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La soberanía es un concepto constitucional y de derecho internacional que tiene varios significados, o más bien, grados de aplicación.
Desde el punto de vista constitucional, la soberanía reside en el pueblo. Es decir, la última palabra de cómo elegir una forma de estado o de gobierno le corresponde a la población del territorio nacional. Esto es así, porque la forma de gobierno popular implica que el destino del país se decide por mayoría, a través de una decisión “soberana” y libre del pueblo, de elegir su forma de organización política. Se dice que el pueblo es soberano porque no existe ninguna autoridad o factor superior que pueda prevalecer sobre la decisión democrática de elegir una forma de estado y de gobierno. Esto es el resultado de años de lucha contra sistemas de poder basados en legitimaciones metafísicas y derechos supuestamente divinos.
Desde el punto de vista de derecho internacional, un país soberano tiene varias características en la comunidad internacional. Es decir, tiene su propio territorio, su propio gobierno, reconocimiento internacional como país, puede designar representantes diplomáticos y, aún más importante, tiene derecho “soberano” a la autodeterminación. Es decir, cada país tiene derecho a determinar, a través de las decisiones de su pueblo, no solo su forma de organización interna, sino sus leyes y su forma de abordar y resolver sus problemas internos.
También desde el punto de vista constitucional, pero bajo la óptica de la interacción entre poderes, a veces se dice que los poderes de la unión son “soberanos” entre sí. Lo que en realidad se quiere decir es que los poderes de la unión son independientes y autónomos en sus atribuciones. Se hace énfasis en la palabra soberanía para asegurar la eficacia de la propia división de poderes y que los sistemas de pesos y contrapesos de poderes y atribuciones a nivel federal funcionen como lo tiene previsto la norma constitucional. El problema en esa interacción es que, como el poder ejecutivo tiene bajo su control a la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, puede ejercer presión y amenazas contra el legislativo y el judicial, en materia presupuestal que afecten la operación de estos.
Al final del día, aunque no hay preeminencia entre poderes porque tienen atribuciones distintas, pero el poder judicial goza de la última palabra en las controversias de que formen parte los poderes, el ejecutivo puede, y ha usado, la herramienta presupuestal y mediática para forzar a los otros poderes a actuar en línea con los intereses de la administración que corresponda. Es decir, para el Ejecutivo es esencial controlar al Poder Judicial, pero, la propia naturaleza técnica y no electiva del poder judicial, hace necesario que siempre contemos con un poder judicial técnico e independiente que sea guardián absoluto de la Constitución y no de los caprichos del gobernante en turno.
Desde el punto de vista del populismo, la soberanía es una excusa o un pretexto para sustraer al país del desarrollo internacional. En vez de participar activamente en objetivos internacionales comunes, como la tutela de los derechos humanos, la prevención de la violencia de género, el desarrollo del comercio internacional ordenado, el combate al crimen transfronterizo, etcétera, la soberanía es esa carta de comodín que utiliza el populismo para pedir que “nadie se meta con nosotros” porque “somos un país soberano”. De manera que el populista malentiende la soberanía, para usarla como un escudo contra el desarrollo armónico del país, paralelo al desarrollo de otros países con los que convivimos, competimos y nos relacionamos. Es decir, para el populista la soberanía sirve para tratar de esconderse del mundo.
Para que la soberanía tenga las características que se prevén en la Constitución General y en el derecho internacional, debe existir un régimen de elecciones transparente en el que la votación del pueblo sea libre, informada y respetada.
Entre poderes de la unión, la soberanía debe manifestarse con un apego estricto a la legislación y evitando la tentación de líderes caciquiles de eternizarse en el poder, a través de debilitar instancias constitucionales y legales que sirvan de contrapeso al poder de los ambiciosos. Los poderes de la unión deben ser independientes y autónomos en su operación y sus decisiones. Su única guía debe ser la Constitución con las atribuciones y reglas que ella misma establece.
Hacia el exterior, la soberanía debe usarse para fomentar las relaciones diplomáticas y de cooperación en los aspectos primordiales de la agenda internacional, ya que el país forma parte de una comunidad internacional de la que no se puede sustraer, y debe actuar con responsabilidad para atender sus problemas internos, regionales y mundiales.
Queda al lector analizar y reflexionar la madurez de nuestro sistema político, basado en el uso que damos a la soberanía de la nación.