La Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 15 de octubre como la fecha para honrar a las mujeres rurales. ¿Se trata de reconocer y empoderar a la mujer rural? ¿Se trata de incorporarla a la narrativa de la igualdad, de la producción, de la democracia en el campo? ¿Estamos evaluando el papel de las mujeres en el trabajo agrícola y la innovación en la productividad que sigue después de la pandemia y acompaña al cambio climático? ¿Qué rol pueden y deben de jugar en la agricultura sustentable?
Las mujeres son clave en el combate a la pobreza y en la producción alimentaria. Datos de la ONU documentan que las mujeres rurales representan una cuarta parte de la población mundial, además registran que laboran como agricultoras, igualmente como asalariadas y empresarias. Que se desempeñan labrado la tierra, plantando las semillas, incidiendo con su desempeño en la seguridad alimentaria en muchas naciones. Las mujeres de campo garantizan la seguridad alimentaria de sus familias, comunidades, poblaciones y apoyan la preparación de las comunidades frente a los cambio que se avecinan no sólo en el cultivo de la tierra, en la sustentabilidad de la naturaleza, la biodiversidad, del cambio climático, en suma de las transformaciones que nos revela la pandemia que resquebrajó ese sistema que construimos como un supuesto andamiaje de seguridades.
En el campo, la pobreza, el hambre y la desigualdad a quienes más afecta es a las mujeres y esperemos que el problema que esto represente vaya más allá de la conversación pública cuando el tema escala entre los protagónicos del poder que dominan los partidos, los poderes, no obstante de que en algún momentos se refieran a la paridad… hoy vuelta en la Cámara de Diputados como escenografía y en el gabinete presidencial desaparecida, aunque la participación de las mujeres se considere inestimable.
No obstante de que la ONU señale a las mujeres como las mayores víctimas de la pandemia, y a las de “sufrir de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Y que tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento”.
Y que sostenga la ONU que se mantienen las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. La violencia de todos los tipos campea centrada en la mira de la indefensión a la acción criminal, discriminatoria, excluyente y baste observar ¿que quedó de la paridad en el gabinetes del presidente López Obrador en donde la renuncia de las titulares en Gobernación, Bienestar, la Función Pública, desequilibrio el balance supuestamente de genero, que más parecía un secuestro de la voluntad?
Y como sostiene la ONU que en cuanto a las mujeres rurales su labor es invisible y no remunerada, a pesar de que las tareas aumentan y se endurecen debido a la migración de los hombres, hay que hablar y hacer visible lo que ocurre en otros sectores y esferas de la actividad que viene presentando la urgencia de transformaciones de fondo.
En las justificaciones de dedicar a las mujeres rurales un día para la reflexión, la ONU nos recuerda que mundialmente, con pocas excepciones, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas.
El cambio es posible pero imposible si no logramos coincidir en que tenemos que construir condiciones para que se dé la igualdad de género y para empoderar a las mujeres. No sólo es correcto este objetivo en una democracia, sino como sostiene la ONU, que es un ingrediente fundamental en la lucha contra la pobreza extrema, el hambre y la desnutrición. En el contexto de las motivaciones, la ONU sostiene que “en promedio, las mujeres representan algo más del 40% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo, pudiendo llegar a más del 50% en determinadas partes de África y Asia”.
El lado opaco voluntariamente de la moneda y reducido a la opacidad a la hora de entrar en la acción, los registros de la ONU nos enfrenta a “una discriminación significativa en lo que respecta a la propiedad de la tierra y el ganado, la igualdad de remuneración, la participación en la toma de decisiones de entidades como las cooperativas agrarias, y el acceso a recursos, crédito y mercado para que sus explotaciones y granjas prosperen”.
Destacando que “todo ello se traduce no sólo en el empeoramiento de su calidad de vida, sino en un obstáculo mundial para acabar con la pobreza y el hambre ya que, si las mujeres tuvieran el mismo acceso que los hombres a los recursos, la producción agrícola en los países en desarrollo aumentaría entre 2.5 y 4% y el número de personas desnutridas en el mundo disminuiría aproximadamente entre un 12% y un 17% (FAO, 2011).
La ONU propone “las mujeres rurales cultivan alimentos de calidad para todas las personas”, apreciemos la labor de estas heroínas en la lucha contra el hambre, tal cual marca el reto 2 de nuestros Objetivos de Desarrollo Sostenible (Hambre Cero), y reivindiquemos unas zonas rurales en las que estas agricultoras y ganaderas, muchas de ellas parte de la economía informal y simultáneamente mantenedoras de sus hogares, puedan contar con las mismas oportunidades que los hombres”.