Oscar Negrete Reveles
Existen para todos los trabajos humanos expectativas de desempeño y ejecución. Los encargados de recursos humanos le llaman ¨perfil del puesto¨ a las características que debe tener una persona que quiere desempeñar un trabajo específico. Evidentemente, es lógico que existan características ideales de un candidato para un trabajo en particular, pues de esa forma el talento se puede aprovechar de la mejor manera, tanto para el aspirante al cargo como para la organización.
El sector público no es excepción a esta regla, pues las tareas que se asocian al buen gobierno de un país, requieren capacidad técnica, inteligencia emocional, liderazgo, experiencia y, sobre todo, ética y humildad.
En virtud de lo dicho, conviene hacer una reflexión acerca de las características o el perfil de un verdadero estadista. Es decir, ¿qué debemos buscar en alguien que quiera presidir nuestra república mexicana?
Para el gobierno interno, el estadista acepta que la democracia es pluralidad de voces y opiniones. Está dispuesto a trabajar con madurez y devoción por el país. Sabe que serán 6 años de arduo trabajo y críticas, pero escucha las críticas para implementarlas en sus políticas públicas y plan de gobierno, cuando sea en el mejor interés del país.
Para negociar con otras fuerzas políticas, el estadista acepta que el poder es transitorio, y que la expresión de diversas ideas enriquece las posibilidades y perspectivas de posibles decisiones para ayudar a la mayoría. El estadista no humilla ni se burla de nadie. No toma las cosas de forma personal y con piel delgada. Escucha todas las voces, y sabe negociar, pues acepta que en una democracia no pueden hacerse imposiciones.
Para negociar con países extranjeros, el estadista es respetuoso. Se asesora de expertos en protocolo y se prepara para sus reuniones. Muestra recato y absoluta seriedad en el ejercicio de la diplomacia. Entiende que la diplomacia es una actividad que le da a su país la oportunidad de interactuar y aprender de otros, en beneficio de los mexicanos. Tiene claros sus objetivos diplomáticos, sabe crear y mantener alianzas y, cuando es en el mejor interés de la nación, sabe mantener distancia con otros países, sin ser agresivo, derogatorio ni infantil en sus expresiones públicas.
El estadista es valiente. Sabe que es responsable de la seguridad de las personas que habitan su país y está dispuesto a utilizar la fuerza legítima del Estado para proporcionarle a la población las condiciones mínimas de vida, necesarias para el desarrollo humano integral, es decir, para que las personas realicen su vida y actividades de forma sana, segura y sin violencia. El estadista sabe que una buena decisión es preferible a una decisión popular. El verdadero estadista decide en base al mejor interés del país y no en base a su propio interés y cálculo político.
El estadista sabe corregir sus errores. Al iniciar su sexenio, un estadista sabe que, como humano, puede y va a equivocarse. Por eso, el verdadero hombre de Estado acepta sus errores y cuando es oportuno, corrige el camino, cambia políticas públicas y funcionarios basado en métricas, análisis, estudios y resultados objetivos. Al hacer esto, le está brindando un mejor servicio al país al que se debe, pues ningún ser humano está exento de cometer errores, y la persona que corrige sus errores a tiempo, gana legitimación como líder.
El estadista mira a futuro. Sabe que el destino de millones de personas de generaciones actuales y futuras puede resultar afectado como consecuencia de sus decisiones. Por ello, el estadista entiende de diplomacia y mira al mundo para calibrar las mejore prácticas de gobierno y adaptar a su propio país las que convengan, las que fortalezcan la democracia, la división de Poderes y la independencia en la toma de decisiones de dichos Poderes. Al mirar en el mejor interés de su población, el estadista enfatiza la educación y el medio ambiente, porque la educación es la herramienta que le dará un mejor destino colectivo a cada país y el medio ambiente es un elemento compartido que de no cuidarse, puede conducir a gran escasez, sufrimiento humano o inclusive la extinción.
El estadista respeta a los otros Poderes y a su independencia y competencia. El estadista no piensa como ¨Maquiavelo¨ o como ¨El Padrino¨. Piensa más bien como Marco Aurelio. Tiene un mayor grado de madurez y capacidad intelectual para entender que la única forma de que la democracia funcione, es haciendo valer el Estado de Derecho. Y el primer principio del Estado de Derecho es la moneda que tiene dos caras, por un lado, el principio de legalidad y por otro lado el principio de autonomía de la voluntad.
El estadista conoce lo que es la empatía. Y esa empatía lo ayuda a tomar decisiones para mejorar la vida colectiva. Siente empatía por niños enfermos, madres solteras, desempleados, personas que viven en situación de violencia, calle y pobreza, y trata de poner en marcha políticas públicas para mejorar la situación de aquellos. No los ignora ni los minimiza.
Y el punto más importante, el estadista verdadero no es soberbio, sabe ser humilde, pero contundente como líder. Gobierna con prudencia, sensatez, mesura y pensando en el mejor interés y buscando la unión de todos, no la división por clases o grupos. La soberbia ciega a los necios, que, probando un poco de poder, se enferman de importancia y en su sueño de opio causan daño a una mayoría de personas que sólo desean tener una vida sana, libre, pacífica y próspera.
Es nuestra responsabilidad analizar si nuestros funcionarios públicos de mayor nivel en las diversas esferas de actuación del Estado mexicano tienen estas características. Porque el poder público no está hecho para confrontar a la población ni para hacer valer odios, envidias, resentimientos y venganzas personales. El servicio público existe para que ciudadanos de un país, que representan a sus conciudadanos, trabajen en favor de la colectividad, entendiendo que todos tenemos el mismo derecho a la felicidad y que sólo tenemos un país.