Congresistas

Comentarios sobre Anabel Hernández en la presentación de su libro “La historia secreta”.

A principios de diciembre de 2024, Anabel Hernández presentó su libro “La historia secreta” en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara.

Su pasión y su inteligencia son brutales. Encarna la tenacidad y la pulcritud en la profundidad y la organización estructural de sus investigaciones. Es clara en la exposición de sus ideas y en los papeles que juegan los protagonistas de su libro en sus interacciones. 

Anabel hizo varias aseveraciones sobre la corrupción en varias administraciones presidenciales, (desde Fox) no solo en la de AMLO y, sobre todo, dijo algo que debe resonar en todos los mexicanos: “cuestionar al poder presidencial es fundamental”. En esta crítica, Anabel propone que los mexicanos busquemos otros modelos de desarrollo democrático y político en nuestro país. Y que enterremos al poder presidencial. Tiene razón. Darle tanto poder a alguien es simplemente negar que somos responsables de nuestra propia república. 

Mencionó que “es demasiado pode para un solo hombre o para una sola mujer”. Y mencionó que el poder presidencial se ha entregado al crimen organizado. La pregunta que es objeto de esta columna es ¿por qué?

La respuesta es histórica, es cultural y es práctica.

Los mexicanos tenemos una carga histórica de dependencia y de falta de iniciativa. Nuestro territorio ha sido más tiempo un virreinato que un país independiente. A los mexicanos se les acostumbró a que alguien más les dijera que hacer. Ya sea el tlatoani, el Rey de España o algún cacique local. La iniciativa y el espíritu pionero del que son herederos los estadunidenses, no existe en el bagaje histórico mexicano. Aunque duela y lastime el ego de los patrioteros.

Desde el punto de vista cultural, los gobiernos del México independiente siempre fueron omisos en fortalecer la educación y la alfabetización de la población. Fomentaron la superstición, supercherías y el pensamiento mágico-religioso, disfrazado de tradiciones. La cultura nacional se deriva de nuestra historia, y nuestras interacciones llevan una inercia de esa cosmovisión dependiente y atenida. La estratificación social mexicana, particular a su propia coyuntura, deriva de una sociedad de castas y siglos de discriminación, tanto de la matriz prehispánica como de la matriz ibérica. Como en las castas una minoría detenta el poder y una mayoría obedece, -en su estratificación inferior-, aunque hoy esa distinción formal no existe, la percepción de castas y de grupos dominantes sobre dominados prevalece y la mayor parte del pueblo está predispuesta a seguir los designios de un líder y no a ser ciudadanos responsables del destino de su república. Tal vez muchos ni siquiera se sientan merecedores de los derechos y las obligaciones que conlleva la ciudadanía. Lo que importa en México es comer y reproducirse, como en las granjas.

Desde el punto de vista práctico, en México somos expertos en las simulaciones. Sabemos que tenemos ciertas instituciones, pero el funcionamiento de las instituciones mexicanas se puede resumir con un buen dicho popular: “con dinero baila el perro”; y tan es así, que los mexicanos, desde el punto de vista práctico y de la gratificación inmediata, estamos dispuestos a sacrificar la sana operación institucional de nuestro país con tal de obtener un beneficio individual inmediato. En buen español mexicano: “no hay pedo, que los demás se chinguen”. Esta frase entrecomillada, resume mucho de la lógica del pensamiento popular nacional. Bajo esa misma óptica, quien sea que ocupe el cargo de presidente de México, conoce su propia realidad colectiva. Esta es la razón fundamental por la cual los presidentes de México optan por colaborar con el crimen organizado. Es decir, como el presidente concentra todo el poder, el crimen organizado solo tiene que dominar a esa sola persona. Una vez dominando a esa persona, dominan a la mayor parte del país. ¿Qué alternativas tienen los presidentes? No muchas. Como mexicanos, saben que el estado de salud de nuestras instituciones es precario y que, esa tendencia cultural a la corrupción, puede comprar la lealtad de guardaespaldas y protectores que traicionarían su misión de proteger al ejecutivo por dinero. Y, como decimos en México: “como el miedo no anda en burro”, los presidentes se van “a la segura”, y mejor colaboran con el crimen en vez de confrontarlo, porque las instituciones son tan débiles que saben que es una lucha que perderían, como la perdió Calderón.

Lo anterior explica por qué los presidentes siempre optan por el camino sucio y fácil. Primero, para conservar su vida y su poder. Segundo, para enriquecerse y, tercero, porque si optaran por una opción distinta, saben que las instituciones jurídicas y política del país son tan débiles, que terminarían por perder después de solamente desgastarse. Para resumir, como lo dijo El Padrino, de Mario Puzo: recibieron una oferta tan buena que no la pudieron rehusar.

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