De la precariedad al extremismo

Autor Congresistas
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Héctor Barragán Valencia

La inseguridad ha activado el instinto básico de sobrevivencia. Por inseguridad entiendo la física, la patrimonial y la económica. Si bien cada tipo de inseguridad responde a ámbitos específicos, se entretejen y producen la sensación de peligro inminente. Ante el peligro, la respuesta es el estado de alerta. Embargan la angustia y el miedo. La disyuntiva es huir para ponerse a salvo o enfrentar la amenaza. ¿Qué ha activado los instintos primarios de millones de personas en México y el mundo? ¿Cuáles son las consecuencias sociales de ese continuo estado de alerta y de estrés, ante la amenaza? Y, ¿en qué consiste la amenaza? Sin duda en este país nadie está exento de un delito y hasta de perder la vida. Todos los días conocemos hechos trágicos de sangre.

Igualmente, la seguridad patrimonial está en perpetuo riesgo. La inobservancia de la ley y el creciente poder del crimen exponen a las personas ante dos poderes indómitos, fuera de control: la mafia estatal y la mafia criminal. La primera usa el poder público para la extorsión: doblegar a rivales políticos, en vez de aplicarles la ley, someter a instituciones y comprar voluntades. La segunda impone cobros a las actividades comerciales y productivas (derecho de piso), extorsiona, priva de la libertad, invade propiedades y un sinfín de delitos contra la vida y patrimoniales. Impera un estado de cosas donde cada quien debe salvar su pellejo. El efecto es desconfianza generalizada que destruye la solidaridad. La nación se asoma al abismo del imperio del más fuerte.

A estas dos manifestaciones de la inseguridad se ha sumado otra altamente perniciosa y, hasta ahora, sus efectos sociales han sido más perturbadores. Se trata de la precarización del trabajo o, si se prefiere, de inseguridad laboral. El término que se ha acuñado para nombrar a este tipo de trabajo es “flexibilidad laboral”. El propósito ha sido reducir los salarios; facilitar los despidos sin o con la mínima indemnización; la movilidad del empleado a otras actividades o de residencia; la contratación a tiempo parcial sin derecho a seguridad social (acceso a servicios de salud, vacaciones, seguro por accidente o invalidez, pensión, indemnización por despido anticipado, etc.); desaparición del empleo estable, durable, a tiempo completo, así como seguridad social.

De esta manera en todo el mundo, países ricos y pobres, se ha formado una gran masa de trabajadores informales, sea cual sea su calificación o habilidades. A esta gente, el economista Guy Standing le denominó precariado (que deriva de precario y proletario). En su libro El precariado. Una nueva clase social, este prestigiado investigador relata una historia dramática y reveladora de un pueblo de la toscana, llamado Prato, que a finales de los años 80 del siglo pasado se dedicaba a la manufactura de ropa. Su población de unas 180 mil personas gozaba de empleo estable y seguro, de ingresos suficientes. Era una ciudad donde imperaban la solidaridad, la confianza y la moderación. Su inclinación política era hacia la izquierda. La gente era socialdemócrata.

Con la apertura comercial y flexibilidad laboral acaecida en esos años todo cambió. En la región se instalaron industrias chinas que traían a trabajadores de su país, a quienes pagaban salarios bajos, sin prestaciones y sus condiciones laborales eran cuasi esclavistas. Poco a poco los productores chinos desplazaron a los de Prato. Los despidos se pusieron a la orden del día, los salarios y prestaciones se redujeron al mínimo para que las empresas pudieran competir y sobrevivir. Según las autoridades municipales las fábricas chinas elaboraban un millón de prendas al día, de manera que en 365 días producían suficientes para vestir a toda Italia por un periodo de 20 años. Junto con la inundación de productos baratos de India y Bangladesh, la industria local se arruinó.

Luego llegó el crac financiero de 2008. Desempleo y bancarrotas se fueron a los cielos. Alteraron los ánimos e inclinaciones políticas de la gente de Prato la hostilidad ideológica y política a la intervención del Estado y la austeridad a ultranza. En meses, relata Standing, la izquierda fue borrada del mapa político de la región. Llegó al poder la xenófoba Liga Norte. Favoreció este giro político el hecho de que, desde tiempo atrás, los gobiernos socialdemócratas habían adoptado las políticas públicas neoliberales. Rechazaron elegir un cambio económico ordenado, evitar el sufrimiento de miles de personas y reindustrializar a la región. Las heridas de la liberación económica caótica aún perduran, y hoy gobierna la ultraderecha con el lema de Dios, Patria y Familia.

El caso de esta pequeña ciudad de la toscana ilustra cómo la precariedad económica ocasiona la radicalización y el arribo de los populistas al poder, de izquierda o de derecha, que al final del día sus semejanzas son mayores que sus diferencias. La pérdida del modo de vida de las personas, de estatus, altera sus sentimientos y las induce a poner por delante el instinto de sobrevivencia. No menos grave es la precarización que disuelve la confianza y reduce al mínimo la relación de la gente con el Estado. El debilitamiento de los lazos entre el Estado y las personas, fruto de la precarización y la informalidad, favorece la movilidad del voto de extremo a extremo ideológico y la inestabilidad. Y lo peor, ese vacío lo llenan poderes informales y las grandes empresas.

En México, el desamparo y la falta de protección en la que se encuentran miles y miles, la gran mayoría en la informalidad, aunado a un Estado de chueco (Zaid) es tierra fértil para la expansión del crimen. No en vano, algunos calculan que las mafias controlan 40% del país. Cuando un gobierno es cada vez menos capaz de regular a los mercados informales, gradualmente tiende a perder el control de los mercados formales debido al creciente poder de extorsión de las mafias. En este contexto cabe preguntar, ¿qué impacto tiene en la inflación el debilitamiento de los lazos entre sociedad y Estado, así como su incapacidad para enfrentar a las mafias y regular los mercados informales? Y peor: ¿están en riesgo la gobernación y la paz social?

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