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El hondureño Rafael Heliodoro Valle fue becado por el gobierno mexicano para estudiar en la Escuela Normal de Tacuba, cuando el siglo XX estaba en su primera década (1907), prosiguió aquí mismo sus estudios hasta el posgrado en la Universidad Nacional de México.
Hizo de nuestro país su segunda casa, aportando en gran medida su erudición para el estudio historiográfico nacional.
Por su aportación intelectual a nuestro país se hizo acreedor de la Orden Mexicana del Águila Azteca.
Aparte de convertirse en un estudioso de nuestra cultura se desempeñó con gran tino en el periodismo y fue un asiduo colaborador de la revista de nuestra Máxima Casa de Estudios.
En tiempos que el poeta español León Felipe todavía no se exiliaba definitivamente en tierra azteca y estaba próximo a ser un combatiente más en la fatídica Guerra Civil de su patria, el también poeta se entrevistó con el autor de ‘Versos y oraciones de caminante’, diálogo que apareció en agosto de 1936 en la ‘Revista de la Universidad de México’.
Su encuentro versó, principalmente, en la odisea que la poesía lírica en castellano estaba pasando por esos días.
Tras referirle que para no variar su rutina, ese día, el hombre que mientras dormía llamábase Felipe Camino Galicia de la Rosa y a lo largo del día asumía el papel de León Felipe, también se despertó muy temprano, ya que siempre dormía poco.
Ese mismo día que lo encontró leyendo la ‘Historia de España’, de Menéndez Pidal, y cuya charla inició con el tema de actualidad, España, de la España que en palabras de su interlocutor “ya sentía latir la cruel tragedia”.
Entre varios tópicos salió a relucir el nombre de dos revistas ibéricas de gran renombre en esos ayeres, ‘Cruz y raya’ y ‘Tierra Firme’, momento que aprovechó León Felipe para subrayar que esta última hacía cosas mexicanas.
De ‘Cruz y raya’ refirió que en ella se trabajaba con mucho dinero y que era dirigida por quien fuera compañero de generación del poeta granadino Federico García Lorca, José Bergamín.
“Muy generoso es Bergamín, pero no sabemos si él es quien está dirigido ahora por un grupo de jesuitas, por más que tiene -eso sí lo sabemos- una gran habilidad jesuítica para darle a su revista un tono que no lo parezca, porque, por ejemplo, cuando se enteró de que (Rafael) Alberti era un poeta comunista, le editó toda su obra; y es que Bergamín abre las puertas a muchachos que tienen una ideología diferente a la suya”.
Poco después, dos nombres que a la postre resultarían Premios Nobel de Literatura brincaron en la plática, Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez.
Tras preguntársele si Neruda seguía siendo Cónsul de Chile en Madrid, quien fuera miembro de la celebérrima ‘Generación del 27’ respondió: “Neruda es un gran muchacho, un poeta que ha ido a España para servir de contrapeso a Juan Ramón“.
En una abrupta interrupción, a sí mismo, porque el rimador español sólo mencionó el nombre de Juan Ramón y no incluyó el apellido, Jiménez, espetó: “¡Juan Ramón Jiménez! Lo que pasa es que el apellido dice menos que el nombre. El apellido lo lleva alguien por allí, que es un mal hombre, un perdulario, de literatura tan falsa como su amistad. Pero no quiero seguirlo interrumpiendo. Juan Ramón, eso basta, porque hay ‘una inmensa minoría’ de lectores inteligentes”.
Al parecer, sin inmutación alguna por el abrupto, quien en su trayectoria “parte de un concepto trascendente del hecho poético y asume hasta las últimas consecuencias su compromiso ético y político social”, según se dice de León Felipe en la ‘Historia esencial de la literatura española e hispanoamericana’ (Edaf), continuó con su perorata: “Neruda no ha sido un hombre de definiciones. Él se ha visto casi obligado a defender la poesía impura, ya que Juan Ramón defiende la poesía pura. Es decir, yo no creo que haya poesía pura ni impura, ni mucho menos impura”, ya que, según él, quien antes de llamarse legalmente Pablo Neruda llevó el nombre de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto dijo alguna vez: “Bueno, puesto que estos hombres defienden la poesía pura, por ciertas actitudes, yo voy a decir que la palabra camisa pertenece a la poesía impura”.
Asimismo, hizo hincapié que Neruda hablaba de poesía impura, porque Juan Ramón estaba haciendo la pura. “Usted y yo sabemos que la poesía nunca será eso; pero que históricamente se produce el movimiento y el contrario, y eso es lo que hace andar las cosas. Adelante, pues, que todo lo demás es inmovilidad”.
Para rematar con su percepción acerca del autor de ‘Residencia en tierra’ de que no era un escritor de definiciones, recalcó que todo lo que tenía en su vocabulario tenía un valor lírico “siempre que se organice poéticamente y dentro de una categoría superior”.
En esa conversación, el coplista ibérico, que también incursionara en el teatro haciendo adaptaciones de Shakespeare y redactara dos obras, ‘La manzana’ y ‘El juglarón’ denotó la admiración que sentía hacia el Nobel chileno, puesto que para él, Neruda era por esos momentos el mejor poeta de América, por su actitud y su realismo, “que lo ha hecho un poco accesible”, pese a que León Felipe pensaba que aún no era un poeta integral, al estilo de Walt Whitman, pero poseía en opinión de este una calidad lírica incuestionable, aunque, paradójicamente, sintiera que en ese ayer no existía la lírica en el mundo.
“Creo que en el momento actual no hay lírica en el mundo (…) Aunque sí podemos decir que hay poetas líricos; y es que el momento no está para otra cosa que no sean problemas vitales, de vida o muerte, problemas, los terribles problemas…”
Sin dejar de lado al Nobel español retoma de nueva cuenta su persona al haber negado la existencia momentánea de la lírica por el impasse del conflicto fraternal próximo.
“No hay lírica, ni en España. Todos estamos recogiendo, solucionando, modificando un poco las cosas que hemos hecho; y nada más. Por eso ha venido la época de las ‘antologías’. Y en España no hay nadie que haga poesía lírica, pero nueva. Juan Ramón no hace nada ahora. Me atrevo a creer que es un poeta que se ha pasado”.
Al momento de un respiro por parte de quien fuera invitado a formar La Casa de España en México, su interlocutor, en manera de énfasis dijo: “Es decir, que se está repitiendo”.
De manera aprobatoria, el entrevistado confirmó la frase: “Exactamente, Juan Ramón tiene un defecto: ha escrito siempre dirigiéndose a lo que él llama desde las columnas de ‘El Sol’, de Madrid ‘la inmensa minoría’. Es todo el defecto que tiene su poesía. Un poeta no puede nunca dirigirse ‘a la inmensa minoría'”.
León Felipe fue muy crítico por esa actitud del autor de ‘Platero y yo’. “No está la dificultad en encontrar una imagen, en encontrar un verso, sino que está en crear la verdad organizadora, en explicar el mundo, es decir aquello que la poesía puede explicar. Si empezamos a ponerle reparos y a derivarnos hacia otras actitudes, pues entonces la explicación resulta casi un defecto de toda la poesía de hoy”.
El también traductor de ‘Los hombres huecos’ (‘The Hollow Men’), de T. S. Eliot, sintió que Juan Ramón Jiménez había sido el hombre que desintegró la poesía, por llegar a decir que cuanto más simplificada y más corta era mucho mejor, y así se lo expresó ese día a Rafael Heliodoro: “Ha llegado a decir que cuanto más simplificada y más corta es mucho mejor. Ha llegado a decir que el poema largo es un pecado, porque ahora vuelven todos los poetas al gran poema integral, y ahora nos encontramos con la dificultad del poeta de integrar, de organizar, y se vuelve a una disciplina de organización”.
Elucubró que, ante ello, el Nobel quiso organizar toda su obra, y sentenció que su obra no tenía unidad, “en el fondo no tiene unidad”.
Fundación León Felipe
¿Qué era para el vate español la lírica, en los años treinta?
En esa misma entrevista, le dijo a su interlocutor que, para esos momentos, la poesía era un sistema de señales, “una señal de hogueras que encendemos para que alguien nos vea. Sobre todo, en este momento de confusión, de terrible confusión”.
Complementaron su encuentro con los enfoques políticos de los pensadores de España y México y, obviamente, se finalizó con el acontecer ibero y su crítica situación que derivó en la dictadura franquista.