En la actual administración federal hemos presenciado muchos cambios radicales.
Los cambios políticos son una consecuencia esperada de la democracia, especialmente cuando el grupo en el poder fue electo con una plataforma política que prometía ese golpe de timón radical hacia políticas públicas distanciadas de las implementadas en administraciones anteriores. Esa es la democracia: ensayo, error, aprendizaje y, en el mejor de los casos, memoria.
No obstante, el cambio del canal Once -que empezó sus transmisiones en 1959- de ser nuestro canal cultural a un canal de propaganda oficial, no era un cambio esperado y tampoco es un cambio conveniente. La dirección del Once es una cartera importantísima en el sector público por la responsabilidad educativa y cultural que tiene nuestro canal. No debe ser un vehículo propagandístico.
El canal Once es un patrimonio de México. Solía ser una ventana a la cultura, las artes y diversos rincones de nuestro país. Su programación nos mostraba una reflexión continua de los elementos que constituyen nuestra identidad pluricultural nacional y nos presentaba formas de entretenimiento pertinentes a la familia, de contenido de fondo y se alejaba de trivialidades y programas basados en las necesidades de la mercadotecnia. El Once era ajeno a programas supersticiosos y vulgares, estaba lleno de mensajes positivos y benéficos para todos, incluyendo sus breves mensajes temáticos “cuida la naturaleza”.
El “Once” cómo cariñosamente lo llamamos algunos, nos trae recuerdos de la niñez, de la juventud y de la vida adulta. Las frases de sus cortinillas definían bien su misión institucional, desde: “Canal Once, televisión que inspira”, “Nuestra historia está en el Once”, “Canal Once, por una cultura del agua”, hasta “Canal Once, el canal cultural de México”.
Uno de los grandes logros del Once fue contar con la programación llamada “Once niños”, la cual mantenía contenidos de entretenimiento de altísima calidad cultural, incluyendo producciones que le permitían a los jóvenes televidentes conocer programas de otros países y soñar SANAMENTE con otras formas de ver la vida, como en la serie británica “La bruja desastrosa”, también podíamos conocer más de nuestra propia niñez con “El diván de Valentina” y reforzar la creatividad con productos creativos –que hoy son clásicos- como “Babar” y la producción francesa “Cuentos de la calle Broca”.
Los fanáticos del Once, gozábamos programas culturales como: “La hora H” (con documentales interesantísimos) o “Historias de leyenda” hasta películas clásicas, en blanco y negro, salidas del baúl de la cultura del siglo XX, que solo podían verse en la Cineteca o en el Once, como “Vampyr”.
Muchos tuvimos curiosidad científica a partir de “El mundo de Beakman” y posteriormente con “In Vitro” y conocimos animales exóticos en: “Si los animales hablaran”. Pudimos conocer mucho de México y de temas de interés general en “D todo, con María Roiz” y aprendimos mucho de nuestro país con “Aquí nos tocó vivir” con Cristina Pacheco y aprendimos a conversar de temas que eran tabú, con “Diálogos en confianza”. El Once nos daba contenidos tecnológicos y hasta para conocer videojuegos que no todo mundo podía tener, y lo hacía con “Cybernet”. Podíamos conocer otros lugares y formas de vida del mundo, lugares lejanos, exóticos, a través de “Planeta único”.
El Once nos acercó a la música clásica y de orquesta y nos hizo a todos más cercanos al Instituto Politécnico Nacional. Nos enseñó que había oportunidades artísticas que no conocíamos o a las que no teníamos acceso únicamente con ir a la escuela, en la educación básica obligatoria.
El análisis político era sobrio y objetivo, se presentaba en “Primer Plano” de forma asequible y sin drama ni episodios escandalosos. Por supuesto, no se fomentaba el odio entre mexicanos ni la división social o el radicalismo. El canal Once era un medio mesurado y no un artífice político.
Relacionar al Instituto Politécnico Nacional con el Once era inspirador, pues representaba voces culturales que, sin el Once, no tenían oportunidad de dar difusión a su propia forma de vivir y hasta de estudiar, como en “A la cachi cachi porra”, donde competían en conocimiento alumnos de escuelas del IPN.
Aunque hoy tenemos algún contenido que honra al contenido clásico del Once, desafortunadamente nuestro querido canal se aleja paulatinamente de su vocación para ser un eslabón más de la maquinaria de propaganda política oficial. Alimentada por el resentimiento social y la desinformación, la ideología oficialista debe respetar al menos el espacio del Once, para que vuelva a ser el canal cultural de México, hogar de todas las voces y ventana al mundo para los mexicanos.