La indiferencia como forma de vida

Autor Congresistas
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Elio Villaseñor

“La estupidez no es una falta de inteligencia,
 sino una renuncia al juicio.”

— Adaptación del pensamiento de Dietrich Bonhoeffer

Vivir en un entorno donde predomina el silencio y la indiferencia frente a lo que ocurre a nuestro alrededor se ha vuelto, tristemente, lo habitual.

Muchos se preguntan por qué hemos llegado a normalizar el dolor, la violencia y la violación de los derechos humanos. ¿Por qué preferimos no indignarnos? ¿Por qué tantas veces optamos por mirar hacia otro lado cuando las noticias nos golpean con injusticias?

La indiferencia es el peso muerto de la historia”, decía Antonio Gramsci. Y lo seguimos cargando. Nos acostumbramos a sobrevivir en lugar de vivir con dignidad.

Nos conformamos con lo poco que se nos da, mientras todo lo demás —lo estructural, lo esencial— se desmorona.

Lo inmediato se impone: lo que puedo tocar hoy, lo que puedo consumir ahora. Para muchos, eso basta. Las promesas se repiten una y otra vez, en forma de frases bonitas que ofrecen consuelo o una falsa esperanza de futuro.

Y aunque muchas veces sepamos que son solo palabras, las aceptamos, porque parece que no hay otra opción.

Dietrich Bonhoeffer lo advirtió con claridad: la estupidez no es simplemente falta de inteligencia, sino un fenómeno humano, social y moral. Ocurre cuando las personas renuncian a su independencia de pensamiento, se adhieren acríticamente a consignas, ideologías o grupos, y pierden su capacidad de juicio autónomo.

¿No es eso lo que estamos viendo cada día? ¿Una sociedad que prefiere no cuestionar, no pensar, no resistir?

Aceptamos dádivas sin exigir derechos. Y al hacerlo, nos alejamos de nuestra responsabilidad de actuar, de exigir justicia, de construir algo mejor.

El cambio tecnológico y social avanza, pero a menudo lo dejamos pasar como si no nos afectara. Como si fuera más cómodo vivir dentro de una burbuja que mirar la realidad de frente.

La vida se divide entonces entre quienes aceptan lo que se les da, sin resistencia, y quienes intentan buscar otros caminos. Pero incluso estos últimos son muchas veces silenciados, ignorados o marginados.

No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena,” decía Martin Luther King Jr.

Y esa frase duele porque es verdad.

La pasividad, la apatía, el “no meterse” también son decisiones. Decisiones que tienen consecuencias.

Hoy vivimos más como espectadores que como protagonistas de nuestra historia.

Según el Barómetro de las Américas (2023), más de la mitad de la población en la región prefiere no involucrarse, incluso cuando hay violaciones evidentes de derechos humanos.

Y no es un fenómeno aislado.

Un estudio de la OCDE (2024) muestra que, entre los jóvenes de 18 a 35 años en América Latina, casi el 70% no participa en ninguna organización cívica o política, y un 45% siente que “nada va a cambiar” aunque se involucre.

Pero tal vez el dato más inquietante está en lo que decidimos callar incluso cuando nos afecta directamente.

Según la más reciente Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE 2025), se estima que hubo alrededor de 33.5 millones de delitos en México durante 2024, y más del 90% no fueron denunciados ni derivaron en carpetas de investigación.

Las razones son reveladoras: muchas personas no denuncian por considerar que es una pérdida de tiempo (34.6%), por desconfianza en la autoridad (14.0%), por trámites largos o difíciles (10.2%), o simplemente porque creen que el delito es de poca importancia (12.9%). Otras razones más profundas, como el miedo a la persona agresora (6.1%) o la falta de pruebas (9.4%), también reflejan un entorno donde la impunidad alimenta la resignación.

¿En qué momento dejamos de creer que podemos cambiar las cosas? ¿Cómo hemos llegado a vivir en una normalidad donde la apatía parece la única salida?

Permitimos que otros nos impongan caminos, discursos, verdades.

Aceptamos sin protestar.

Nos convencemos de que “las cosas se arreglarán con el tiempo”, mientras la dignidad, la justicia y los derechos humanos se erosionan cada día un poco más.

Pero no podemos seguir posponiendo la indignación.

Porque si no defendemos nuestros derechos hoy, mañana ya no habrá nada que defender.

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