Importa entender por qué tantas personas en casi todos los países están desencantadas y enojadas con su vida y sus gobiernos. El primer paso para el cambio es conocer las causas. Los graves problemas de inseguridad y precariedad económica y patrimonial que sufren millones dieron origen a regímenes que les prometieron terminar con los males que padecen. En algunos casos llevaron al poder a líderes con programas y políticas de derecha y, en otros, de izquierda. El común denominador de ambos tipos de dirigentes es que, una vez instalados en el gobierno, tienden a concentrar el poder y limitar las libertades que son fundamentales para el bienestar personal, colectivo y el progreso.
¿Qué causas dieron origen al gran malestar de nuestros días? Los problemas reales que enfrentaban las economías de los países occidentales dieron lugar a programas de liberación comercial y financiera a partir de los años 80 del siglo pasado. Durante ese periodo y hasta la primera década del presente siglo la ideología en boga aconsejó libertad plena a los mercados bajo la creencia de que no causarían daños y que había que reducir al mínimo al Estado y los programas sociales para presuntamente promover la responsabilidad personal. Si bien el diagnóstico y la solución eran los indicados, se cayó en excesos que ocasionaron crisis recurrentes y enorme desigualdad.
Varios factores influyeron en el auge de lo que se conoce como neoliberalismo: el prestigio de las teorías económicas de las escuelas de Chicago (Milton Friedman) y de Austria (Friedrich Hayek), que pusieron en práctica Ronald Reagan y Margaret Thatcher, e impusieron al mundo mediante el BM y el FMI; el estancamiento e inflación en los países occidentales, agudizado por el embargo petrolero y la cuadruplicación de sus precios, que llevó a niveles sin precedentes las tasas de interés; desplome y desaparición de la Unión Soviética (Rusia), cuya característica fue la planeación central que asfixió a la iniciativa individual e innovación; excesivo endeudamiento de los países pobres.
Estos y otros fenómenos dieron como resultado una oleada de recortes al gasto público; desmantelamiento o debilitamiento extremo de los sistemas de bienestar (salud, educación, pensiones, seguridad laboral); privatización indiscriminada de empresas públicas y millones de despidos; extenuación de los sindicatos y de la organización laboral; propagación de procesos productivos y de capitales por todo el mundo, en especial hacia el sudeste de Asia; liberación de los flujos de capital, crisis financieras, fragilidad extrema del sistema bancario y enorme endeudamiento público para rescatar a bancos y empresas, cuya quiebra ocasionaría una hecatombe económica (beneficios públicos, ganancias privadas); conformación de potentes empresas monopólicas.
¿Qué pasó en la vida real? Primero cabe reconocer que el liberalismo económico ha sido una potente plataforma para el crecimiento. De acuerdo con los cálculos de Deirdre N. McCloskey, entre 1800 y el año 2015 la producción por persona en los países liberales creció 3,000%. Y, al mismo tiempo que aumentó el bienestar, se expandieron la libertad y los derechos. Sin embargo, fue víctima de su propio éxito al entronizar valores relativos y convertirlos en valores absolutos. Así, la libertad absoluta de los mercados engendró sociedades disfuncionales, altamente desiguales y polarizadas. En los países socialistas ocurrió lo opuesto: pretendieron hacer de la igualdad el valor absoluto y acabaron con la libertad y terminaron empobrecidas.
En palabras de Francis Fukuyama: “Una de las ideas centrales del liberalismo es su valorización y protección de la autonomía individual. Ahora bien, ese valor básico puede llevarse demasiado lejos. Para la derecha significaba sobre todo el derecho a comprar y vender libremente, sin interferencias del Estado. Esta idea, llevada al extremo, convirtió el liberalismo económico en «neoliberalismo»… provocando desigualdades monstruosas… Para la izquierda, la autonomía significaba autonomía personal en relación con las decisiones y valores vitales y la oposición a las normas morales impuestas por la sociedad circundante. En este sentido, el liberalismo empezó a erosionar su propia premisa de tolerancia a medida que evolucionaba para convertirse en la política de identidad moderna…”. El liberalismo y sus desencantados.
Es así como la erosión del liberalismo político clásico y su mutación a neoliberalismo provocó una oleada populista en las sociedades modernas. Este tránsito no fue indoloro: el neoliberalismo ocasionó la pérdida de empleos, modos de vida, estatus, reconocimiento social, desencanto, frustración, enfermedad y muerte. La otra cara de la moneda es la de fortunas inconmensurables: hombres y empresas tan inconmensurablemente ricas que rivalizan con el poder de los Estados. Así, por ejemplo, varias empresas tecnológicas tienen un valor de mercado que sobrepasa a la producción anual de México. Y son tan poderosas que han inclinado los sistemas políticos y legales para favorecer sus intereses, en determinado del bienestar público.
Si el neoliberalismo socava a la democracia liberal mediante el dinero, el populismo propone la concentración del poder político en el Ejecutivo, como el reverso de la medalla, que a la postre ahoga las libertades individuales y políticas. Ambos han erosionado a la democracia liberal, entendida como el sistema de leyes, instituciones y contrapesos para limitar el poder, cualquiera que sea su origen. El liberalismo político ha sido más eficaz para evitar la concentración del poder político, pero menos capaz para controlar el poder económico de las grandes empresas, que también se ha convertido en poder político y ha menguado la autonomía y la libertad individual. Ambos ponen en peligro el bien común y la prosperidad. El desafío de la democracia liberal es, por tanto, limitar el poder del capital y de los “hombres fuertes”.
El liberalismo nace como medio para limitar el poder y la arbitrariedad del soberano y garantizar la vida de los súbditos, así como para lograr la paz ante la intolerancia religiosa. Con el tiempo evolucionó para transformarse en el sistema que aspira a limitar cualquier tipo de poder y dar paso a la pluralidad y la diversidad, sin menoscabo de la tolerancia. Hoy nuevamente el liberalismo político puede ser el instrumento requerido para lograr profundos cambios en la distribución del poder económico y político, así como para recuperar el valor de la tolerancia. ¿Los liderazgos políticos y empresariales están a la altura del cambio? Como antaño, se trata de preservar la vida ante el interés económico y la autonomía personal y libertad ante el poder político.