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Autor Congresistas
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En Iraq, cuando el viento hace volar el polvo hasta conseguir que los hombres y los tanques se detengan, arrastra con él el recuerdo de un mundo muy antiguo, mucho más que el Islam o el Cristianismo. La civilización occidental surgió en aquel lugar entre el Tigris y el Éufrates, donde Hammurabi dictó su código legal y donde se escribió el Gilgamesh —el relato más antiguo del mundo, un milenio más antiguo que la Ilíada o la Biblia—. Su héroe fue un rey histórico que reinó en la ciudad mesopotámica de Uruk hacia el año 2750 a. C. En la epopeya, tiene un amigo íntimo, Enkidu[1], un hombre desnudo y salvaje que ha sido civilizado por medio de las artes eróticas de una sacerdotisa del templo. Junto a este, Gilgamesh combate a monstruos, y cuando Enkidu muere, se muestra inconsolable. Así, emprende un viaje desesperado para encontrar al único hombre que puede decirle cómo escapar de la muerte. (“Gilgamesh” versión Stephen Michel edición digital)

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Distinguíase por un carácter rudo e íntegro. La influencia de las costumbres polacas empezaba a penetrar entre los hidalguillos rusos. Muchos de ellos vivían con lujo inusitado, tenían una servidumbre numerosa, halcones, jauría, y daban espléndidos convites. Nada de esto agradaba a Bulba; él amaba la vida sencilla de los cosacos, y a menudo reñía con aquellos de sus camaradas que seguían el ejemplo de Varsovia, llamándoles esclavos de los nobles(pan) polacos. Inquieto, activo, emprendedor, considerábase como uno de los paladines naturales de la Iglesia rusa; entraba, sin permiso, en todos los pueblos donde se quejaban de la opresión de los mayordomos-arrendatarios (“Taras Bulba” Nikolas Gogol, edición digital)

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Desde la fragilidad (homo fragilis), en la ceniza (cinis cineris) y en la podredumbre (putredo putretudinis), esto es, desde la nada de la criatura, se asiste a lo más grande y desde ese lugar es desde donde la voz conmina a la palabra y a la escritura, a decir y a escribir (dic et scribe). Voz y letra no pueden proceder de la boca ni del intelecto humano (non secundum os hominis nec secundum intellectum humanae compositionis), sino de su visión y audición en las maravillas de Dios (sed secundum id quod ea in caelestibus desuper in mirabilibus Dei uides et audis). (Hildegard Von Bigen, edición digital, editorial Heider)

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