo que alinea a Villoro con la tradición minimalista del monólogo teatral latinoamericano. La estructura es lineal: parte de la pérdida de los apuntes y ramifica en anécdotas que, paradójicamente, reconstruyen el tema central. El lenguaje del autor, caracterizado por una prosa inconfundible que fusiona erudición con humor tácito, se adapta magistralmente al medio escénico, donde la oralidad impone un ritmo precipitado que mimetiza la tormenta.
En última instancia, Conferencia sobre la lluvia trasciende su formato para interpelar al público contemporáneo, en una era de discursos fragmentados por las redes sociales, recordándonos que el verdadero diluvio no es el climático, sino el de palabras no dichas. La pieza afirma la vitalidad del teatro como género, y posiciona a Villoro ––nuevamente–– como un maestro de las letras en México. En un mundo de “lluvias de ideas” banalizadas, Villoro nos invita a coleccionar “chubascos literarios”.
