Y se juntaron las tres ceremonias, la que no pudo realizarse, la entrega de la Medalla de Honor Belisario Domínguez 2020, destinada al reconocimiento a los médicos anónimos integrantes del Sistema Nacional de Salud en combate contra el Coronavirus, algunos contagiados y caídos en batalla y otras dos Medallas de Honor, la de la conmemoración de una vida de logros de la maestra Efigenia Martínez Hernández, que lució sobre el pecho orgullosa la Medalla de Honor Belisario Domínguez 20021 y la del reconocimiento al Dr. Manuel Velasco Suárez, destacado neurólogo y fundador del Instituto nacional de Neurología, que recibió su hijo Dr. Jesús Agustín Velasco Suárez Siles.
Ambos distinguidos recipiendarios pronunciaron brillantes discursos en una ceremonia de las más memorables de nuestra historia.
Una fecha para ciudadanas y ciudadanos comprometidos a las causas del ciudadano de a pie, de la democracia sin distinciones ideológicas ni políticas. Esa narrativa al margen del interés del poder y sumado a las causas, las más nobles y las historias brillantes escritas en el devenir diario como granitos de arena apostados por ciudadanas y ciudadanos anónimos.
Ningún medico en representación de esos miles expuestos al contagio que han combatido al COVID recogió la Medalla destinadas a los médicos, ésta quedó bajo custodia de la presidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República, Olga Sánchez Cordero tras una conmovedora ceremonia
Tres historias de vida convocaron la presencia de los tres poderes, la del titular del Ejecutivo representado por el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, la del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea; Dip. Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Cámara de Diputados; Sen. Ricardo Monrreal Ávila, presidente de la Jucopo; Rutilio Cruz Escandón, gobernador de Chiapas; Rosa Icela Rodríguez Velázquez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana; Santiago Nieto Castillo, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; María de la Luz Mijangos, Fiscal Anticorrupción de la Fiscalía General de la República; Maestro Porfirio Muñoz Ledo.
Aún silente, pero en el ánimo la ausencia del Titular del Poder Ejecutivo federal, Andrés Manuel López Obrador.
Volvió a sonar en el viejo recinto el discurso intemporal del senador por Chiapas, Belisario Domínguez Palencia, en la voz de la presidenta de los senadores Olga Sánchez Cordero. Se repitieron esas palabras que vienen a recordarnos el honor y compromiso legislativo de un prócer de nuestra democracia que fue asesinado por el régimen de Victoriano Huerta en el Panteón de Xoco.
La Sen. Sánchez Cordero Dávila, dio lectura al discurso del Sen. Belisario Domínguez.
“Señor presidente del Senado, por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y suplicar a usted se sirva dar principio a esta sesión tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer enseguida a los señores Senadores. Insisto, señor presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de pocas horas lo conocerá el público y urge que el Senado lo conozca antes que nadie.
SEÑORES SENADORES: Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por D. Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión el 16 del presente.
Indudablemente, señores Senadores, lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan de política, que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la Nación Mexicana, a esta noble Patria que, confiando en V. Honradez y en vuestro valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses.
¿Qué debe hacer en este caso la Representación Nacional?
Corresponder a la confianza con que la Patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es ésta: Durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la república es infinitamente peor que antes: La Revolución se ha extendido en casi todos los Estados: Muchas Naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase despreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la República amordazada o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados y por último, el hambre y la miseria en todas sus formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada Patria.
¿A qué se debe tan triste situación?
Primero y antes que todo, a que el pueblo mexicano no pueda resignarse a tener por Presidente de la República a D. Victoriano Huerta, al soldado que se amparó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al Presidente y Vicepresidente legalmente elegidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, honores y distinciones a D. Victoriano Huerta, y habiendo sido él igualmente a quien D. Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantable.
Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que D. Victoriano Huerta se ha propuesto emplear para conseguir la pacificación. Esos medios ya sabéis cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno.
La paz se hará, cueste lo que cueste, ha dicho D. Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores Senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de D. Victoriano Huerta? Esas palabras significan que D. Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el Territorio Nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la Presidencia ni derrame una sola de su propia sangre.
En su loco afán por conservar la Presidencia, D. Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia: Está provocando con el pueblo de los Estados Unidos de América un conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas irían estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a las amenazas de D. Victoriano Huerta; todos, menos D. Victoriano Huerta ni D. Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición, y el pueblo y el ejército los repudiarían llegado el caso.
Esa es en resumen la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable, porque D. Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del poder, que para asegurar el triunfo de su candidatura a la Presidencia de la República en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre próximo, no ha vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los Estados quitando a los Gobernadores constitucionales o imponiendo Gobernadores militares que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales.
Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la Representación Nacional y la Patria está salvada y volverá a florecer más grande y más unida y más hermosa que nunca.
La representación Nacional debe deponer de la Presidencia de la República a D. Victoriano Huerta, por ser él contra quien protestan con mucha razón, todos nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa, porque D. Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo: ¡No importa, señores! La Patria os exige que cumpláis con vuestro deber aún con el peligro y aún con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la Nación en dos meses, y le habéis nombrado Presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la Patria con toda velocidad hacia la ruina. ¿Dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso nombrara piloto a un carnicero que sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al Capitán del barco?
Vuestro deber es imprescindible, señores, y la Patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.
Cumpliendo ese primer deber, será fácil a la Representación Nacional cumplir los otros que de él se derivan, solicitándose en seguida de todos los jefes revolucionarios que cese toda hostilidad y nombren sus delegados para que de común acuerdo elijan al Presidente que deba convocar a elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad.
El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional mexicano, y la Patria espera que la honréis ante el mundo evitándole la vergüenza de tener por Primer Mandatario a un traidor y asesino.
Firma
Dr. Belisario Domínguez, Senador por el Estado de Chiapas.
“Nota: Urge que el pueblo mexicano conozca este discurso para que apoye a la Representación Nacional; y no pudiendo disponer de ninguna imprenta, recomiendo a todo el que lo lea que saque cinco o más copias, insertando también esta nota y las distribuya a sus amigos y conocidos de la capital y de los Estados”.
¡Ojalá hubiera un impresor honrado y sin miedo!
Es cuanto, señora presidenta.
El senador Belisario Domínguez fue asesinado el 7 de octubre de 1913 en el cementerio de Xoco.