Beto Bolaños
La vida social ha migrado al mundo digital, pero ¿a qué costo?
En la última década, las redes sociales han cambiado radicalmente la forma en que las personas se comunican y mantienen sus relaciones. Lo que comenzó como una herramienta para acercar a quienes estaban lejos, hoy parece estar sustituyendo por completo la convivencia presencial. Para muchos, enviar un mensaje rápido por WhatsApp o dejar un comentario en Facebook es suficiente para sentir que “ya cumplieron” con sus amigos y familiares. Pero ¿realmente seguimos conectados o solo estamos intercambiando notificaciones?
La ilusión de la cercanía
Antes de la explosión digital, las relaciones sociales se construían cara a cara: reuniones familiares, cafés con amigos, visitas inesperadas y conversaciones que podían extenderse durante horas. La presencia física era el núcleo de la vida social. Hoy, muchas de esas experiencias se han reducido a mensajes breves, emojis y reacciones automáticas que, aunque convenientes, carecen de profundidad emocional.
Es común escuchar frases como “ya le mandé mensaje, ya hice mi parte” o “ya vi sus fotos, seguro está bien”. La interacción digital genera la sensación de estar cerca, pero en realidad muchas veces estamos más distantes que nunca. Lo vemos a diario: felicitaciones de cumpleaños que se limitan a un mensaje de Facebook, reuniones familiares que ahora son cadenas de WhatsApp llenas de memes, pero vacías de conversaciones significativas.
Ejemplos cotidianos
Después de la pandemia de COVID-19, la preferencia por la comunicación virtual se disparó. Lo que comenzó como una necesidad se convirtió en costumbre. Hoy es habitual que muchas personas consideren suficiente una videollamada para reemplazar una visita. Incluso eventos importantes, como bodas o reuniones familiares, a menudo reciben solo un “felicidades” por mensaje en lugar de la presencia física que antes era tan valorada.
En el caso de los adolescentes y jóvenes, la situación es aún más evidente. Para muchos, su vida social ocurre casi por completo en plataformas como Instagram, TikTok o Snapchat. Las llamadas telefónicas han sido reemplazadas por mensajes instantáneos, reacciones y cadenas de “memes” que mantienen una relación superficial, pero no necesariamente una conexión emocional profunda.
¿Conectados pero más solos?
Las cifras respaldan esta tendencia. Estudios recientes del Pew Research Center y la Organización Mundial de la Salud alertan que los niveles de soledad y ansiedad, especialmente entre los jóvenes, están en aumento, a pesar de vivir en la era de la hiperconectividad. Estar en contacto permanente no garantiza relaciones sólidas ni bienestar emocional.
El problema no es la tecnología en sí. Las redes sociales son herramientas útiles cuando se utilizan como complemento a la vida presencial, pero se vuelven problemáticas cuando las sustituimos por completo. Creemos que ver las publicaciones de un amigo es lo mismo que saber cómo está, pero no siempre es así. Un “me gusta” jamás tendrá el valor de un abrazo ni la calidez de una conversación cara a cara.
Recuperar la convivencia real
Hoy más que nunca es urgente recuperar la convivencia presencial. Volver a reunirse, conversar sin pantallas de por medio, compartir espacios y momentos auténticos. Las redes sociales no deben ser vistas como la nueva vida social, sino como un canal de apoyo, no como un reemplazo.
En una sociedad donde el mensaje de texto parece suficiente, quizás el verdadero acto de resistencia sea tomarse el tiempo para una visita, una llamada o una reunión sin interrupciones digitales. Porque no es lo mismo estar conectados que estar juntos.