Canadá desafía a Israel con el reconocimiento del Estado palestino

Autor Congresistas
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Laura Ruiz

Canadá tiene la intención de reconocer el Estado de Palestina durante la 80a sesión de las Naciones Unidas, declaró Mark Carney en una conferencia de prensa. Francia y Reino Unido anunciaron en los últimos días su intención de reconocer un Estado de Palestina en septiembre.

Israel rechazó de inmediato esta iniciativa, que consideró parte de una “campaña distorsionada de presión internacional”. 

“Reconocer un Estado palestino en ausencia de un gobierno responsable, instituciones funcionales o un liderazgo benévolo, recompensa y legitima la monstruosa barbarie de Hamás el 7 de octubre de 2023”, afirmó la embajada israelí en Ottawa en un comunicado. 

La ofensiva israelí en Gaza se desató luego que militantes del grupo Hamás, considerado una organización terrorista por la Unión Europea y varias naciones, atacaron a Israel el 7 de octubre de 2023.

La decisión de Canadá de reconocer al Estado palestino marca un giro histórico en su política exterior, pero no ocurre en el vacío. Llega en un momento en que el conflicto israelí-palestino ha alcanzado uno de sus puntos más álgidos desde 1948, con una ofensiva israelí en Gaza que ha dejado decenas de miles de muertos y con Hamas aún presente como actor militar y político.

Aunque el reconocimiento esté condicionado —y probablemente no se materialice de forma inmediata si no se cumplen los requisitos impuestos por Ottawa— el gesto es poderoso en términos diplomáticos. Coloca a Canadá del lado de una tendencia creciente en Occidente: la de asumir que la solución de dos Estados necesita acciones políticas más decididas y menos retóricas.

El anuncio también revela cómo el conflicto palestino-israelí ya no es solo un tema de derechos humanos o geopolítica regional, sino un factor que empieza a cruzarse con agendas globales más amplias: comercio, alianzas estratégicas y opinión pública interna. Las declaraciones de Trump son una señal clara de cómo lo comercial y lo político se entrelazan en su doctrina, y cómo países como Canadá pueden pagar un precio económico por decisiones éticas o diplomáticas.

Internamente, Carney corre un riesgo calculado. El electorado canadiense está dividido, y aunque existe una simpatía creciente hacia la causa palestina —particularmente entre sectores progresistas y comunidades indígenas— el apoyo a Israel sigue siendo fuerte, especialmente entre grupos conservadores y parte de la clase política.

En el tablero global, Canadá no actúa solo. Al hacerlo junto a Francia, Reino Unido y otros países, refuerza una nueva narrativa internacional que busca presionar a Israel sin romper completamente los lazos. Sin embargo, si la Autoridad Palestina no logra cumplir con las condiciones impuestas, el reconocimiento podría quedarse en una promesa sin efectos prácticos, abriendo la puerta a una nueva frustración diplomática.

El anuncio es, en definitiva, un acto de posicionamiento en un momento en que el mundo busca redefinir su papel frente a uno de los conflictos más prolongados y sensibles del siglo XXI. Y como todo posicionamiento en política internacional, no es gratis.

La decisión del gobierno canadiense de reconocer al Estado palestino no puede entenderse sin observar el largo recorrido histórico de su postura en Medio Oriente. Aunque Canadá ha sido históricamente aliado de Israel y ha mantenido una posición cautelosa respecto al reconocimiento palestino, también ha sido promotor del multilateralismo y defensor del derecho internacional.

Durante el mandato británico en Palestina (1920–1948), Canadá no tuvo un papel protagónico, pero como miembro de la Sociedad de Naciones y del Imperio Británico, fue partícipe indirecto del entramado colonial que precedió al conflicto moderno. En 1947, Canadá votó a favor del Plan de Partición de la ONU que condujo a la creación del Estado de Israel, pero también al desplazamiento forzado de cientos de miles de palestinos, un punto que con los años se volvería cada vez más polémico.

Desde entonces, Ottawa ha equilibrado su política entre un apoyo casi incondicional a Israel y una asistencia humanitaria constante a los palestinos. La creación de la Autoridad Palestina en 1994, bajo los Acuerdos de Oslo, abrió una ventana de diplomacia constructiva que Canadá aprovechó para promover el desarrollo institucional en Cisjordania. Sin embargo, tras el estancamiento del proceso de paz y el ascenso de gobiernos conservadores en Canadá, el reconocimiento del Estado palestino fue descartado durante años.

El cambio actual representa, en términos históricos, una ruptura con ese enfoque gradualista y dependiente del consenso entre las partes. Es también reflejo de una frustración acumulada: el fracaso de décadas de negociaciones, la expansión de los asentamientos israelíes y las recurrentes crisis humanitarias en Gaza han debilitado la narrativa de que solo un acuerdo bilateral puede legitimar la existencia de Palestina como Estado.

Canadá no está solo en esta revisión histórica. Otros países occidentales, tradicionalmente reticentes al reconocimiento unilateral de Palestina, ahora están reconsiderando su papel frente a lo que perciben como una situación de impunidad prolongada. El reconocimiento no resuelve el conflicto, pero es un gesto político que desafía el estancamiento de las últimas décadas.

En perspectiva, este paso canadiense representa un intento de corregir una omisión histórica. Reconocer a Palestina no significa negar el derecho a la existencia de Israel, sino afirmar que solo un marco de equidad y soberanía compartida puede ofrecer una salida viable y duradera al conflicto. En ese sentido, el viraje de Canadá es tan simbólico como estratégico, y se inscribe en una relectura crítica de su propia historia diplomática en el escenario internacional.

Con esta decisión, Canadá se une a los más de 140 países que ya reconocen a Palestina como Estado, y marca un giro significativo en su política exterior, en un contexto internacional de creciente presión sobre Israel por su ofensiva en Gaza y la expansión de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este.

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