La línea 12 del Sistema se Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, renueva la solidaridad de los mexicanos. Un conjunto de avecinados en los territorios fronterizos a la desgracia originada por el derrumbe de una gigantesca trabe, lleva a la calle a los vecinos armados de agua, bebidas calientes, de un refrigerio para los rescatistas y heridos.
De nuevo la narrativa de la calle, la voz del barrio, de la colonia popular o de postín circula por las venas de los capitalinos. Así son los mexicanos y las mexicanas sin importar color, vestido, nivel social el que vemos en la desgracia, así se han mostrados desde los sismos.
Heridos, socorristas, fallecidos en el intenso trajín del salvamento a la sombra de la fractura de la trabe que arrastró 20 metros al vació a dos vagones del Metro. Ubicada la viga entre la estación de Los Olivos y Tezozomoc hacía Tláhuac, al siempre empobrecido y olvidado sur de la capital del país. Los rostros están desencajados, atraviesan a las víctimas y familiares y se mezclan entre las caras de los socorristas por cuyos ojos se asoma la fatiga mezclada con el dolor.
Nadie escapa a la abrumadora y trágica experiencia que se expresa en el rostro de la Jefa de Gobierno, Claudia Scheinbaum, a la luz escrutadora de las cámaras de televisión, y a quien ayuda con su formación científica que anuncia la investigación a cargo de una institución especializada del exterior. Por la sobriedad, oportunidad y firmeza del mensaje habrá que reconocer que la autoridad se ha curtido en la pandemia, templado en el combate al CODIV, a la que ha hecho frente con una jornada de vacunación que arroja resultados exitosos que hoy parecen deshojarse por un desgraciado accidente.
El accidente es la invitación natural para la participación de una sociedad civil, ese pasaporte social que avala un sentir de su responsabilidad que se vuelca en desapego y generosidad vertida en el café o el atole caliente, en el panecillo de dulce o de sal, en la cariñosa atención. Hay para todos, hombres y mujeres que va cambiando de estafeta para atender heridos y lastimados por la noche.
¿Quién no se ha subido al Metro? ¿Quién no ha transbordado en sus estaciones? ¿Qué políticos no han hecho campaña en sus vagones o lucido sus baños de pueblo? ¿Sea por que va asistir a sus oficinas?
Sea por lo que sea el Metro es un invaluable transporte para millones que cruzan la ciudad y que se ha mantenido a bajo costo por el bajo ingreso de la mayoría de los usuarios.
Empiezan a cobrar valor, trascendencia, sentido, las historias personales, familiares, individuales, mientras resuenan intermitentes los gritos de las búsquedas, los lamentos, las lagrimas, la desesperación, hasta convertirse en un gigantesco lamento.
Un respetuoso y asombroso silencio de los funcionarios jóvenes se tejen y entretejen las varillas retorcidas de las columnas sin encontrar explicaciones para ramificarse entre los escombros de rieles, asientos, ventanas rotas, puertas dobladas y cajones que como agujas pender de débiles esquinas.
Hay quienes esperan el turno para lucrar con la tragedia, para especular con la idea del sabotaje y esconder la posible ineptitud, ineficacia, corrupción, falta de mantenimiento, del discurso de austeridad, del recorte presupuestario y su traslado hacia otro rubro de inversión. Argumentos y datos se deslizan por la prensa, se anillan en los micrófonos, recorren por su sistema de prensa nacional e internacional que tiene los ángulos de diversas historias que combinan identificando la intensa pluralidad de la zona, del ir y venir en el transporte público.
Ni los partidos políticos ni las autoridades parecen estar al nivel de la tragedia, quizás la única sea la Jefa de Gobierno, cuya monótona voz, sin tonalidad y ensombrecida por el accidente anuncia la investigación y se niega a la especulación que revolotea entre los vagones del Metro, destrozados y anudando la sentencia entre sus fierros retorcidos.
Y es que el tiempo de campaña convoca a la capitalización de la tragedia y da turno a la aparición de los partidos políticos y sus campañas sin enarbolar una sola propuesta para atender los hechos y el futuro del Metro. No, la mirada no está ahí, no va al encuentro de la solución de la tragedia ni tampoco enfoca los problemas de transporte y su financiamiento en el que viven millones que sigue dos rutas que apuntan a la modernización y mantenimiento del Metro a costos reales y los ingresos de millones para solventar esos costos reales, cuyo olvido son las causas, sin esquivar la tentación del lucro del dolor.
Y queda a tres años de los anales de una gestión las figuras irremplazables del discurro en el que no falta la corrupción.
Ha llegado el tiempo para conocer y analizar con la más absoluta información y transparencia toda obra y política pública y ni hablar de legislaciones y presupuestos.