Oscar Negrete
Entre las diversas regresiones que ha sufrido la sociedad mexicana en los últimos seis años, una de las peores es el regreso de las ¨corridas de toros¨ a la Ciudad de México.
Nuestra sociedad enfrenta tres problemas muy graves. El primero y más impactante es la violencia generalizada. Esto se aprecia en nuestro carácter colectivo y la forma en la que el crimen organizado ha tomado el control de gran parte del país. El segundo es la falta de educación de calidad, que profundiza la ignorancia, la superstición, la envidia social y la falta de capacidad y visión para entender que, entre mejor colaboremos pacífica y armónicamente, mejor será el destino social colectivo. El tercer problema, es la falta de ciudadanía y el desprecio al estado de derecho. El deseo del mexicano de restar importancia a la ley como bien colectivo supremo a cambio de obtener un beneficio particular y privado, es ejemplo prístino de la forma de pensar retrógrada, egoísta y mediocre que nos tiene sumidos en una miseria existencial constante.
De los problemas anteriores, la violencia en nuestro carácter puede ser el más grave. Algunos le dicen pasión. Otros le llaman ¨ser atravesado¨, otros cuantos le dicen ¨tener carácter¨ y algunos más honestos le llaman ser primitivos en nuestra interacción con el medio, ante nuestra incapacidad de formar mejores conceptos de convivencia, crecimiento, formación y esparcimiento.
Pues bien, ese México que camina de la mano con la falta de identidad nacional de un pueblo post-virreinal que no termina de asimilar su identidad mestiza, se empuja a si mismo confundido hacia una batalla constante entre lo nativo y lo europeo.
Solo en ese sentido puede comprenderse que exista un deseo por volver a las corridas de toros. Un grupo económicamente poderoso que busca presenciar un espectáculo deplorable, cruel y violento, a cambio de sentirse ¨más ligados con España¨, o porque dicha actividad es un código compartido para un sector social que aspira a sentirse pudiente, adinerado y cuasi-ibérico.
Esa es la lógica del sector que apoya la crueldad contra los animales, que no tienen ni culpa ni deseo de confrontarse con nadie. El grado de brutalidad de la sociedad mexicana se expande no solo en cuestiones de violencia verbal básica que comienza en familias y escuelas, sino que se extiende a la forma de adquirir bienes, resolver problemas, extender negocios y hasta entretenerse. Las corridas de toros son una expresión horripilante y enfermiza de la naturaleza cobarde del abusador. Aquellos que son violentos, pero tienen algo de auto respeto, acuden al box o a las artes marciales mixtas, donde la contienda está sustentada en dos voluntades humanas libres, con idénticas posibilidades de éxito en una partida en la que existen límites cuando hay un ganador claro.
Tener de nuevo corridas de toros es una regresión y una involución de un pueblo que no acaba de entenderse y de aceptarse. Un pueblo que mira con miedo al futuro por inseguridad e incapacidad de enfrentarlo con éxito. Nuestra brutalidad seguirá siendo nuestra perdición.
Cuando miramos hacia el futuro y el deseo de que nuestros hijos tengan mejores destinos, mejores vidas y mejores oportunidades, no deberíamos pensar en que ¨puedan ir a los toros¨. Deberíamos, en cambio, pensar en que no vivan en una sociedad tan terriblemente violenta.
La pregunta es: ¿qué hace el estado para reducir la violencia? ¿qué hacen las familias para reducir la violencia? ¿las escuelas?
La violencia como modo de vida reduce la calidad de vida, la expectativa de vida y el deseo de colaboración. Nuestra sociedad no ganará nada si continúa rebotando en las paredes de la mediocridad y la violencia, disfrazándolas de idiosincrasia o, peor aún, de herencia cultural. Si se tratara de herencia cultural, ¿por qué no podemos estar a la altura de España entonces en otros aspectos? Podemos citar la seguridad pública, la limpieza en pueblos y ciudades, la inversión en ciencia, cultura física y deporte y, por supuesto, respeto al estado de derecho.
Somos malamente selectivos en nuestras decisiones y lo hacemos porque, de hecho, hemos construido una sociedad que se gobierna por la ley de la selva, ya que construir el estado de derecho nos da aversión, flojera y desidia, porque, si tuviéramos un verdadero estado de derecho, no podríamos resolver nuestros problemas como estamos a acostumbrados, con violencia. Lo peor es que, en la dirección del estado mexicano, la directiva constante es el valemadrismo.