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Los diagnósticos sobre la forma de mejorar nuestro país salen todos los días. Recomendaciones genéricas que, ni se convierten en ley, ni se convierten en política pública. No obstante, la mayoría de los mexicanos con educación suficiente para formarse un criterio real y responsable, pueden coincidir en que el problema principal de México es de naturaleza educativa.
La educación en México ha sido presa de políticos sin escrúpulos y de sindicatos oscuros que han servido de comparsa a los políticos para evitar que la educación en México sea competitiva a nivel internacional y que, en consecuencia, el voto de sectores populares pueda obtenerse con manipulaciones mercadológicas o con dádivas menores, como mochilas, playeras o despensas, porque en la educación en México no se enseña el valor de la dignidad. Se enseña el odio y el resentimiento contra españoles y la envidia contra estadounidenses y europeos porque “les va mejor”, pero no se enseña lo que es, en verdad, la dignidad.
Todos los mexicanos padecemos el mismo ciclo de problemas: profesionistas o prestadores de servicios incapaces de conducirse con ética, ya que perciben que la ética es una forma implícita de perder negocio: Cuando una persona ética se niega a hacer algo, habrá alguien que no se niegue y, por tanto, ese alguien se llevará el negocio. A veces, haciendo a un lado a esa desconocida dignidad, preferimos lo barato, aunque salga mal, solo para salir del paso, sin reflexionar que la sociedad merece calidad, ética y profesionalismo.
Padecemos también, la incompetencia, derivada de otros aspectos de falta de ética. Las instituciones educativas prefieren presionar a sus docentes para que los alumnos “pasen”, y la matrícula escolar (y con ella las colegiaturas), no se vean disminuidas. Parece una simulación. Estamos en presencia de instituciones que prefieren cobrar colegiaturas que mantener prestigio por exigencia y calidad. El precio lo pagamos todos con malos doctores, ingenieros, arquitectos, abogados, mecánicos, estilistas, científicos, maestros, cocineros, administradores, etcétera.
Por último, padecemos la arrogancia de aquellos que se aprovechan de una posición de supuesto conocimiento superior, para abusar de la ignorancia de los que los necesitan. La arrogancia de aquellos que, una vez que cuentan con cédula profesional, se dedican a estafar a la gente, ya por impericia, ya por malicia.
El hecho es que tenemos instituciones educativas, públicas y privadas, que pueden y deben mejorarse. La calidad académica solo es útil cuando puede ponerse en práctica y solo puede ponerse en práctica en una sociedad que esté dispuesta a respetarse y a exigirse los niveles de ética y calidad necesarios para evitar desgracias.
Piense el lector en las veces que ha obtenido un mal servicio o un servicio deshonesto. Desde la báscula mal arreglada en el mercado para darnos menos producto, pasando por la corrupción de los inspectores del gobierno para permitir violaciones al uso del suelo, los doctores sin escrúpulos, los contadores dispuestos a defraudar al fisco, los policías que roban más que los ladrones, los abogados que extorsionan clientes y contrapartes, los jueces que se venden al mejor postor, los legisladores que prefieren levantar el dedo como les instruyan, en lugar de estudiar las implicaciones de las leyes que votan, en un mar de etcéteras. Todo esto coronado, por la amenaza de violencia: “si no te gusta, hazle como quieras”.
Nuestra situación como país puede mejorar, pero tal vez sea la idiosincrasia la que nos tenga condenados. Pocos pueden resistir la tentación de la corrupción y el deseo de la riqueza rápida.
Tal vez hayan sido tantos años de virreinato, en los que las castas, hoy más o menos las clases sociales, se diferenciaban no solo por su aspecto físico, sino por su capacidad económica y el tipo de labores que realizaban. Tal vez sea un deseo de superación mal entendido. Un deseo de no ser lo que se es, para ser algo mejor.
Desafortunadamente, en ese deseo de riqueza rápida, en ese sueño de opio de pensar que, con desviar las reglas se puede llegar a rico, todos aquellos que tuercen el sistema siguen sumidos en la miseria, ya económica, ya humana, y mantienen al resto del país padeciendo por su mediocridad y su vileza. Esa ignorancia del México ensimismado, que no sabe que la clase media es la que da fuerza y vida a un país. Por ello la clase media es tan prevalente en Japón, Noruega, Suecia y otros países que llamamos de primer mundo y que, al no conocerlos, solo especulamos.
En la agenda de los problemas de México, ya no se necesitan obras faraónicas de políticos acomplejados. Se necesita fortalecer lo que ya existe, un sistema educativo que requiere mejora en su calidad, evaluación y, sobre todo, en su ética.