Los escritores jóvenes suelen caer en la tentación de ser tremendistas para exagerar la importancia de su verdad (aquella que le quieran compartir al lector, da igual si es individual o universal, filosófica o biográfica). Pocos son los que pueden usar un lenguaje teratológico y una intencionalidad visceral de manera justificada, porque lo amerita la historia, la situación, el tema. En este último caso está, a mi modo de ver, Fernanda Ampuero.
La nostalgia por los sucesos ocurridos en la infancia, vistas desde una perspectiva alejada del suceso en sí, permite la generación y la construcción de historias llenas de pasajes adornados de sangre y decoraciones de locura clínica. La relación con nuestros contemporáneos, con nuestros familiares, con nuestro entorno en general, a veces genera las mejores utopías y las peores pesadillas. Como dice la célebre pintura de Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”. En este caso, la violencia está marcada por un elemento de familiaridad, y ese abuso es el peor, porque se supone que los padres, los hermanos y demás figuras filiales son los primeros protectores de los niños, las niñas, las mujeres y en general, de los menores.
Ningún lector serio debe obsesionarse demasiado por saber qué partes de los relatos son parte de la biografía de la autora, qué parte son anécdotas de oídas, y qué parte está extraída de otras cosas que ella misma halla leído, visto o soñado. Lo importante es que logra captar la esencia de la agresión, el abuso, la traición, la locura y la culpa, de manera que nos hace sentir incómodos, porque no podemos evitar entenderla, y eso la hace una excelente escritora, pues comunica lo que quiere, con el volumen que quiere, muy a pesar del lector que pueda ser descafeinado o políticamente correcto.
Sus historias son inquietantes, donde los actos encarnizados en sintonía con añoranzas por los tiempos perdidos y los recuerdos de los seres que nos acompañaron y modificaron nuestra humanidad, por lo general para mal. A través de los 13 episodios que conforman la obra, se muestra la explotación de lo vulnerable y de los miedos que las personas pueden presentar cuando se encuentran en una situación que rebasa sus límites, como es el caso de “Subasta”, un secuestro múltiple pone a una mujer y al resto de quienes la acompañan, en manos de sus captores, los cuales terminan perdonándole la vida y soltándola por emular el comportamiento de los gallos destripados que llevaba y traía de niña. Las películas de terror y el efecto que estas causan en el espectador son la amalgama que une la relación de dos hermanas con su niñera, así como su interpretación de estas por la sexualidad en “Monstruos” dejando como advertencia una frase recurrente muy latinoamericana “Hay que temerle más a los vivos que a los muertos”. El padre y el patrón como abusador sexual, un clásico.
La repostería temática que ejerce doña “Griselda” en su barrio, en el cuento del mismo nombre es la antesala de un suceso catastrófico que impacta y marca a una niña, que seguramente luego no pudo disociar los pasteles de los cadáveres. La curiosidad y el despertar sexual en “Nam” involucra la obsesión del personaje principal, una adolescente, por unos hermanos mellizos (hombre y mujer) y el estrés postraumático del padre, que para efectos discursivos y cotidianos murió en la guerra, hasta que la traición de los esfínteres hace que la protagonista entre a la recámara avinagrada donde caga, literalmente, sus sueños y la alfombra.
La temática de gemelos continúa en “Crías”, donde una frase sintetiza la tragedia: “las personitas nos habíamos convertido en personas. El daño ya estaba hecho”. El canibalismo materno animal y el reencuentro que tiene una mujer con el hermano freak de sus mejores amigas en la infancia (gemelas) rememora su despertar sexual y como esta se relaciona con la instintiva crueldad que posee la naturaleza. Adentrándose más en la naturaleza animal y en el despertar sexual, un niño se relaciona de manera incestuosa con su madre en “Persianas”, objeto que es utilizado con frecuencia para resguardar la secrecía en el lugar donde pasaba los veranos. Quizás ese sea el único elemento que es demasiado recurrente para su propio bien, el incesto. Si bien algunos dicen que hay que ir “más allá del incesto” para encontrar el significado de los relatos, lo cierto es que es un tema demasiado fuerte como para ponerlo en segundo o tercer plano. No está mal, simplemente acaba opacando otras sutilezas que seguramente también están ahí.
La complicada relación tan posmoderna, tan latinoamericana de nuestra era con la religión, la vemos en el cuento “Cristo”. Una pequeña niña desde una edad temprana asume que los premios y los castigos son asignados por un ente superior y que estos dependen de la sumisión que tengamos con este. La línea entre la fe y la superstición se cruza todo el tiempo en los pueblos con historias tristes. En “Pasión” de nuevo los tintes religiosos aparecen. Unos abuelos se hacen cargo de su nieta, la cual ha sido abandonada por la madre, que según la opinión popular cambia la relación que pudo tener con su hija, para emprender su busca de placer sexual, esto provoca que al crecer la pequeña acumule resentimientos, los cuales desembocan en actos oscuros hacia sus abuelos.
Un volado de sentimientos, ¿celebrar o hundirse en el mayor dolor una muerte?, se revela en “Luto”, la ambivalencia que dos mujeres tienen ante la partida definitiva de su hermano, el cual mostró en vida actos atroces y de violencia sobre ellas, con el pretexto de expulsar la presencia demoníaca del comportamiento de una de las hermanas.
La limpieza excesiva en superficies que jamás quedarán inmaculada ni puras una mujer extranjera, fantasea en la suite del hotel en el que se hospeda, pensamientos de este tipo, acompañados de su decadencia como mujer atractiva y la anti-lujuria que supuestamente provoca a los hombres que la rodean, “Cloro” relato en que un simple acto de mantenimiento a una piscina proyecta la autoflagelación femenina. Como acto culminante se encuentra “Otra”, el recuento mental y el reclamo silencioso de una mujer, que al realizar la compra en el supermercado, repudia el acto de escoger los insumos que su marido requiere para sobrellevar su existencia, al llegar a la frontera final que es la caja, es despertada por la realidad.
En Pelea de Gallos los personajes parecen ser el resultante de tres fuerzas: la nostalgia, el trauma y los impulsos primitivos. Las configuraciones donde estas fuerzas interactúan son, por diseño, incómodas y desafiantes para quien asume que lo civilizado es pacífico: la familia, los grupos de amigos, las mesas repletas de gente bien educada. Es un extraordinario libro de cuentos, con un efecto (unitario) memorable.