Héctor Barragán Valencia
Enfrentar la crisis de salud que provoca la comida ultraprocesada requiere de una política integral que combine prohibición progresiva de grasas trans y sustancias con potencial adictivo, etiquetado claro (sobre contenido de grasas trans, azúcares añadidos, sales y aditivos, como instrumento educativo), restricciones de marketing y apoyo a la industria para reducir riesgos de salud pública asociados a ultraprocesados. El diseño debe incluir regulación firme, apoyo económico para inducir la reformulación y vigilancia para asegurar cumplimiento y consenso social.
En pocas palabras, se requiere una política pública transversal que además de incentivar a las empresas, en particular a las chicas y medianas para reformular sus productos, mejore la oferta de alimentos saludables (frutas, legumbres, verduras) a precios accesibles e impulsar la industrialización de los productos agropecuarios libres de sustancias nocivas para que fácilmente puedan prepararse y consumirse, igual que los ultraprocesados, en lo referente a su rápida elaboración y consumo. Las nuevas tecnologías pueden facilitar este nuevo proceso productivo. Estas medidas contribuirían a lograr los compromisos ambientales de México: reducirían las emisiones de carbono y la producción de plásticos.
Las acciones gubernamentales tienen una misión fundamental: que las personas dejen de estar al capricho del mercado. Hoy sabemos, gracias a los descubrimientos biológicos (neurológicos, neuroquímicos genéticos, epigenéticos) y matemáticos (algoritmos), que los humanos somos menos libres de lo que suponían las teorías filosóficas que hablan del libre albedrío y de la capacidad de elección racional del individuo. La producción de sustancias adictivas como certifica el estudio de The Lancet impide la saciedad. Asimismo, Nature Medicine en un estudio da cuenta cómo las moléculas de la tirzepatida (adelgazante) inhabilitan la actividad neuronal del núcleo accumbens, región asociada con el placer, la motivación y la recompensa. Y los algoritmos manipulan nuestros gustos y nos inducen a consumir. Somos más biología y menos voluntad.
México ha dado pasos en la dirección correcta. El etiquetado frontal es benéfico, aunque insuficiente: al final, la gente “elige” entre productos de uno a cuatro sellos. Está inerme ante las sustancias químicas que desordenan el apetito e inducen a comer. Hormonas, neuronas y reacciones neuroquímicas nos gobiernan. La libertad es quimérica. Por ello la regulación pública es crucial para proteger la salud.
