Machismo y sobrepoblación: dos problemas entretejidos que perjudican al país

Autor Congresistas
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Oscar Negrete

En los años noventa abundaban en la televisión abierta comerciales del Consejo Nacional de Población (CONAPO), con una frase icónica sobre la planeación familiar: “Planifica, es cuestión de querer”.

Al paso de los años, los gobiernos de nuestro país disminuyeron el presupuesto y visibilidad de la CONAPO, y el crecimiento demográfico siguió siendo irresponsable y poco planificado. Si bien en las grandes ciudades con acceso a más y mejor educación el tamaño de las familias comenzó a disminuir, en el resto del país, muchos núcleos de población, manipulados por ideas religiosas o por simple machismo, han tenido hijos a pasto y que, al no poderles dar la atención y oportunidades competitivas suficientes, continúan ciclos de miseria, de pobreza, de marginación, de exclusión o de delincuencia. No se ha usted preguntado ¿de dónde salen tantas personas que se unen a la delincuencia organizada? ¿Cómo crecieron? ¿Qué oportunidades tuvieron?

La libertad de procreación es un derecho humano, que debe procurarse sea libre e informado, basado en posibilidades reales de darle a la descendencia oportunidades educativas, laborales y un núcleo familiar que le permita un desarrollo sano en un entorno seguro y armonioso, oportuno e ideal para desarrollar sus capacidades y habilidades de forma plena. Con atención, amor y guía.

No obstante, lo anterior, el machismo en la cultura mexicana ha prevalecido con sus aristas agresivas, sobre la razón, la prudencia y la pertinencia.

El machismo ha mantenido a las mujeres con menores oportunidades laborales y educativas que los hombres. Ha hecho prevalecer prejuicios lamentables sobre el carácter de las mujeres y su capacidad profesional. En el ámbito personal, el machismo se ha impuesto como forma de dominación ideológica y física, con actitudes tan deplorables que incluyen el que los hombres no utilicen preservativos, se los quiten sin consentimiento de la mujer y que fuercen a las mujeres a tener intimidad con ellos en esas condiciones.

Derivado de ese machismo, han acaecido embarazos no deseados y una planificación familiar nula, que sobrecarga a las mujeres con responsabilidades que no siempre desean asumir voluntariamente. A lo anterior, se suma la ideologización religiosa, como justificación de la barbarie, de que hay que tener “los hijos que Dios mande”, reduciendo a las mujeres a ejecutoras de una voluntad metafísica que solo se manifiesta con la decisión unilateral masculina y su abuso frecuente.

Es evidente, que entre menor número de hijos se tenga, mejor calidad de vida se les puede proporcionar. O sea, atención, tiempo, recursos y oportunidades para aprender y desarrollarse plenamente en diversas actividades, proporcionarles la guía y la orientación adecuadas, así como la paciencia para lidiar con sus problemas y frustraciones.

Madre e hijo

Desafortunadamente, aún existe una actitud irresponsable de muchos varones que no respetan los deseos educativos y profesionales de las mujeres, tal vez heridos en sus egos de verlas crecer y sobrepasar lo que ellos mismos pueden lograr. Tal vez cegados por el fanatismo religioso, o por el ego de ver crecer su progenie, aunque sea en deplorables condiciones.

Así, el tener hijos de forma irresponsable o una “familia grande” solo por el gusto propio de hacerlo, constituye una actitud irresponsable, egoísta y depredadora de los recursos del planeta, lo cual, a la larga repercutirá en el bienestar de generaciones futuras, ya que el consumo excesivo de recursos naturales por una población que crece sin orden ni planeación, únicamente derivará en costos económicos y ambientales que lógicamente traerán conflicto social en el futuro cercano.

Es momento de recapacitar y comprender que una actitud de planificación familiar responsable implica la procreación mesurada, libre, espaciada, informada y responsable, que derive en que los hijos tengan mejores oportunidades y no que se conviertan, a la postre, en víctimas de su propio origen, es decir, provenientes de familias grandes sin mucha oportunidad, atención, y a la merced de aquello, bueno o malo, que la fortuna les arroje. Familias grandes, sin la atención, la guía y las oportunidades apropiadas, son la mejor forma de sentenciar a los hijos a la mediocridad, y al planeta a la extinción de sus recursos.

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