Conocí a Arturo Zaldívar cuando fui su alumno en la Escuela Libre de Derecho. En teoría fue mi maestro de la cátedra de Derecho constitucional, segundo curso. Eso, en español no barroco significa ¨curso de amparo¨. Yo cursaba el cuarto año de la carrera de abogacía.
La expectativa era grande, un prestigioso y respetado jurista sería mi maestro. Me sentía afortunado, sobre todo, porque la colegiatura que pagábamos en la Libre de Derecho era modesta y, si un abogado de la talla de Zaldívar sería mi maestro, entonces yo podía considerarme un alumno con suerte, obligado a dar lo mejor para pagar la generosidad de un maestro tan respetado en el foro, que me daría clases sin recibir un quinto de dinero.
Zaldívar asistió a dar clases 2 veces en un año lectivo. Hablo con la verdad. Fue dos veces a dar clases. El resto del curso, mandó a una joven adjunta, que fue, sin duda, una buena profesora. La recuerdo con estima y respeto. Se llamaba Claudia.
Lo que nunca comprendí, fue por qué el llamado ¨Dr. Z¨, decidió no asistir a dar clases, a pesar de que tenía el honor de ser maestro titular en la Libre de Derecho.
Por supuesto, el Dr. Z hizo tiempo para presentarse a examinar a los alumnos a los que nunca les había enseñado nada, y lo hizo con exigencia. Por ser yo joven y entusiasta, le pedí después de mi examen, –que aprobé por suerte–, que me firmara un ejemplar de su libro ¨Hacia una nueva ley de amparo¨.
En retrospectiva puedo entender algunas de sus actitudes, pero no todas. Cuando tuve la oportunidad de estudiar la Maestría en Derecho en la Universidad de Texas en Austin, pude apreciar el valor de la educación estadounidense. Profesores puntuales, respetuosos, exhaustivos en sus técnicas de enseñanza y accesibles para resolver las dudas de sus alumnos. En la Libre nos falta mucho para llegar a eso. Las excentricidades se ven como algo positivo. Nos falta mundo.
Los recientes acontecimientos en la votación que la Corte Suprema hizo para evitar –palabras más, palabras menos– que la Guardia Nacional pasara al mando de la Secretaría de la Defensa Nacional, me ayudaron a comprender mejor algo que los economistas llaman incentivos.
Los incentivos, según los entiendo, son razones o motivos para hacer una cosa u otra, dependiendo de la ponderación personal de los beneficios o perjuicios que se obtengan por hacerlo.
Cuando fui estudiante de derecho, mis profesores, o al menos alguno que otro, nos inculcaron que, por principio, el derecho existe para servir a la justicia. Que la justicia es su fin último. Pero no pasó mucho tiempo después de egresado para que me diera cuenta que el derecho –en México– es un instrumento de poder, lo cual quedó patente para mí, al analizar el triste actuar del ministro Zaldívar.
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En derecho casi todo es discutible, casi, pero no todo. Y Zaldívar es un hombre capaz y ambicioso. Eso es indiscutible. Ambas son buenas cualidades, siempre y cuando la capacidad y la ambición no perjudiquen a nadie.
La votación en la Corte del tema de la Guardia Nacional del 18 de abril de 2023 es especialmente relevante por la clara naturaleza de su contenido. Analizado un fenómeno por juristas de forma independiente, es claro que la Constitución general, en su artículo 21 dice que la Guardia Nacional será de carácter civil, disciplinado y profesional. Es decir, bajo un mando civil y no militar. El propio artículo citado establece que la Guardia Nacional es una institución policial de carácter civil, adscrita a la secretaría del ramo de seguridad pública. La controversia en este caso era bastante sencilla de decidir. El fuero militar no tiene cabida al mando de una institución policial civil.
En ese sentido, la simpleza del asunto se tradujo en que 8 de los 11 ministros votaran a favor de la Constitución y solo la ministra Esquivel famosa por los plagios académicos–, Loretta Ortiz que también fue mi maestra en la Libre –y que tampoco gustaba de asistir a dar clases– y Zaldívar se alinearon con los intereses del presidente y su deseo de militarizar el país.
¡Fue muy evidente la decisión de la Corte, 8 de 11!
Votaron por la Constitución 8 ministros y 3 se quemaron ante todo el país exponiendo sus intereses personales.
Los ministros de la 4T dejaron claro que su ideología será más fuerte que su compromiso con la autonomía y la imparcialidad. Esquivel y Ortiz eran prácticamente desconocidas antes de que el presidente les hiciera el favor de obsequiarles el puesto en la Corte, por lo que ese puesto de regalo les basta y sobra para terminar sus carreras profesionales con votos de agradecimiento.
Este no era el caso con Zaldívar. Zaldívar era un respetado jurista litigante en materia constitucional y un reconocido académico. Construyó su nombre con trabajo duro y fue reconocido precisamente, por la calidad de su trabajo.
En algún punto, la ambición de Zaldívar creció cuando se acercó a Calderón para pedirle la nominación en la Corte. La obtuvo, ya que su prestigio lo respaldaba. Posteriormente, logró crear cercanía con AMLO y ahí es donde de plano la justicia comenzó a negociarse. Zaldívar quiere ser fiscal general después de Gertz –quien también es egresado de la Libre de Derecho– y ha dejado claro que hará todo lo que esté en sus manos para lograr ese nombramiento. Su apuesta es arriesgada, pero tiene buenas posibilidades. Zaldívar sabe que es muy probable que Morena gane de nuevo las elecciones presidenciales en 2024.
Así es que, si logra mantener el favor de ese partido, logrará ser designado Fiscal General de la República a la postre, inclusive a costa de la justicia. Está pagando su nombramiento como fiscal en abonos, a través del sentido de su voto en las decisiones que se le encomiendan a la Suprema Corte. También paga otro precio, la caída estrepitosa de su prestigio como jurista, que da paso a su esencia y ambiciones como político.