Dice un dicho, que somos dueños de nuestros pensamientos y esclavos de nuestras palabras. Con las redes sociales han incrementado la violencia verbal, las calumnias y las mentiras. Esto se debe, en parte, a la posibilidad de insultar o agredir a alguien cobardemente, detrás de un teclado, a veces en el anonimato, a veces con seudónimos, pero siempre a la distancia.
Para analizar un fenómeno social, es prudente que pase algún tiempo, para tener una mejor perspectiva de la situación, del contexto y mayores elementos de análisis. Por ello, hoy vale la pena analizar una infundada agresión que sufrió el embajador Christopher Landau, en territorio mexicano, cuando aún era embajador acreditado y en funciones.
Una usuaria de twitter identificada como ¨La mimosa jacobina¨ agredió al embajador Landau con este comentario:
¨Las redes sociales del #USAmbMex dicen mucho de la percepción del pueblo al que busca agradar. Nos concibe rudimentarios. Cree que alabaremos a cualquier extranjero blanco que coma nuestra comida y no desprecie a la gente común. Lo peor es que no está errado”.
Sin saber a ciencia cierta qué motivó el agresivo comentario, el embajador Landau siempre fue responsable y cuidadoso de su presencia virtual y real en México. Después de todo, siempre ha estado familiarizado con la tarea diplomática, ya que es hijo de un diplomático y domina el idioma español y el idioma francés. Cuesta trabajo creer que despreciaría a un pueblo cuyo idioma se tomó la molestia de aprender.
En las publicaciones del embajador, no hay –ni ha habido nada que objetivamente pueda prestarse a deducir que nos percibe ¨rudimentarios¨ o que cree que los mexicanos deban alabarlo por ser un ¨extranjero blanco¨.
Amén de la irresponsabilidad de acusar a un diplomático en funciones por hacer su trabajo, cabe preguntarse: ¿qué motivaciones existen para hacer una acusación tan seria pero infundada?
Además del racismo implícito en la expresión ¨extranjero blanco¨, queda patente un elemento cultural que la agresora no consideró: el carácter práctico y frontal de los estadounidenses.
Tal vez en México, por cobardía, ¨por no quedar mal¨ o por una mal llamada prudencia, un político varón no hubiese respondido a la agresión. Pero Landau es estadounidense y, como tal, respondió al comentario de la siguiente forma:
¨Disculpa que no sea lo suficientemente sofisticado para ti, con tu grado en Relaciones Internacionales. Obviamente tu gran educación y conocimiento del mundo te permitirían hacer un trabajo diplomático mucho mejor que las comunicaciones ¨rudimentarias¨ de este ¨extranjero blanco¨.
Como puede advertir el lector, el embajador no emitió una respuesta grosera. Creo que lo que lastimó el ego de la usuaria fue recibir una respuesta directa que no anticipó. Esta situación es un ejemplo de la necesidad de cuidar nuestras palabras, especialmente si se trata de agredir a otros.
Por supuesto, la publicación de la usuaria y la respuesta del embajador generaron controversias sobre la pertinencia de una y otra, en diversos sentidos. Lo dicho quedó en redes sociales, con base en el ejercicio del derecho a la libre expresión, como una experiencia en la que quedó patente el complejo de inferioridad.
Después de todo, el embajador Landau es egresado de Harvard, habla español, come comida mexicana y conoce bien al país, su idiosincrasia y su relación con los Estados Unidos. Ninguna de esas características amerita una insinuación como la que se le hizo.
¿Qué lecciones podemos aprender de esta experiencia?
Primero. Los diplomáticos acreditados en nuestro país son nuestros huéspedes y representan a un país extranjero. Bajo esa óptica, tenemos que ser absolutamente respetuosos y cautos en nuestra interacción con cualquier diplomático y, con mayor razón, frente a un embajador. No debemos dejarnos faltar al respeto nunca, pero el embajador Landau jamás le faltó al respeto a nadie.
Segundo. Debemos cuidar lo que decimos. Dice otro dicho mexicano que ¨a palo dado ni Dios lo quita¨. Por eso, aunque parece una verdad de perogrullo, otra lección por aprender es que, si agredimos o denostamos a alguien, esa persona puede responder y la respuesta podría no gustarnos.
Tercero. No pueden hacerse acusaciones sin pruebas. Para poder decir que una persona percibe una cosa o que pretende ser ¨alabado¨, deben existir pruebas contundentes. Lo demás es especulación e insinuación infundada.
Cuarto. La dignidad exige dar la cara. No se puede aventar la piedra y esconder la mano. Al que acusa le corresponde probar, teniendo presente que, a cada acción, le corresponde una reacción. No es bueno provocar a alguien para luego victimizarse con su reacción o respuesta.
Quinto. Las redes sociales deben usarse responsablemente. Muy diferente hubiera sido hacerle preguntas al embajador acerca de su plan de trabajo, los retos binacionales comunes, su postura ideológica acerca de algún acontecimiento histórico; vaya, preguntas pertinentes, en vez de exponer complejos propios confrontando a alguien por sus gustos gastronómicos.
En breve, la igualdad entre seres humanos de todo género y el respeto en nuestra interacción pueden resumirse con (otra) frase muy mexicana: ¨el que se lleva, se aguanta¨.