Eber Omar Betanzos Torres e Israel González Delgado
La antología del cuento dominicano intitulada “Sin pasar por go”, prologado por Lorgia García Peña, no tiene desperdicio. A diferencia de aquellos que son meros ejercicios de autocomplacencia para celebrar libros que, siendo innecesarios, o de garabatos burocráticos para salir del paso (sobre todo cuando el prologuista es más famoso que el autor), el texto introductorio de García es un verdadero ensayo sobre lo que representan las antologías, el valor de reunir en un objeto de exploración distintos autores que se encuentran en una diáspora, y los rasgos involuntarios que adquieren los dominicanos que han pasado largo tiempo en capitales culturales tan ambivalentes como Nueva York. No es entonces por comodidad sino por obligación, que incluimos algunas de las ideas contenidas en esas primeras páginas, que compartimos y suscribimos.
Hasta para aquellos que renegamos de la literatura con intencionalidad política, es innegable que existe una política cultural, y no es la que establece el Estado como directriz de apoyo gubernamental a la producción artística, sino aquella que hacen las camarillas y los influyentes de una época y un tiempo determinados, para que sean unos y no otros los que se consagren como grandes intelectuales o críticos respetados.
Las antologías suelen ser, dolosa o culposamente, un reflejo de la preeminencia de un grupo sobre otros, y para los autores incluidos en ella, un carnetde acreditación de pertenencia a una mafia cultural. La compilación que hoy comentamos está integrada por autores que serían marginados, seguramente, bajo los criterios tradicionales: autores diaspóricos, mujeres, queer y representantes de generaciones que apenas están dibujando su semblante como para ser concebidos y categorizados.
El carácter de dominicano (la “dominicanidad”) se construye en oposición a un entorno que, hostil o amigable, no deja de ser ajeno. En la obra más conocida de los últimos tiempos de un autor asumido como dominicano, Junot Díaz (que no viene en esta antología) nos proyecta la percepción que del dominicano se tiene en los Estados Unidos, y en su propia comunidad, con una identidad cargada de estilo propio, sex appeal y manierismos que lo vuelven memorable. En estos autores, se trata de comprender lo que es propio a partir de la diferencia, de las miradas que son de complicidad, desprecio o perplejidad de quien los ve como extraños (extranjeros, en el sentido más estricto). El tema de la integración a una nueva sociedad (Nueva York pero también Escandinavia) y la necesidad de elegir qué cosas conservar de la patria antigua o paterna, es una tensión común en la literatura que se hace desde el exilio, pero cada generación y cada idiosincrasia provoca resultados distintos, y por ello dignos de ser estudiados por separado. Los de República Dominicana del siglo XXI no son la excepción.
En “Caine”, un modesto botones de hotel es primero importunado, luego maltratado y por último rescatado por un joven cuya falta de años ha sido suplida por la brutalidad para navegar en las aguas del crimen organizado (como hay tantos); en “Kalimán” nos asomamos a la vida de una niña con hepatitis que lee el Quijote y aprende, ella misma, a vivir en varias realidades como mecanismo de defensa ante el tiempo robado por la enfermedad; “El trompo” nos presenta a un niño que, literalmente, puede girar sobre su eje hasta perforar la tierra. Es un ejercicio de literatura fantástica a la manera de los que hacía Juan José Arreola en las épocas del confabulario, donde los autores estaban más preocupados por explotar la imaginación que cualquier agenda política (y se agradece); “Bugarrones” nos permite acompañar a dos dominicanos que aparentemente no se dicen nada o casi nada, pero con su lenguaje corporal y sus modismos compartidos de la antigua patria entablan una comunicación íntima. Este relato en particular es interesante porque nos recuerda las posibilidades del lenguaje compartido entre culturas y subculturas, que no desaparece y que se vuelve un punto de encuentro irrefutable, un desafío al cosmopolitismo anglosajón, puesto que sobrevive y se transmite por generaciones bajo las narices de la aplastante hegemonía del inglés y los dólares; Southern Comfort nos confronta con la incómoda imagen de los hijos que se han hecho una vida cómoda gracias a las oportunidades que recibieron de sus padres migrantes, y para quienes estos se han vuelto un inconveniente logístico y económico, que sienten alivio con la muerte del padre porque dejará de dar molestias, y voltean hacia otro lado mientras un charlatán de la espiritualidad (un sujeto que destila falsedad hasta en el nombre, el Profesor Polonius) enajena y obnubila a la viuda, que es también su madre; en “Anestesiada”, se narra con el lenguaje más ingenuo y auténtico de una niña entrando en la pubertad, la normalización del abuso sexual por parte de un médico a quien la madre de familia le pone en bandeja de plata a la víctima, y donde los traumas y las somatizaciones quedan ocultas bajo la falta de escrúpulos de un violador con diploma; “La mano que me toca en la noche” explora temas semejantes, de incesto, abuso sexual cotidiano, indefensión y confusión de una niña cuyo desarrollo psicosexual está definido por la cohabitación y violación sistemática del padre, pasando por la culpa de la víctima que cree “haber despertado al monstruo que vivía en el abusador”. Luego de casi 20 años de violencia reiterada, y a la manera más clásica de los cuentos del siglo XIX, en una vuelta de tuerca ella mata al victimario y nos enteramos de que la mano que la acaricia, de la que está enamorada, es la de su hermano, que planeó con ella la venganza. Es, parece decirnos el relato, un ejemplo de sistema que se autoreproduce, donde la brújula moral no existe y las emociones viven en un limbo impenetrable para cualquiera que no haya compartido esas vivencias. El incesto es un tema recurrente también en otros cuentos, como el de “Salud”, donde la trama es un pretexto para la creación de un personaje exótico, un geek infantil y obeso, que por alguna razón es a la vez inocente, pervertido, inconsciente, reflexivo, físicamente indestructible y objeto de deseo de su hermana.
Esta antología de narrativa dominicana contemporánea no tiene miedo de mostrar los defectos humanos y las abominaciones a las que puede llegar cualquier persona dado un entorno, una circunstancia, o una decisión, siempre escalofriantes porque, hacia afuera, las situaciones y los personajes parecen inofensivos e integrados a su comunidad. Los cuentos son más efectivos para generar terror que otros géneros literarios porque sólo nos permiten asomarnos un instante a otras vidas, ver por una rendija una historia en desarrollo, sin ver su origen ni su final, y en ese breve tiempo, fácilmente nos convencemos de que los monstruos y los gritos de auxilio estándiariamente entre nosotros.