Filosofía para una verdad política

Autor Congresistas
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Ignacio Ruelas Olvera

Inmersos en la “posmodernidad y la posverdad”, donde la desinformación se propaga más rápido que los hechos, demandar una narrativa política que no mienta es urgente. ¿Es posible hacer política con la verdad y lo verificable? Esta inquietud, que parece ingenua en el contexto actual, ha sido abordada por pensadores de distintas épocas y tradiciones. La filosofía ha ofrecido claves para imaginar una política que no se base en el engaño, sino en la transparencia, la racionalidad, la responsabilidad, el fortalecimiento de la virtud política para la sociedad.

Karl Marx, denuncia que la política, tal como se practica en las sociedades capitalistas, viaja por la mentira estructural de la ideología. Para él, la verdad política no se encuentra en los discursos oficiales, sino en el análisis crítico de las condiciones materiales. Una política verdadera revela las relaciones de explotación y lucha por la transformación, al amparo del principio de legalidad. La verificabilidad, en este caso, no es solo empírica, sino histórica: ¿qué intereses se ocultan tras las promesas políticas?

G.W.F. Hegel, pensó que la política debía encarnar la razón en la historia. El Estado, en su forma más elevada, no es un aparato de dominación, sino la realización de la libertad racional. La verdad política, entonces, se alcanza cuando los ciudadanos se reconocen mutuamente como libres en interlocución con los “Otros” y su tiempo. Visión que parece idealista, pero ofrece una base para pensar en instituciones que no se funden en el engaño, sino en el desarrollo dialéctico de la conciencia colectiva.

Martin Heidegger introduce una crítica radical: la política moderna está atrapada en la lógica de la técnica, donde todo se reduce a cálculo y eficiencia. En este contexto, la verdad no es lo verificable, sino lo que se desoculta. Para él, la mentira política no es solo una falsedad, sino una forma de ocultamiento del ser. Aunque su lenguaje es complejo, su advertencia es clara: una política sin verdad es aquella que ha olvidado su fundamento ontológico.

Jürgen Habermas ofrece una alternativa concreta: la ética del discurso. En su modelo, la verdad política se construye en el diálogo libre de coerción, donde los argumentos se someten a crítica y verificación. La política verdadera no es la que impone, sino la que convence. En tiempos de polarización, su propuesta es más relevante que nunca: recuperar espacios deliberativos donde la razón pueda prevalecer sobre la manipulación.

José Luis Villacañas, desde una perspectiva más contemporánea, insiste en que la política debe recuperar su legitimidad a través de la historia y la crítica. Frente al populismo y la tecnocracia, propone una política que asuma su responsabilidad ética y se funde en la reconstrucción crítica de las tradiciones. La verdad, aquí, no es una fórmula, sino un compromiso con la justicia y la memoria.

Byung-Chul Han nos advierte que el exceso de transparencia puede ser otra forma de mentira. En la sociedad de la positividad, todo se muestra, pero nada se comprende. La verdad política, entonces, no se encuentra en la hiperexposición, sino en la capacidad de resistir el ruido y recuperar el silencio, la contemplación y la negatividad. Una política sin mentira no es imposible, sino una exigencia ética. Requiere instituciones racionales, ciudadanos críticos, espacios de diálogo y una profunda responsabilidad histórica. No basta verificar datos: hay que desocultar sentidos, reconocer al “Otro” y resistir la tentación de reducir la verdad a lo útil. La filosofía nos recuerda que la política, en su mejor versión, no es el arte de engañar, sino el arte de cuidar lo común.

Los resultados de las elecciones presidenciales de 2018 y 2024 fueron contundentes. Las urnas fueron la expresión legal y legítima de la voluntad popular. En ese mérito no encuentro razones para que la narrativa del poder público actual recurra a la mentira y negación al diálogo con la parte “del pueblo” que se abstuvo o que no votó por Morena, casi 60%, unos 60 millones de 100. Sus triunfos en modo déspota declinan la verdad como valor rector. Su narrativa ha sido tan eficaz como polémica. ¿Morena miente sistemáticamente? Sí, la respuesta no está solo en los hechos: la gasolina no cuesta 10 pesos, el sistema de salud no es mejor que el de Dinamarca, la seguridad no ha mejorado… Estas contradicciones entre discurso y realidad, además, edificaron el control del relato, la manipulación simbólica y la erosión de los contrapesos democráticos.

Morena no miente en el sentido clásico de falsedad puntual. Miente en el sentido estructural, construyó una narrativa que reemplazó la realidad. La mañanera en sus dos épocas, deja de ser un espacio informativo del Estado, para transformarse en un escenario partidista con su especial versión del país y ejercicio de poder. En este contexto, la mentira no es un error sino una estrategia de hegemonía.

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