Greta Thunberg, Asperger y la ingenuidad peligrosa de la Flotilla Global Sumud

Autor Congresistas
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Myrna Bustos Pichardo

Greta Thunberg se convirtió en ícono mundial al denunciar el cambio climático con la fuerza de quien no admite excusas. Su condición de Asperger le dio esa claridad de pensamiento y la valentía de hablar sin filtros ante los poderosos. Pero lo que en el terreno climático fue virtud, en la arena geopolítica se ha convertido en una debilidad peligrosa.

La participación de Greta en la Flotilla Global Sumud, el intento de romper el bloqueo naval a Gaza, es un ejemplo claro de ello. Con la bandera de los derechos humanos y la narrativa de la ayuda humanitaria, Thunberg terminó prestando su nombre y su capital simbólico a una operación que, más allá de su envoltorio moral, encaja perfectamente en la estrategia propagandística de Hamas, organización terrorista que controla Gaza con mano de hierro.

Greta no habló de los túneles de contrabando, de las armas que ingresan ocultas en cargamentos, ni de los millones desviados por Hamas para perpetuar su poder mientras la población sufre. Prefirió la narrativa fácil: Gaza como víctima absoluta, Israel como verdugo absoluto. Ignorancia selectiva, voluntaria o no, pero con consecuencias.

Aquí no basta con decir “los civiles necesitan ayuda” —afirmación cierta, pero incompleta—. Cuando se lidera una acción internacional de alto impacto mediático, la omisión de la otra mitad del cuadro no es ingenua: es irresponsable. Greta, quizá sin proponérselo, se convirtió en portavoz involuntaria de un grupo que explota el sufrimiento humano para su propia supervivencia política y militar.

En México lo decimos claro: se aventó como el Borras. Y esa forma de actuar —moral absoluta, sin matices, sin información suficiente— no es inocua. Puede servir para denunciar el cambio climático, pero en conflictos armados puede costar vidas.

La pregunta no es si Greta tiene derecho a pronunciarse; claro que lo tiene. La pregunta es: ¿debe hacerlo sin entender el terreno que pisa? ¿Debe una joven con influencia global prestarse a ser ficha en un tablero donde los bandos no juegan limpio?

La Flotilla Global Sumud no llevó alivio real a Gaza, pero sí le dio a Hamas una victoria simbólica. Y Greta, en vez de fortalecer su papel de activista climática, salió desgastada y atrapada en una narrativa que no controla.

Su Asperger la empuja a ver el mundo en blanco y negro. Pero en Medio Oriente, los grises no son un lujo: son la diferencia entre ser un actor moral creíble o ser usado como peón por intereses que nada tienen de nobles.

Greta Thunberg, símbolo de una generación, debe decidir: ¿será la voz incómoda que incomoda a los poderosos por las razones correctas, o la activista que, por ingenuidad, se presta a la maquinaria propagandística de los poderosos equivocados?

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