Toma la forma del hueco del escritorio, se enconcha, manitas juntas y hocico al piso, pendiente… a mis pies. Más roja, por la luz que da en la sombra, Matisse alza la cabeza y sigue la subida y la baja de la pata que sostiene al pan con mermelada. Mira y degusta anticipadamente el primer sabor de la mañana de mi hogaza de pan. Suele batir la cola sobre la madera, de lado a lado con sonoridad y ritmo, hasta rodar con la panza para arriba y su mirada singular, la observación por el rabillo de los ojos con el que siempre me sorprende y maravilla advirtiéndome el misterio de la vida.
Los ojos del animal tienen capacidad para un gran lenguaje. Por si sólo, sin necesitar alguna colaboración de sonidos y gestos, más elocuente cuando descansan completamente, en su mirada expresan, en su ubicación natural el misterio que esta en la inquietud del devenir, sólo el animal conoce esta realidad del misterio, sólo el puede abrírnoslo, pues es una situación que sólo se deja abrir, no descubrir. El lenguaje en lo que esto ocurre es lo que este lenguaje dice: inquietud, –la emoción de la criatura entre dos reinos de la seguridad vegetal y de la criatura espiritual–. Este lenguaje es el balbuceo de la naturaleza bajo el primer toque del espíritu antes de que ella se le entregue a su aventura cósmica que nosotros llamamos ser humano. (Yo y tu, Martin Buber, Editorial Heider)
La racionalidad de las opiniones y de las acciones es un tema que tradicionalmente que se ha venido tratando en filosofía. Puede incluso decirse que el pensamiento filosófico nace da la reflexivización de la razón encarnada en el conocimiento, en el habla y en las acciones. El tema fundamental de la filosofía es la razón. La filosofía se viene esforzando desde sus orígenes por explicar el mundo en su conjunto, la unidad en la diversidad de los fenómenos, con principios que hay que buscar en la razón y no en la comunicación con una divinidad situada allende el mundo y en rigor, ni siquiera remontándose al fundamento de un cosmos que comprende naturaleza y sociedad. El pensamiento griego no busca ni una teología ni una cosmología ética en el sentido de las grandes religiones universales, sino una ontología. (Teoría de la acción comunicativa. Racionalidad de la acción y la racionalización social, Jurgen Habermans, Editorial Taurus)
Durante más de medio siglo, la ciudad de Constantinopla, que llevaba la fama de ser la morada de Dios en la tierra, se vio física y psicológicamente asediada. Sus habitantes estaban convencidos de que la urbe contaba con el favor divino y que habría de permanecer invicta en tanto de que no llegara el fin del mundo, apenas un siglo antes, esta Nueva Roma, la ciudad más próspera del planeta, había sido capital cristiana, de un imperio de más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados. Los pobladores de Constantinopla tenían tal fe en la protección de su patrona, la Virgen María, que acabaron otorgándole a la Madre de Dios el titulo de Comandante en Jefe de la Ciudad. (Estambul: la ciudad de los tres nombres, Bettany Hughes, Editorial Critica)
Ninguna debilidad de la naturaleza humana es más universal y notable que los que llamamos comúnmente credulidad, o sea el prestar fácilmente fe al testimonio de los otros y esta debilidad se explica también, naturalmente, partiendo de la influencia de la semejanza. Cuando admitimos un hecho basándonos en el testimonio humano, nuestra fe surge del mismo origen que nuestras inferencias de causas a efectos y de efectos a causas y no existe nada más que nuestra experiencia de los principios que rigen la naturaleza humana para darnos alguna seguridad de la veracidad de los hombres. Sin embargo, aunque la experiencia sea el verdadero criterio de esté que de los mismos otros juicios, rara vez nos guiamos enteramente por ella, sino que experimentamos una inclinación notable a creer todo lo que nos es dicho, aún lo relativo a las apariciones, encantos y prodigios tan contrarios cómo sean éstos a la experiencia y a las observaciones cotidianas. (Tratado de la naturaleza humana, David Hume, Editorial Orbis)