Darío Mendoza A
Hay imágenes que definen una era. La caída del Muro de Berlín en 1989, con multitudes celebrando la reunificación de Alemania, marcó el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Fue el ocaso de un experimento aterrador que, como dijo el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, se sostenía en un ciclo de “violencia y mentiras”. Europa del Este abrazó entonces la libertad económica y democrática, mientras el mundo soñaba con un nuevo orden global basado en el libre comercio y la cooperación internacional.
En los años 90, las élites globales promovieron un “Nuevo Orden Mundial” fundamentado en el libre comercio y el arbitraje de organismos supranacionales como la ONU, la OMS, la OMC o la FAO. Sin embargo, esta visión utópica nunca se cumplió. China, en particular, aprovechó las reglas de la globalización para convertirse en una superpotencia económica sin adoptar las libertades democráticas de Occidente. Con un partido único que controla una economía capitalista dirigida por el Estado, China dominó los mercados globales gracias a su mano de obra barata y su capacidad de producción masiva. El libre comercio, en la práctica, fue un juego con reglas desiguales.
El 1 de septiembre de 2025, una nueva imagen marcó el inicio de una era multipolar. En la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, China, los líderes de Rusia (Vladímir Putin), China (Xi Jinping) y la India (Narendra Modi) posaron juntos, simbolizando la consolidación de un bloque que desafía la hegemonía occidental. La OCS, que incluye a países como Irán y varias naciones de Asia Central, representa una alianza con peso económico, militar y demográfico. Este trío de potencias, con arsenales nucleares y ejércitos formidables, está redefiniendo el equilibrio global.
Mientras Occidente promovía la idea de que reducir la población traería prosperidad, las potencias emergentes de China, Rusia e India, con más de 3,000 millones de habitantes combinados, han reconocido el valor estratégico de sus grandes poblaciones. En contraste, Europa enfrenta un declive demográfico que amenaza su relevancia geopolítica. Según proyecciones, la Unión Europea perderá 49 millones de trabajadores en edad laboral para 2050, lo que está generando escasez de mano de obra, estancamiento económico y una creciente irrelevancia en las decisiones globales. Como advirtió recientemente el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, Europa parece estar cometiendo un “suicidio demográfico”.
La cumbre de Tianjin no solo simboliza un mundo multipolar, sino también el auge de regímenes autoritarios que combinan economías capitalistas con un control político absoluto. Estas naciones, lideradas por burocracias centralizadas, buscan no solo dominar sus regiones, sino proyectar su influencia a escala global. Sorprendentemente, algunos en Occidente observan este modelo con una fascinación inquietante, que nos recuerda al ser mitológico de “La Quimera” que al matar a sus víctimas, estas caían con un extraño “furor de alegría”.
La imagen de Tianjin marca el fin del mundo unipolar liderado por Occidente y el nacimiento de una nueva era donde China, Rusia e India juegan un papel central. Mientras Europa se desvanece en la irrelevancia y Estados Unidos enfrenta el desafío de mantener su influencia, el mundo multipolar plantea preguntas urgentes: ¿puede Occidente recuperar su dinamismo? ¿O estamos presenciando el ocaso de su liderazgo? Solo el tiempo dirá si esta nueva configuración traerá estabilidad o un conflicto aún mayor.