Bulmaro Valvidares
“Ningún animal es más calamitoso que el hombre.
Por la buena razón de que todos se satisfacen con los límites de la naturaleza.
Mientras que sólo el hombre se desvive por sobrepasar los suyos”.
Erasmo de Rotterdam
El reciente avistamiento en aguas someras del pez rape abisal, comúnmente conocido como pez diablo, ha llamado la atención de especialistas y ambientalistas, no sólo de ellos, sino que ha consternado a todo el mundo, despertando sentimientos encontrados en la gente, desde empatía y respeto, hasta temor y paranoia en algunas personas.
Esta especie de pez, conocida con el nombre científico de melanocetus johnsonii, es una especie que sólo puede vivir en zonas profundas de los océanos del planeta, por lo que su reciente avistamiento ha vuelto a revivir el debate sobre si los animales son seres animados y sintientes.
Se desconocen las causas por las cuales este pez escapó de su hábitat natural, hecho que ha sido romantizado por el ser humano, realizando todo tipo de alegorías sobre su hazaña.
Esto nos lleva a preguntarnos sobre ¿cuál es la función y el objetivo de nuestra presencia en el planeta? ¿Sólo somos una especie más invitados a participar y disfrutar en un plano de igualdad con las demás especies?, o bien, ¿Somos los dueños y propietarios de todo lo que nos rodea y que podemos destruir y asesinar a nuestro antojo? ¿De verdad somos los únicos seres que merecemos gozar de respeto y derechos?
Este debate sobre los derechos de los animales y la naturaleza no es nuevo, es un debate altamente discutido a lo largo de la historia. Desde la antigüedad, ya los griegos debatían sobre la relación entre el ser humano con la naturaleza y los animales, sin llegar a ninguna conclusión.
Descartes, basado en el antropocentrismo decía que los animales eran seres inanimados, es decir que no tenían alma, por lo tanto, sólo eran máquinas, cosas.
Así sucedió con los animales durante siglos que fueron perseguidos, asesinados, maltratados sin que les asistiera ningún derecho, considerados un legado divino, que se podía hacer con ellos lo que se quisiera sin ninguna limitación ética o jurídica.
En Argentina por ejemplo, a finales de 1800, si se sospechaba que un perro podría estar infectado de rabia era arrojado a la calle aunque no lo estuviera, se dotaba de cianuro a la policía para envenenarlos y terminar matándolos en cámaras de gas sin ninguna culpa, y sin castigo a los responsables humanos (Zaffaroni, La pachamama y lo humano, 2011).
En el México prehispánico de acuerdo con los relatos de la colonia, los animales jugaban un papel importante dentro de la cosmovisión de nuestros antepasados, muchos eran apreciados por su piel, otros por sus plumas, algunos otros por su relación con las deidades y propiedades místico-religiosas. Por lo tanto, existía un respeto hacia ellos y su caza y consumo estaba restringido, era limitado.
Con el tiempo y la imposición de la cultura occidental ese respeto por los animales se fue perdiendo, cayendo en los excesos y en los abusos de la caza y los maltratos hacia los animales, teniendo la extinción de muchas especies endémicas y otras orilladas a pequeños santuarios para su conservación.
Durante largo tiempo, no hubo alguna ley que promoviera el cuidado y respeto de los animales, podemos encontrar en el código de Hammurabi algún vestigio de protección animal, pero hasta ahí. En Europa se crearon fundaciones protectoras de animales, pero jurídicamente ninguna ley las regulaba.
En México, no fue sino hasta 1980 durante el gobierno de José López Portillo, que se publicó la primera ley de protección a los animales del Distrito Federal. Esta ley se dividía en cinco capítulos, 37 artículos y dos transitorios (Diario Oficial de la Federación https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4602830&fecha=07/01/1981#gsc.tab=0), fue la primera en su tipo para todo el país.
Entre sus disposiciones más importantes, resaltan los artículos: 8, que prohíbe el uso de animales en experimentos, a menos que esté plenamente justificado ante la autoridad competente; 11, prohíbe la mutilación y tortura de los animales con algunas excepciones; 13, considera como propiedad de la nación a la fauna silvestre; y el capítulo V, que va del artículo 34 al 37 y que contempla las sanciones a las violaciones a esta ley.
El 26 de febrero de 2002, se publica una nueva ley de protección animal en el Distrito Federal, que abroga la ley anterior. Esta ley realiza una clasificación de los animales en domésticos, adiestrados, deportivos, feral, de exhibición, guía, de espectáculos y para la investigación científica, los cuales serán motivo de protección por dicha ley (Gaceta Oficial del Distrito Federal http://www.aldf.gob.mx/archivo-1ab9f8a53e4add9904bbfcefdb0a0db9.pdf).
Durante el gobierno de Marcelo Ebrard en el Distrito Federal, en el año 2010 publica el Reglamento de la ley de protección a los animales del Distrito Federal, el cual regula las funciones de la Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal y de la Secretaría de Salud, en materia de maltrato animal, además de que se crea la brigada animal dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública.
Derivado de estas acciones, se logra rescatar de un circo a una elefanta de nombre Eli, la cual vivía en condiciones deplorables, mientras que era alimentada con bolillos y pan de caja por resultar más económico a los propietarios del circo, quienes la hacían trabajar en condiciones de explotación, ya que al momento de su recate sufría de una fractura en su pata anterior derecha, con fracturas en las costillas e infecciones en la piel.
Después de su rescate, fue trasladada al zoológico de Aragón, en donde su situación no mejoró del todo, ya que por más de diez años ha vivido en el abandono y en soledad dentro un espacio muy limitado con pisos y barda de concreto y barrotes de metal, lo que ha incidido en su salud, provocándole estrés, depresión, zoocosis, ansiedad, al grado de lacerarse y causarse daño por sí sola, algo que ha sido documentado por los visitantes al zoológico.
Su caso llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, varias organizaciones protectoras de animales han utilizado los medios legales para cambiar la situación de la elefanta Ely, quienes buscan trasladarla a algún santuario para elefantes, sin éxito alguno.
Esta semana Ely recibió un revés más por parte de la justicia mexicana, pues el Máximo Tribunal de Enjuiciamiento de la nación, más preocupado por sus privilegios que fueron afectados por la gran Reforma Judicial, decidió aplazar el estudio del caso por tiempo indeterminado.
Por lo tanto, la elefanta Eli, tendrá que permanecer privada de su libertad, carente de amor y atención en su prisión de Aragón. Al parecer Ely, nunca conocerá lo que es la libertad y tendrá que morir en cautiverio por la necedad de las autoridades y por el desprecio y la indolencia de la justicia mexicana.