Poder para lucrar o poder para servir: el dilema ético de la política

Autor Congresistas
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Elio Villaseñor

“El poder debe ser ejercido para el beneficio común, promoviendo la justicia, la transparencia y la participación ciudadana, y no para intereses personales o grupales que erosionan la confianza pública y socavan el desarrollo democrático.”

— Informe Mundial sobre Gobernanza Democrática, Naciones Unidas, 2020

En nuestro país, el ejercicio del poder ha oscilado entre dos visiones claramente contrapuestas: por un lado, quienes lo entienden como un negocio privado; por otro, quienes lo conciben como una herramienta para construir beneficios colectivos y transformar la realidad mediante la participación ciudadana.

El poder como negocio

El poder no se aprende en los libros ni se enseña en las aulas; se adquiere en la práctica, en un entramado de reglas no escritas que terminan convirtiendo a cada actor político en una pieza funcional de un sistema que premia la astucia, la simulación y la conveniencia, por encima de principios o proyectos.

Lamentablemente, en esta lógica, no domina el cumplimiento de los acuerdos, sino la estrategia para incumplirlos. Se invierten horas en negociaciones y se emiten discursos públicos sobre consensos; sin embargo, tan pronto como se firma un pacto, comienza el juego de manipularlo o evadirlo.

El refrán popular “el que no tranza, no avanza” refleja con crudeza esta realidad: para sobrevivir y escalar en el sistema político, muchos aprenden a jugar con reglas sucias.

Así se moldea una cultura política donde la trampa, la lealtad fingida y la traición velada son tácticas comunes.

En este escenario, no importa qué proyecto beneficie más al país; lo que cuenta es quién obtiene mayor provecho.

Las decisiones no se toman con base en ideas o propuestas, sino en cuotas de poder, beneficios personales o de grupo, y en la conservación de espacios de control.

Hoy, en la era digital, la política se ha transformado también en espectáculo.

Las redes sociales amplifican cada gesto y declaración, convirtiéndolos en parte de un guion cuidadosamente construido para ocultar, desviar o falsear la realidad.

La mentira se ha institucionalizado como herramienta de comunicación: se gobierna desde la apariencia, no desde la verdad.

En muchos casos, el poder no se busca para servir, sino para protegerse.

Algunos actores políticos lo usan como escudo ante la justicia, para negociar impunidad o borrar su historial. Un ejemplo claro es el senador Miguel Ángel Yunes Márquez, cuyo voto a favor de la reforma judicial fue interpretado por muchos como una moneda de cambio para obtener protección, más que como una decisión basada en convicciones ideológicas. Él no es un caso aislado; muchos otros se acomodan al mejor postor, sin importar las consecuencias públicas.

Las herramientas más frecuentes para sostenerse en este juego son el chantaje, la simulación y el doble discurso.

Se promete una cosa en público y se actúa de manera contraria en privado. Se negocia con todos, pero no se es leal a nadie. El objetivo no es servir desde el poder, sino vivir del poder.

Así se perpetúa una cultura política donde el poder no es un medio para transformar, sino un fin en sí mismo.

Un juego en el que las únicas reglas que importan son las no escritas, y donde saber moverse en la sombra vale más que cualquier propuesta de cambio.

Ejercer el poder para construir causas comunes

Frente a este contexto, los movimientos sociales y civiles hemos aprendido a resistir y confrontar esta forma perversa de ejercer el poder, que somete a la ciudadanía a intereses particulares.

Hemos despertado el espíritu rebelde y roto los tres pilares del autoritarismo: clientelismo, corporativismo y patrimonialismo.

Decidimos construir sujetos con propuestas independientes, y recuperamos el ejercicio del poder mediante la participación activa, siendo parte de las soluciones.

Luchamos para que los actores políticos sean verdaderas representaciones de acción colectiva y para que los beneficios sean comunes, no particulares.

Por eso, la lucha social se transformó en lucha cívica, para conquistar derechos sociales, culturales y políticos.

La política no es, ni debe ser, un negocio privado, sino una causa compartida.

Nos mueve una visión basada en la dignidad humana, la transparencia y la rendición de cuentas como valores centrales.

Por ello, hoy existen dos visiones enfrentadas en el ejercicio del poder: la de quienes siguen aplicando las viejas reglas del autoritarismo, y la de quienes luchamos por cambiar la cultura política.

No buscamos solo ocupar un cargo, sino transformar la forma de hacer política, abriendo puertas a los actores sociales y civiles para que participen en la construcción del rumbo del país.

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