Congresistas

El peso de la diplomacia Latinoamericana. De la debilidad a lo ínfimo.

Con la nueva administración del Presidente Trump en los Estados Unidos, llega una dosis brutal de realidad que se impone con fuerza a la ideología fantasiosa de los gobiernos Latinoamericanos, en especial con los gobiernos de izquierda, que arengan a la gente a ser combativa y a evitar la colaboración internacional, usando como base el resentimiento histórico y el falso patriotismo.

Como Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump tiene que velar por el mejor interés nacional de su país. Esa es su obligación constitucional. Su plataforma política siempre fue clara. Considera a la migración ilegal una amenaza a la seguridad nacional estadounidense. Por supuesto, tiene razones de peso y de sobra: la presencia de las pandillas, traficantes de drogas y la violencia. Observemos algo adicional. Si el lector busca en internet a los 10 fugitivos más buscados del FBI y de Texas, se llevará una dosis de incómoda realidad.

El mito fomentado por los gobiernos Latinoamericanos es verdaderamente cruel: Los migrantes ilegales trabajan mucho, reciben poca paga y solo desean trabajar y tener una mejor vida. El problema es que todo estado de derecho exige orden y, por supuesto, el deplorable estado de derecho en la mayor parte de Latinoamérica ve con enojo y agrias críticas algo que escasamente existe en esa región: el respeto por la ley.

Primero: Estados Unidos no le ha cerrado la puerta a los migrantes. Existe un procedimiento legal para buscar migrar a los Estados Unidos de forma legal. Todos tenemos que entender que EEUU es un país de leyes y que ahí las leyes si se respetan. Esta es la principal diferencia con Latinoamérica donde las leyes tienen la flexibilidad que les brinda el grupo político en el poder en turno, y no la rigidez que requiere la certeza jurídica de las democracias modernas.

Segundo: Entrar a EEUU ilegalmente es un delito. Punto. El fenómeno migratorio Latinoamericano también responde a una ideología y una visión que no tiene lógica: “si otro tiene más, me debe de dar a mí, en automático”.  El verdadero problema es preguntarse: ¿por qué las poblaciones no les exigen a sus propios gobiernos mejores condiciones de vida? ¿por qué la gente no lucha por sus países que tanto dicen amar y prefieren mejor pedirle a alguien ajeno que resuelva sus problemas? La respuesta es porque la ciudadanía responsable es escasa en Latinoamérica, donde abundan la ignorancia y la indiferencia para los temas políticos y de interés público. Por un lado, es abrumadora la indiferencia a la responsabilidad ciudadana y, por otro lado, la gente prefiere la apatía a la responsabilidad que implica hacerse cargo del destino común de sus propios países.

Tercero: El combate al crimen transnacional debería ser una responsabilidad compartida. Los EEUU han hecho su parte, pero no cuentan con ese apoyo en los gobiernos Latinoamericanos. Piense el lector con la cabeza fría: ¿cuántos políticos Latinoamericanos terminan sus mandatos para mágicamente escapar al concluirlos a países extranjeros con fortunas incalculables? ¿De dónde viene ese dinero?

El problema del consumo de drogas ha alcanzado proporciones inimaginables en los EEUU y, la presente administración de Donald Trump, no solo va a combatir a los carteles que, por años y bajo el escudo (o la excusa) de la soberanía, Latinoamérica ha sido omisa o incapaz de combatir. 

El mundo sigue cambiando vertiginosamente, y el Presidente Trump va a mandar un mensaje al mundo: Ya no se puede abusar de la generosidad de los Estados Unidos. Póngase el lector un segundo en los zapatos del contribuyente fiscal estadunidense: ¿cuánto dinero se destina a personas que dicen buscar asilo y que realmente no están en la hipótesis legal del asilo humanitario, sino únicamente buscan quedarse en los EEUU, engañando al sistema?

Todos los seres humanos merecemos una buena vida y buenas oportunidades, pero EEUU no puede resolver los problemas de todas las personas. Fue el propio dictador Fidel Castro quien decía que los países deben desarrollarse por sí mismos y por sus propios esfuerzos. Entonces, ¿dónde está ese esfuerzo de la gente para desarrollar a sus países que tanto dicen amar?

Las deportaciones son la puesta en marcha de la política pública anunciada con bombo y platillo del Presidente Trump. No son una sorpresa. Implican además un mensaje de respeto al liderazgo de los EEUU en una etapa en la que se requiere ese liderazgo efectivo. Recordemos que, bajo la administración anterior, comenzó la invasión a Ucrania y el ataque terrorista del 7 de octubre a Israel. Estos acontecimientos, planeados, tuvieron un elemento de cálculo que incluía como factor a la potencial reacción de los EEUU. Putin y los terroristas, respectivamente, calcularon que la debilidad de la administración anterior, haría que la respuesta de EEUU fuera débil. Y así fue. El Secretario de Estado Blinken fue incapaz de resolver esas crisis diplomáticas y el mundo vio aumentar el riesgo de un conflicto global. 

Para EEUU y para el mundo, es importante que el mensaje de nuevo liderazgo se escuche. Esa es la estrategia de Trump, fortaleza y el priorizar su mejor interés nacional, a través de la frase popular: “America First”. Para la comunidad internacional, en especial en Latinoamérica, debe entenderse que la población debe exigirles a sus propios gobiernos que resuelvan sus propios problemas. Estados Unidos no es la panacea y la población Latinoamericana no es tan solidaria entre sí como nos dicen los medios. La mayor parte de latinos que pudieron votar en las elecciones estadounidenses, lo hicieron por Trump, demostrando, entre otras cosas, que esa solidaridad es un mito. Que ellos tienen derecho a estar en EEUU, pero otros ya no. ¡Qué grado de vileza!

Los líderes populistas Latinoamericanos sobreestiman sus capacidades cobijados en sus foros y rodeados de sus aplaudidores ávidos de hueso. A veces, arengan, provocan e insultan, en lugar de colaborar y entender que la diplomacia es un juego de intereses y de colaboraciones, que combina el interés nacional con el interés regional. A Gustavo Petro, le tocó aprender la lección de los bocones a la mala. Hizo el ridículo tratando de pelearse con Trump, y aprendió con una amarga dosis de realidad que su estatura, el peso de la diplomacia y la economía de su país en relación con EEUU, y sus arengas patrioteras solo lo hicieron retirarse y desdecirse de su orgullo nacional humillado y corregido. Le abrieron los ojos a la mala, pues. Tal vez con esto aprenderá a ser menos reactivo y menos ignorante de su obligación de recibir a sus propios ciudadanos deportados, quienes tienen un derecho absoluto e irrestricto de regresar a su propio país de origen.

Esperemos que en México quepa la prudencia y la sobriedad en la política pública. Todo tiene un límite en la vida y, para la actual administración de los EEUU, el límite de la migración ilegal se ha alcanzado. Ojalá México decida adecuar su legislación e incentivos fiscales, mejorar su seguridad pública y la calidad de sus instituciones de educación, para que la gente no tenga que irse a otro país a ser maltratada. 

En el fondo, la gente toma el riesgo de ser “maltratado” en EEUU en vez de ser “maltratado” en su propio país, ya que EEUU, -con todas las críticas de la izquierda-, les ofrece mejores oportunidades a las personas. Entonces no es tanto el humanismo lo que se defiende, sino las remesas que la gente envía a sus países de origen, y de las que se benefician los gobiernos expulsores de personas. Así las cosas, es momento de que Latinoamérica piense y estructure de nueva cuenta su estrategia diplomática y su obligación de colaborar a nivel internacional, y no sólo de usar la soberanía como excusa para mantener sus manejos políticos “en lo oscurito”. Petro fue el primer humillado, ojalá que otros aprendan la lección y se eviten la misma pena.

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