México se transforma ante nuestros ojos y apenas lo notamos. Y no es efecto de las políticas de la actual administración pública federal. Se trata de algo más profundo: la gestación de un nuevo Estado por efecto de la creciente fuerza y presencia territorial de la delincuencia. Su progresiva influencia en la vida de cada vez más mexicanos ha cambiado el balance de poder en el país. Dicha transformación obedece a que los gobiernos, tanto neoliberales como el de hoy, no han cumplido con el papel fundamental del Estado: garantizar la seguridad pública. El fenómeno en parte es efecto de la inconmensurable derrama de dinero del narcotráfico en todo el territorio nacional. Su influencia es tal que muchas actividades económicas tradicionales dejaron de ser atractivas para hartos segmentos de la población, que así escapan de la miseria.
La guerra contra las drogas no se va a ganar porque son a la vez “un veneno, una cura y un chivo expiatorio”, apunta con razón Claudio Lomnitz en El tejido social rasgado. Entonces, lo que vivimos es “una nueva forma de gobernar. Un modo de vida”, añade este antropólogo. Las drogas son un veneno porque dañan a sus consumidores, pero a su vez alivian el dolor o el malestar de los enfermos. Para el campesino es un veneno porque lo condena a presidio, pero una cura porque le permite vivir todo el año. Por eso dice, el investigador, la guerra contra las drogas oculta los males y carencias de los mexicanos. Cuando Felipe Calderón declaró la guerra al narco, el Estado mexicano carecía de la estructura económica, judicial y legal para enfrentar el problema.
México aún no tiene una política económica ni social para enfrentar el poder y la influencia del dinero de las drogas en el campo, los suburbios de las ciudades –condenados a la miseria y la desesperanza– ni para los sectores no ligados directamente con las industrias exportadoras. Por ello, las remesas tienen un papel muy relevante: suplen las ausencias del Estado en materia económica y social. Igualmente, no tenemos las policías, los centros de inteligencia, el sistema carcelario ni la estructura jurídica y legal para procesar a quienes están vinculados con la economía de las drogas. El resultado ha sido una creciente y cada vez más brutal violencia que asuela al país. En parte, esto se debe a que la policía dejó de mediar con las mafias.
Lomnitz, quien presenta en el libro mencionado sus conferencias en el Colegio Nacional, analiza el papel que desempeñaba la policía en la mediación con los criminales, a su vez una bendición y una maldición. Las policías tenían un carácter dual a consecuencia de sus precarios salarios y prestaciones: por un lado, pertenecían a una estructura burocrática y piramidal que les garantizaba su pertenencia a cambio de un sueldo raquítico. Por el otro, tenían permiso para robar a los ladrones y quedarse con el botín, que debían compartir con sus superiores. Así, extorsionaban a los delincuentes y los mantenían bajo control. Dos fenómenos pusieron fin al status quo: la inmensa cantidad de dinero que lograron los narcos por la expansión del mercado de las drogas y la liberación política que sustituyó al viejo sistema vertical y autoritario.
Los factores que enumero –desarrollados por Lomnitz en su ensayo– dieron al traste al viejo arreglo del Estado y seguridad pública, caracterizado por el control autoritario, la corrupción y la extorsión policiaca: la eliminación del papel mediador de las policías con la delincuencia; la liberación del sistema político mexicano; los ingentes flujos de dinero obtenidos por los narcotraficantes, no provenientes del tráfico de marihuana y de la goma de amapola, sino por el comercio de cocaína y de precursores químicos para producir drogas más potentes y fácil comercialización, como el fentanilo, así como un precario sistema legal, de administración y procuración de justicia. Con tales deficiencias e incomprensión del fenómeno se inició la guerra. Uno de sus efectos fue que, ante un Estado desestructurado, el ejército ocupara el vacío.
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Ante el desastre institucional la militarización de la seguridad pública y de la vida política del país, parece el destino de México. Por ello estamos, como dice el autor citado, ante un nuevo Estado, donde ya no puede obviarse el papel del narcotráfico… ni del ejército. Quizá sea la hora de preguntar si el proyecto político autoritario, de control jerárquico y basado en el tráfico de influencias y de dinero, que parece impulsar el actual gobierno es la solución que requiere México. Igualmente cabe ver la problemática actual del país bajo la mirada de la crisis del liberalismo político y económico mundial. ¿Es posible la convivencia de una economía liberalizada y un sistema autoritario? Un apunte sobre esto: carecemos de las herramientas político-ideológicas, tecnológicas y de control, económicas o la geografía China, por ejemplo.
A la luz de estos hechos creo que cabe revisar las políticas públicas de hoy. Si atendemos al estudio de Máximo Ernesto Jaramillo-Molina de la Universidad de Guadalajara, las políticas de la actual administración en materia de pobreza y desigualdad han retrocedido. Lo mismo ha documentado el Coneval. De acuerdo con Jaramillo-Molina, el gasto social del gobierno federal bajó de un promedio de 5.2% del PIB durante el gobierno de Peña a 4.45 entre 2019 y 2022 en el gobierno actual. Asimismo, en 2016, 67% de las personas y hogares más pobres obtenían ayuda de al menos un programa social, comparado con 53% en 2020. “Primero los pobres”: Política social, desigualdad y pobreza durante el sexenio de López Obrador. En mayor medida el incremento de la pobreza y la desigualdad obedece al fin de programas sociales como guarderías y en general de cuidados, escuela de tiempo completo, así como a la crisis del sistema sanitario nacional.
Atendiendo a estos datos, al parecer el riesgo de un estallido social, como se argumentaba en la pasada campaña presidencial, no proviene de los pobres. La historia da cuenta que los movimientos sociales y las revoluciones se originan en los sectores medios e intelectuales. Quizá por ello se les teme y critica. Entonces, ¿de dónde podría provenir un desequilibrio político y social mayor? Es posible que, de haber un peligro, su origen sería por desconocer el surgimiento del nuevo Estado, en el cual economía y seguridad se entretejen con el narcotráfico. El fantasma de riesgo parece acrecentarse con la captura de Ovidio Guzmán, uno de los hijos del Chapo. Por ello sugiero que el libro de Lomnitz es de lectura obligada para la clase gobernante.