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Racismo contra mexicanos en Idaho y ausencia de diplomacia consular

Migrantes

Fui testigo de actos de racismo contra mexicanos en los Estados Unidos. Específicamente en el pueblo de Clark Fork, en Idaho.

Idaho es conocido por ser uno de los estados con mayor población de ¨supremacistas blancos¨ y Clark Fork es un pequeño pueblo en el norte de Idaho, cercano a Canadá y con hermosos paisajes montañosos. No obstante, las montañas esconden más que su propio ecosistema y vida silvestre. Sirven de refugio para grupos de supremacistas blancos que se establecen en climas de extremo frio y lugares lejanos, en donde los miembros de la policía, las juntas escolares, autoridades civiles y otros organismos públicos son parte de diversos grupos racistas.

Al estar lejos de las grandes ciudades, -–más diversas y con autoridades más institucionales y sólidas–, los pueblos pequeños son presa fácil del extremismo y la ignorancia, pues su propio aislamiento y lejanía atraen personas que no acostumbran la convivencia con personas distintas a ellas y se generan comunidades que llegan al extremo de la endogamia. De hecho, esa endogamia es un secreto a voces en el pueblo de Bonner´s Ferry, a una hora y media de Clark Fork.

El problema para muchos mexicanos que radican en el exterior es grave. Los mexicanos tenemos un hermoso país en el que las oportunidades son escasas y la inseguridad y la violencia desplazan a muchas personas a buscar mejor suerte en los Estados Unidos. Una gran cantidad de los mexicanos que trabajan ilegalmente en EEUU no hablan el idioma inglés y deben soportar malos tratos para ganar algo de dinero. Inclusive con las humillaciones, vejaciones y malos tratos, abunda la mano de obra de trabajadores migrantes mexicanos porque esas condiciones tan humillantes son mejores que las condiciones violentas de México. Muchos están en el dilema de vivir en la sartén o de saltar al fuego.

Los actos de racismo que presencié consistieron en lo siguiente:

Yo estaba en el pueblo de Clark Fork, Idaho, cercano a la frontera con el estado de Montana, fui a cortarme el pelo a una peluquería. Al salir de la peluquería mi carro no arrancó, por lo que tuve que esperar un rato para hablarle a mi aseguradora y tratar de que lo remolcaran a un taller mecánico. Mientras esperaba, observé que, cruzando la calle, junto a un inmueble en venta, se encontraba un contenedor de basura, en el que cuatro personas blancas, sin relación entre sí, tiraron bolsas de basura en intervalos de tres o cuatro minutos entre ellos. El contenedor se encuentra frente a dos negocios, una peluquería (de donde salí después de cortarme el pelo) y un restaurante-bar. El restaurante-bar tiene mesas de patio y, en una de esas mesas, estaba un grupo de cuatro hombres blancos.

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Un par de minutos después de que la última persona blanca tirara dos bolsas de basura en el contenedor, dos jóvenes de tez morena, de aproximadamente 20-25 años, que hablaban español entre ellos, se acercaron para tirar dos bolsas de supermercado con basura en el contenedor.

Cuando uno de los jóvenes hispanos abrió la cubierta, uno de los comensales del restaurante de enfrente le gritó: ¨Hey, don’t do that, that’s not for you, not for your kind, put yourself in there but not the trash, walk away buddy¨. Esa frase, traducida más o menos al español, quiere decir: ¨Hey no hagas eso, ese contenedor no es para ti, no para los de tu tipo, tú métete, pero no pongas ahí la basura, mejor vete amigo¨.

Los dos muchachos que hablaban español con acento mexicano esbozaron sonrisas incómodas, comprendieron el sentido de la frase y la hostilidad de los comensales. Apenados, –y seguramente frustrados y molestos– se tuvieron que ir. No tenían recurso ante la intimidación racista.

El otro acto racista que presencié fue al estar formado en la fila de pago en la caja de una tienda de supermercado. Yo estaba formado detrás de una señora que hablaba español con quienes parecían ser sus cuatro hijos. Eran todos menores de edad, de entre 7 y 12 años. Hablaban con acento de México. No sé a ciencia cierta si eran sus hijos, pero estaban juntos y hablaban español entre sí. Cuando la señora terminó de pagar y llegó mi turno, la cajera, una mujer rubia, de ojos azules y aproximadamente un metro con setenta centímetros de estatura, murmuró en voz baja, como hablando para sí misma: ¨those mexicans and their million babies, they are taking our town¨, lo que traducido más o menos sería: ¨esos mexicanos y sus millones de bebés, están tomando nuestra ciudad¨. Yo no dije nada, pagué por mis cosas, escuché y me fui. No vi razón para empezar una discusión que seguramente no hubiera llegado a buen puerto, ya que la tienda estaba ubicada en otro lugar conocido por su alta población de supremacistas blancos, un pueblo llamado Ponderay, también en Idaho.

Así, los mexicanos o los hispanohablantes de tez morena se enfrentan con violencia en un México que los desplaza, y con odio, racismo y frustración en los EEUU. Es una hostilidad continua que no se detiene y la verdad es que ni siquiera hay consulado mexicano en esa área de Idaho. El más cercano está en Spokane, Washington, como a dos horas y media de Clark Fork.

De la protección y la diplomacia consular ni hablamos. No existe ni una tímida actividad de protección para mexicanos en esa área geográfica. Los trabajadores migrantes verdaderamente enfrentan el dilema de vivir entre lo que está mal o lo que está peor. Y no se observa actividad diplomático-consular del gobierno mexicano, para que busque colaborar con el gobierno de EEUU para educar contra el racismo, dar apoyo a denuncias por crímenes de odio, ni otras medidas de colaboración para la protección de los derechos humanos de los migrantes.

Los migrantes que se encuentran ilegalmente en EEUU no pueden obligar al sistema jurídico estadounidense a aceptarlos por su mera presencia. La migración debe ser legal, ordenada y planificada. Tanto en México como en EEUU existen normas migratorias que regulan la presencia, tránsito y permanencia de personas extranjeras en sus respectivos territorios nacionales. La legislación migratoria debe hacerse valer porque, como toda ley, es obligatoria y su cumplimiento es parte del estado de derecho. Es injusto querer obligar a los EEUU a aceptar a todos los migrantes sin condiciones, pero es más injusto que las personas tengan que escapar de sus propios países. El problema es de origen, es de los países que expulsan a su gente porque no pueden atender sus propios problemas, incluido México.

No obstante, mientras los trabajadores migrantes encuentren fuentes de trabajo en EEUU, aunque sean mal pagadas, seguirán los incentivos para intentar irse ¨al otro lado¨, inclusive a costa de soportar el racismo y la vejación a su dignidad humana. Es horrible presenciar actos de racismo, y es peor saber que la justicia es esquiva con el pobre y el desafortunado.

Mientras tanto, en México, las condiciones de vida se deterioran sin freno y nuestro país exporta personas desplazadas por necesidades económicas y sociales en grandes cantidades. No se detiene la tragedia y, en las noticias, escuchamos el mismo circo, con las mismas atracciones, y los mismos resultados: un país con cada vez más pobres, cada vez más violento, cada vez con más ignorancia y sin claridad para cambiar esas circunstancias. Para como está México, y para como los gobiernos mexicanos han dejado a nuestro país, parece que bien vale la pena aguantar los malos tratos, las humillaciones y los peligros migratorios, a cambio de la promesa de un mejor futuro.

¿Y nuestra diplomacia consular?

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