Beto Bolaños
Durante décadas, la comunidad internacional ha defendido la idea de una solución de dos Estados como la vía más razonable y justa para resolver el conflicto israelí-palestino. La fórmula es conocida: la coexistencia pacífica de un Estado de Israel y un Estado Palestino independiente, que comparta fronteras reconocidas, viva en paz con su vecino y garantice derechos plenos a sus ciudadanos.
Sin embargo, esa visión se aleja cada vez más de las condiciones reales del terreno. Lejos de ser una solución factible, la creación de un Estado Palestino, tal como están las cosas hoy, plantea más interrogantes de seguridad, gobernabilidad y viabilidad que respuestas claras.
La trampa del voluntarismo diplomático
La narrativa de “los dos Estados” ha sido repetida hasta el cansancio por organismos multilaterales, potencias globales y medios internacionales. Pero buena parte de estos discursos omite un detalle esencial: no existen las condiciones políticas, ni internas ni externas, para que ese Estado funcione como un ente pacífico, estable y legítimo.
El peso de Hamás: un gobierno sin intención de paz
Desde 2007, la Franja de Gaza está controlada por Hamás, un grupo islamista que combina estructuras de gobierno con tácticas terroristas. Financiado en gran medida por Irán, ha convertido el territorio en una plataforma militar con una agenda clara: no la construcción de un Estado viable, sino la destrucción del Estado de Israel. Su historial incluye miles de cohetes disparados contra civiles, uso de escudos humanos, manipulación de la ayuda humanitaria y una carta fundacional (aunque reformulada) que rechaza la existencia misma de Israel.
Pensar en un Estado Palestino con Hamás en el poder equivale a imaginar un vecino armado que ha jurado destruirte.
Un liderazgo dividido, sin legitimidad ni cohesión
La otra cara de la política palestina, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), gobierna partes de Cisjordania pero sufre de profunda deslegitimación. No ha convocado elecciones libres desde 2006, enfrenta acusaciones de corrupción y no ejerce ninguna influencia sobre Gaza. Palestina hoy no es un proyecto nacional, sino una fragmentación política con liderazgos enfrentados, sin hoja de ruta común ni autoridad legítima unificada.
Israel: entre el derecho a existir y el derecho a defenderse
Israel, por su parte, ha visto cómo la retirada unilateral de Gaza en 2005 —destinada a abrir camino hacia la paz— derivó en la instalación de un régimen hostil en sus fronteras. Exigirle ahora que facilite un Estado Palestino sin garantías mínimas de desmilitarización, sin compromisos firmes de paz y sin liderazgo interlocutor, no es realismo político, sino una forma de presión que ignora su derecho legítimo a la seguridad.
La geopolítica detrás del conflicto
Detrás del estancamiento no sólo hay errores internos. El conflicto es también un campo de batalla indirecto entre potencias: Irán apoya y arma a Hamás, mientras algunos países árabes moderados —como Egipto, Jordania o Emiratos Árabes Unidos— buscan frenar su expansión y han optado por normalizar relaciones con Israel. Esta fractura en el mundo islámico también debilita la idea de una solución conjunta y consensuada.
¿Paz duradera o proyecto fallido?
La paz no puede construirse sobre estructuras autoritarias, agendas violentas y liderazgos divididos. Cualquier intento de reconocer a un Estado Palestino en las condiciones actuales corre el riesgo de institucionalizar el conflicto, no de resolverlo.
Un verdadero proceso de paz requeriría, como mínimo:
- La desarticulación de Hamás como actor político-militar.
- Una renovación democrática del liderazgo palestino.
- Garantías internacionales firmes de seguridad para Israel.
- Un proceso educativo que desmonte la cultura del odio en ambos lados.
Conclusión
La creación de un Estado Palestino no es, en sí misma, la solución. Podría serlo algún día, pero solo si nace de condiciones de responsabilidad, desmilitarización, legitimidad democrática y voluntad de coexistencia.
Insistir en esa meta sin abordar los riesgos que hoy la rodean no es apostar por la paz, sino por un espejismo que podría costar aún más vidas.