Elio Villaseñor
“Una nación no perece por la agresión de los enemigos,
sino por la indiferencia de los ciudadanos“
José Ingenieros, sociólogo argentino
Nos encontramos en un contexto en el que el pragmatismo parece imponerse, donde el poder y la ley del más fuerte dictan las reglas, relegando el bienestar colectivo a un segundo plano.
La indiferencia y la falta de acción se están convirtiendo en las respuestas predominantes ante los problemas urgentes que enfrenta nuestra sociedad.
Ejemplos recientes, como el rancho del horror de Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, la ratificación de la Cámara de Diputados del fuero al diputado Cuauhtémoc Blanco, las elecciones del Poder Judicial y la imposición de aranceles a México por parte de Donald Trump, ilustran cómo se están ignorando soluciones urgentes que requieren atención inmediata.
Estos eventos muestran cómo, en medio de la crisis, se prefiere mirar hacia otro lado, contribuyendo a una cultura de postergación y desinterés.
Vivimos un momento crítico en el que la indiferencia social y política parece marcar el paso.
Los conflictos y desafíos se perciben como ajenos a nuestra cotidianidad, y muchos optan por una actitud pasiva, desconectada de la realidad que nos rodea. Esta falta de reflexión colectiva nos lleva a continuar con nuestras rutinas, sin detenernos a evaluar las consecuencias de nuestros actos y decisiones.
La pregunta que surge es clara: ¿Qué sucederá cuando los subsidios no lleguen, cuando enfrentemos un conflicto judicial, cuando nuestro empleo sea incierto, o cuando los aranceles impuestos por Trump afecten a nuestra economía?
Los problemas no se resolverán por sí solos; la incertidumbre es cada vez más palpable y las soluciones siguen ausentes.
A medida que las estructuras que sostienen al país se debilitan, la incertidumbre sobre cómo afrontar los desafíos más profundos crecen.
Nos hemos acostumbrado a esperar que el tiempo solucione todo, sin asumir la responsabilidad de actuar de manera inmediata y decisiva.
Esta actitud puede normalizar el estado de cosas, perpetuando desigualdades y abusos en la medida en que la sociedad abandona su rol crítico y participativo.
Este fenómeno no responde a un ejercicio de optimismo o pesimismo, sino a la necesidad de reconocer una realidad que no podemos ignorar.
Por más que intentemos desviar nuestra mirada, la verdad siempre regresa con un lenguaje claro y directo.
Mientras que los discursos oficiales intentan ofrecer esperanza, la realidad es mucho más compleja de lo que se nos presenta. La imagen de un “vaso medio lleno” se utiliza como consuelo, pero oculta la totalidad de los problemas que debemos enfrentar.
Lo más alarmante de esta situación es que, en medio de la incertidumbre, lo que parece prevalecer es el afán por mantener la apariencia de poder y autoridad. Se toman decisiones que a menudo son más políticas que razonables, más orientadas a sostener una imagen que a resolver los problemas de fondo. La prioridad es permanecer en el poder, sin importar el costo.
Nos encontramos en un momento crucial: las soluciones se posponen constantemente, y la acción se dilata mientras los problemas sociales, políticos y económicos se agravan.
La apatía y la indiferencia nos están costando demasiado caro, y es urgente que tomemos conciencia crítica y asumamos nuestra responsabilidad colectiva antes de que las consecuencias se conviertan en una crisis irreversible.
Es hora de dejar de esperar a que las soluciones lleguen por sí solas. El tiempo de la inacción debe terminar, y el momento de la reflexión y la acción colectiva debe comenzar.