La dignidad nacional.
Aliada del populismo

Autor Congresistas
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Oscar Negrete Reveles

En los países latinoamericanos no existen armas de destrucción masiva, pero si existen las de ideologización masiva, que destruyen el potencial de desarrollo intelectual y económico de sus propios pueblos, sumiéndolos en el autoengaño. Muchas de ellas solo están disponibles para países que han sido colonias. Entre estas armas, contamos el concepto de dignidad nacional.

Este concepto es un arma ideológica porque no tiene un contenido específico real, sino que se manipula de tiempo en tiempo para cumplir con una agenda política y atraer votos. Esta arma solo funciona para uso interno.

En el caso mexicano, la dignidad nacional no se menciona en la Constitución General, pero sí se menciona en los discursos políticos, sobre todo, cuando se trata de relaciones exteriores.

Uno de los principios del derecho diplomático es la igualdad soberana de los estados. Este es un principio de explorado derecho, reconocido en la Carta de las Naciones Unidas. Por esa razón, las inmunidades diplomáticas son las mismas para el personal diplomático, sin importar el poder económico, militar, político o extensión territorial de los países. Por ello, es necesario que los embajadores tengan la educación, sofisticación y preparación suficiente, para que puedan desempeñarse en calidad de pares con diplomáticos de otros países. Esta es una de las características de la diplomacia: la igualdad soberana de los estados y la igualdad de las inmunidades y privilegios de sus representantes acreditados.

Entonces, si existe igualdad jurídica entre las naciones y sus representantes, ¿por qué se usa el término de dignidad nacional en el escenario político mexicano? La respuesta es que se usa para reforzar y explotar con fines políticos un complejo de inferioridad, en el que el país/funcionario extranjero se percibe como superior y, al negociar con él, no se pone énfasis en los resultados de la negociación, sino en el respeto que muestre en el trato a los funcionarios mexicanos, o bien, en la percepción que de ese trato tengan los funcionarios mexicanos.

Veamos dos ejemplos.

El secretario de relaciones exteriores de México, Marcelo Ebrard publicó en Twitter:

  1. ¨Deja gran legado Fidel Castro al pueblo cubano y a nosotros la lección de la dignidad nacional indispensable en estos momentos¨.
  2. En un video visible en YouTube, Marcelo Ebrard menciona en 2019 que, derivado de su negociación con Estados Unidos, se logró que no se impusieran tarifas, y sentenció: ¨salimos con la dignidad intacta¨.

En ambos ejemplos, la dignidad se usa como un activo ideológico que implícitamente se impone como un muro ante el supuesto y pretendido avance del poderoso. En el ejemplo número 1, la lección de ¨dignidad nacional¨ que deja Fidel Castro es poco clara, pues desafortunadamente el pueblo cubano vive en una situación indigna de pobreza generalizada, ajena al comercio internacional, a la iniciativa privada y al desarrollo sustentable, dependiente de ayuda del exterior, principalmente de Venezuela y actualmente con un apoyo importante de México.

En el ejemplo número 2, no es claro tampoco qué significa haber salido de una negociación con la ¨dignidad intacta¨. Sobre todo, en un contexto diplomático en el que es poco factible que los negociadores de Estados Unidos tuvieran en su arsenal de estrategias menoscabar la dignidad de sus contrapartes mexicanas, dado el carácter práctico y enfocado en resultados de los estadounidenses. Pero la intención política apunta a significar que la negociación fue respetuosa, no se impusieron cosas a México (como país más débil en la relación económica con los Estados Unidos), sino que México fue tratado como un ¨igual¨. Esto es especialmente relevante en la relación con los Estados Unidos por la trágica historia de pérdida de territorio que México tiene con esa nación y la siempre presente memoria histórica de ese hecho.

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Así, el uso explotativo de la dignidad nacional se traduce en un mensaje ideológico en el que el país que se percibe inferior (no porque lo sea de facto, sino por la actitud de sus funcionarios) busca proteger a toda costa su reputación interior antes que sus intereses de fondo. Es peculiar, porque la dignidad nacional no es un concepto prevalente en países del primer mundo, que no padecen el peso ideológico e histórico de la inferioridad implícita de la dominación colonial. O bien, si lo utilizan, le dan un matiz distinto, sin que se sustente en el arquetipo de inferioridad poscolonial. En consecuencia, ante un contenido etéreo del concepto de dignidad nacional, este se seguirá utilizando a modo para explotar el deseo de respeto y el complejo de inferioridad de los pueblos que no son respetados ni educados por sus propios gobiernos.

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