Un nuevo Congreso plural que negocie, que debata y que construya acuerdos

Autor Congresistas
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Mesa de redacción

El peor y más peligroso estúpido es aquel que, con tal de dañar a otros, está dispuesto a dañarse a sí mismo, cegado por su odio, envidia, necedad y resentimiento.

Los mexicanos desnaturalizamos nuestras instituciones democráticas.

El poder público en México se divide en 3 ramas: la ejecutiva, la legislativa y la judicial. El hecho de que exista esta división responde a años de evolución en el pensamiento político para llegar a una forma de organización estatal y gubernamental considerada justa, cuando menos entre las demás opciones disponibles. De forma simple: hay tres poderes porque como pueblo no queremos que una sola persona tenga todo el poder.

A pesar de que la población mexicana se dio a sí misma una forma de gobierno republicana y un sistema democrático, la falta de preparación académica y la falta de integridad personal han prevalecido ante las tentaciones del poder. Y es fácil entender este fenómeno porque México no ha invertido en la educación de su pueblo. Existen muchos mexicanos talentosos, dedicados, honorables y brillantes. Todos tienen algo en común: una educación y un deseo de evitar la política y enfocarse a la práctica privada de sus profesiones u oficios. Después, tenemos a aquellos que desean rápida riqueza y, sin escrúpulos, buscan el dinero, el poder y las adulaciones de otros tantos que, sin mucha iniciativa, buscan un hueso que “caiga” por lealtad y no por capacidad profesional. Así, tristemente, hemos dejado el poder público en manos de personas comprometidas con su propio interés y no con el interés del país. En breve, una persona educada puede ganarse la vida poniendo en práctica sus conocimientos técnicos y, un político de carrera, que solo sabe “hacer política”, no puede ganarse la vida haciendo nada más; porque no sabe hacer nada más; por lo tanto, estamos sometidos a un grupo de personas que, para mantener su modus vivendi, se aferran al hueso a costa de lo que sea, incluyendo, por su puesto, el mejor interés del país.

Mala memoria

Cada sexenio nos pasa lo mismo. Montones de gente reunida escuchando falsas promesas, cuya falsedad es de todos conocida. No obstante, continuamos aguantando esas dinámicas de simulación a cambio de muy poco. Una playera, una despensa, una cubeta de pintura. Y cuando llega un nuevo presidente, viene el desgaste y los reclamos porque no resolvió los problemas del país mágicamente. Tenemos que darnos cuenta de que los problemas de México requieren nuestra participación colectiva, primero con la atención y la educación de nuestros hijos y, después, con la participación política, escribiéndole y pidiéndole resultados a nuestros representantes populares (diputados y senadores). Por último, es responsabilidad popular involucrarse en la política y dejar la apatía atrás. Pero esto solo puede lograrse con un pueblo educado y, –justo para los políticos de carrera-, el enemigo es un pueblo educado. Por ello, nuestro país vive en la mediocridad educativa perenne. Basta ver los resultados de México en el contexto de la prueba Pisa.

Voto ciudadano

¿Qué ha recibido el pueblo a cambio de no recibir educación? Pues el clásico romano: pan y circo. El pan mínimo de los programas sociales y el circo de los insultos entre partidos, adversarios y la creación de un enemigo: “los conservadores”, aunque nadie sepa bien a bien, quiénes son y cuáles son sus culpas.

Necesitamos un Congreso plural

Ante la realidad descrita, no podemos resolver los problemas de forma mágica. La mejor opción que tenemos es hacerlo de forma lógica y, por ahora, eso se traduce en votar eligiendo un Congreso plural, conformado por representantes de varios partidos. En corto, un Congreso plural está obligado a negociar y a debatir y no a levantar el dedo sin ningún obstáculo a los deseos del grupo en el poder. Aunque los candidatos al Congreso no sean los más idóneos, tenemos que elegir legisladores de diferentes partidos, porque así los obligamos a negociar y a debatir las leyes de forma pública, y evitamos los acuerdos unilaterales o “en lo oscurito”. Piense usted: es mejor contar con leyes que tengan y consideren la voz y las necesidades de todos los mexicanos, y no solo con la voz de un solo grupo en el poder. Diría el clásico: “por el bien de todos…”.

Como colofón, debemos reflexionar el voto para el Congreso pensando en que, hacerle daño a los demás no me hará a mí sentir mejor, quitarle a otro no me dará más a mí automáticamente y, a final de cuentas, necesitamos paz y cordialidad entre mexicanos, ya no necesitamos más división y encono, porque de ese odio solo han cosechado beneficios unos cuantos.

Los pobres que eran pobres al inicio del sexenio siguen siendo pobres hoy. Y las comunidades que eran peligrosas e inseguras al inicio del sexenio lo siguen siendo hoy. Es decir, el odio y la envidia no cambiaron al país para bien. Ya es momento de dejar atrás esas fantasías que enaltecen la revolución cubana o a Fidel Castro. Nuestro país merece más y tiene las herramientas para ser mejor, más próspero, más educado, más moderno y presto para enfrentar su futuro con unidad y no con división.

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